2008


LA TRADICIÓN CLÁSICA EN LA PROSA CIENTÍFICA DE CHILE Y ARGENTINA. PLINIO Y LAS BALLENas en la obra del abate molina
Rosario López Gregoris

Miembro del Grupo de Investigación TRADICOM
Departamento de Filología Clásica
Universidad Autónoma de Madrid

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Ponencia pronunciada en el
XVIII Coloquio Internacional de Filología Griega: La tradición clásica en la literatura española e hispanoamericana del siglo XVIII, celebrado en la UNED, Madrid, 14-16 de marzo de 2007.

Tal y como reza el título, mi incursión en la literatura hispanoamericana se centrará sobre todo en autores chilenos, con mención de alguno argentino, y ciertamente se trabajará sobre un tipo de prosa, la prosa científica. Dejo para otra ocasión el teatro de ese siglo y no profundizo más en cierta actitud anticlásica que he observado en algunos textos teatrales (especialmente Camila o la patriota de Sudamérica del chileno fray Camilo Henríquez, de evidentes resonancias historiográficas y romanas) y vuelvo al tema central de este trabajo: la prosa científica, especialmente, el género de historia natural que van a desarrollar algunos miembros de la Compañía de Jesús, antes e incluso después de su expulsión de América. Merece explicación o al menos un contexto histórico la proliferación de estudios científicos y muy en particular de trabajos sobre la historia natural de los distintos países que conforman el continente americano. Y hay que explicar, si bien someramente, los factores que se conjugaron para entender la proliferación de este subgénero en prosa.


1. Condiciones para el desarrollo de la prosa científica

Los factores que concurren en el siglo XVIII y que explican el cultivo de la prosa científica son de variada índole.

— El movimiento europeo filosófico llamado Ilustración, que, a pesar de la distancia e incluso el proverbial atraso de España en el desarrollo de las ciencias, llega e impregna la cultura de las colonias americanas con más fuerza, cabría decir, que en la metrópolis. La Ilustración implica un análisis racional, científico y metódico, aplicado a todas las ciencias conocidas, y, por tanto, a la geografía física y humana de todos los territorios, muy en especial, de aquellos cuyo conocimiento es aún rudimentario e insuficiente, como ocurre con los territorios americanos. Linneo y Humbolt son los máximos exponentes de este movimiento filosófico-científico.

— La proliferación de expediciones científicas por razones políticas o de Estado, lo que supone un redescubrimiento científico. La corona española se ve en la necesidad de competir con la presión que ejercían Holanda, Inglaterra sobre los puertos marítimos americanos (Pedraza I, 730). Se buscaba mejorar la cartografía náutica, hallar nuevos yacimientos minerales, catalogar plantas medicinales o aprovechar los recursos naturales de los nuevos territorios. Se combinaba la utilidad económica con el prestigio de la observación científica.

— La Compañía de Jesús tiene una larga tradición de saber escolástico, pero también de interés científico, como lo demuestra su profundo conocimiento de las teorías aristotélicas y, al tiempo, de los avances en las propiedades curativas de las plantas y su aplicación para la práctica terapéutica. No es casual que varios de los antecesores de la prosa científica de finales del siglo XVIII y sobre todo del siglo XIX sean jesuitas. De alguno de ellos y de sus obras se hablará a continuación.


2. La historia natural

La historia natural es un género literario consolidado en la Antigüedad; los historiadores griegos y, especialmente Herodoto, son los predecesores de este subgénero que amalgama datos, leyendas y fábulas sin solución de continuidad. Después Aristóteles, con sus tratados de los animales, impone método y establece categorías y principios de ordenación, que, en general, no van a ser tenidos en cuenta, como pronto, hasta la llegada del Renacimiento, e incluso después. Los autores de libros de viajes, tan en boga en la época helenística, seguirán la estela de la fabulación junto a la alineación de datos reales y científicos, donde lo que importa no es la pertinencia o la comprobación, sino la verosimilitud.

Dentro de la literatura romana es obligado citar y hablar de Cayo Plinio Segundo (c. 23-79 d. C.), conocido como Plinio el Viejo, el autor de la única historia natural conservada, seguidor del método enciclopedista y moralizante de Catón y Varrón, los grandes autores de prosa científica de Roma. De nuevo se evidencia que el autor no es un hombre de campo que observe con sus propios ojos lo que describe, ni siquiera que su información proceda de testigos oculares fidedignos, sino que se trata de un lector voraz y erudito, que desea compilar todo el saber de la época en lo tocante a la naturaleza. Ahora bien, un criterio se impone en su narración, la vinculación de las criaturas descritas con el hombre, su relación y su utilidad para con él. No hay método científico, sino acumulativo, en una especie de enciclopedia del saber antiguo que da entrada a narraciones de marineros, a leyendas, a fábulas y a toda suerte de mirabilia, con una afán crítico muy discreto; hay quienes defienden que la inclusión de las supercherías de magos y los sortilegios de viejas encantadoras o las recetas inverosímiles de algunos pueblos solo se explica por la voluntad de Plinio de recoger todo el saber del momento, incluso aquel con el cual él no estaba de acuerdo, como la magia oriental (G. Serbat, 1995, passim).

Pero tampoco debemos olvidar que Plinio no fue un sabio en el sentido de erudito encerrado en su despacho para leer, sino que fue un hombre con responsabilidades políticas y militares (fue funcionario) y comandante de la flota bajo Vespasiano, de modo que en algunas descripciones, ligadas a su actividad, se observa un conocimiento mayor de la naturaleza que detalla, como, por ejemplo, en los animales que luchan en el circo, en los enfrentamientos de determinados animales marinos, etc. Como es sabido, murió en Estabia, durante la célebre erupción del Vesubio del año 79, en un intento por rescatar a la población civil y por su deseo de contemplar de cerca el acontecimiento, según narra su sobrino Plinio el Joven. Con todo, fue un ávido lector y no un naturalista. La obra de Plinio levantó la admiración de sus contemporáneos por la envergadura de la tarea; y se convirtió en obra de referencia de todo el medievo y después, lo que se explica por el alarmante retroceso que la ciencia sufrió durante siglos hasta el despuntar del siglo XVIII y el alumbramiento de las ciencias en el siglo XIX. En ese momento, la revisión de Plinio produjo opiniones terribles que lo tildaron de irracional, charlatán, acientífico, etc. Dejó de ser referencia indiscutible para pasar a sufrir una damnatio brutal, olvidando que Plinio fue un hombre de su época y que además tuvo que ser un gigante, dadas las circunstancias, de épocas posteriores.


3. La historia natural del siglo XVIII

La historia natural fue la vía por donde caló la metodología científica, y quien puso la cuña para abrir esa vía fue muy especialmente la Compañía de Jesús, que, una vez expulsada de América, la convirtió en «fuente elegiaca de ardorosas remembranzas» (Pedraza, T. I, 735), en una suerte de recreaciones idílico-utópicas.

Representantes de esta deriva son el chileno Miguel de Olivares con la obra Historia militar, civil y sagrada del reino de Chile; el español José Gumilla con El Orinoco ilustrado y definido. Historia natural, civil y geográfica de este gran río y sus caudalosas vertientes; el también chileno Felipe Gómez de Vidaurre con Historia geográfica, natural y civil del reino de Chile; el igualmente chileno Juan Ignacio Molina, desde ahora abate Molina, con Compendio de historia geográfica, natural y civil del reino de Chile y Ensayo sobre la historia natural de Chile. A los que hay que añadir el soldado y naturalista autodidacta español Félix Azara, con Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata y Apuntamientos para la historia natural de los páxaros del Paraguay y del Río de la Plata.

De todos nos vamos a detener con más detalle en la obra del abate Molina, autor, además de la ya citada historia natural del reino de Chile, de unas elegías latinas, que cuentan, entre otras cosas, la viruela que padeció y que a punto estuvo de matarlo. Su dominio del latín así como del griego (al parecer compuso algunas odas griegas, hoy perdidas), sus conocimientos científicos que le valieron una cátedra en Bolonia, su dominio del italiano y del alemán, lo hacen el hombre elegido como paradigma de esta tendencia descrita de cultivo de una prosa científica que quiere ser ilustrada y que se manifiesta, cuando se requiera, alejada de las fuentes clásicas.


4. La historia natural del reino de Chile del abate Molina. Memoria VIII: la ballena

Las ballenas es el tema de una memoria o discurso pronunciado en el Instituto de Bolonia de Ciencias Naturales ante un auditorio entendido, pero conservador en líneas generales.(1) Esta memoria recoge y repite muchos aspectos de su Ensayo; por ello vamos a realizar una somera comparación de esta memoria y el capítulo correspondiente de Plinio recogido en el libro IX, sobre los peces (animalia aquorum, X ,1)

Antes que nada, hay que dejar claro que la obra del abate Molina es deudora de la obra de Plinio en concepción, objetivo y estructura: se trata de una obra que comenta todo lo que se sabe sobre un animal, que pretende reunir todo lo que de él se ha dicho antes y se estructura en una mezcla continua de datos reales y fabulosos.

Sin embargo, hay una actitud personal que marca la distancia entre ambos mundos y anuncia un cambio significativo en el modo de acercarse a la naturaleza, la crítica; aunque algunos autores has visto una actitud crítica en Plinio para algunos temas, en general se trata de cuestiones morales asociadas a la magia. En el abate Molina, sin embargo, la crítica es una actitud permanente, actitud que le permite poner distancia con los autores antiguos y clásicos sobre todo en las exageraciones y en las narraciones fabulosas, aunque estas no hayan desaparecido del todo de su obra.

Además de la actitud crítica, hay otro elemento fundamental para marcar el punto y aparte que supone la obra del abate Molina: la fuerza del testimonio personal o de los testigos. Muchos datos proceden de una penetrante capacidad observadora del abate y otros de relatos que él mismo había oído directamente de pescadores u hombres de mar. Esa presencia del testimonio personal o directo da una dimensión nueva y más cercana a la ciencia al relato del abate Molina, aunque la racionalidad radical que alumbrará al siglo XIX aún está ausente.

He aquí algunos ejemplos de los rasgos mencionados.

1. El testimonio personal y/o directo

Así empieza el informe del abate: «Habiendo tenido a menudo la ocasión de observar las ballenas en los mares del sur, en donde abundan como en aquellos del norte, y de informarme por personas inteligentes de la industria que utilizan los barcos pescadores de los Estados unidos de Norteamérica para capturarlas…» (43).

Compárese con el comienzo de Plinio:

Ya hemos hablado de las características de los animales que llamamos terrestres, que viven en algún tipo de asociación con los hombres. [...] En el mar, en cambio, [...] se encuentra un gran número de seres monstruosos, puesto que las semillas y los embriones se mezclan entre sí y son arrastradas en todas direcciones por el viento o por las olas; de esta forma queda verificada la creencia popular de que todos los seres que nacen en algún elemento de la naturaleza existen también en el mar (IX, 1-3). [Trad. Josefa Cantó et alii] (2)
 
Animalium, quae terrestria appellavimus hominum quadam consortione degentia, indicata natura est. [...]. quam ob rem prius aequorum, amnium stagnorumque dicentur. [...] Pleraque etiam monstrifica reperiuntur, perplexis et in semet aliter atque aliter nunc flatu nunc fluctu convolutis seminibus atque principiis, vera ut fiat vulgi opinio, quicquid nascatur in parte naturae ulla, 9.3 et in mari esse praeterque multa quae nusquam alibi. [Los textos latinos proceden del CD-Rom PHI. Workplace]


2. La actitud crítica

Así se refiere a los antiguos y frente a ellos destaca la aguda perspicacia de Linneo: «Los antiguos llamaron, en general, a todos estos colosos acuáticos con el nombre cete, que en griego significa grandes animales marinos; pero no atendiendo más que a su contextura oblonga y al elemento que frecuentan, los colocaron en la clase de los peces, y por tales son hasta ahora reputados por las personas no instruidas en la historia natural. El célebre Linneo, habiendo entre los primeros observado, con su habitual perspicacia, que estos extraordinarios vivientes respiraban por los pulmones y no al modo de los peces por las branquias, los separó totalmente y poniéndolos en el último orden de la clase de los mamíferos o lactantes...» (44-45).

Plinio también se muestra en este aspecto, en el sistema respiratorio de los cetáceos, crítico con la autoridad en la materia, Aristóteles, y dice así:

Las ballenas tienen el orificio nasal en la frente, de forma que, mientras nadan por la superficie, lanzan chorros de agua hacia lo alto. Respiran, según la opinión generalizada, lo mismo que otros cuantos animales marinos que tienen entre sus vísceras unos pulmones, puesto que se cree que sin ellos ningún ser vivo puede respirar. Los que son de esta opinión piensan que los que tienen branquias, como los peces, no respiran expirando e inspirando alternadamente, ni tampoco algunas otras especies que carecen de branquias; creo que Aristóteles era de esta opinión y que ha convencido con su doctrina a muchos autores ilustres. Yo no oculto que no me asocio sin más a la opinión de éstos, puesto que en lugar de pulmones puede haber otras vísceras respiratorias, si así lo requiera la naturaleza, del mismo modo que muchos seres tienen otros fluidos en lugar de sangre (IX, 16-17).
 
Ora ballaenae habent in frontibus ideoque summa aqua natantes in sublime nimbos efflant. spirant autem confessione omnium et paucissima alia in mari, quae internorum viscerum pulmonem habent, quoniam sine eo spirare animal nullum putatur. nec piscium branchias habentes anhelitum reddere ac per vices recipere existimant quorum haec opinio est, nec multa alia genera etiam branchiis carentia, in qua sententia fuisse Aristotelem video et multis persuasisse doctrina insignibus. nec me protinus huic opinioni eorum accedere haut dissimulo, quoniam et pulmonum vice alia possint spirabilia inesse viscera ita volente natura, sicut et pro sanguine est multis alius umor.

En este asunto de la respiración pulmonar o branquial, hay que reconocer que ambos autores demuestran la misma desconfianza por las fuentes y se muestran prudentes con las opiniones generalizadas, aunque Molina muestra su admiración por Linneo y Plinio su desconfianza por Aristóteles.

Otro ejemplo de actitud crítica con las fuentes antiguas se refiere al tamaño de las ballenas. Dice el abate Molina: «Los autores griegos, por lo demás amantes de lo fabuloso, nos hablan de ballenas vistas en los mares de la India de novecientos sesenta pies de largo, y Nearco, almirante de Alejandro Magno, estimado como uno de los más veraces entre aquellos autores, nos asegura haber observado una ballena encallada en la desembocadura del Éufrates de ciento cincuenta codos cúbitos de largo, o sea doscientos veinticinco pies [63 m]. Plinio, citando en confirmación de esta afirmación los relatos transmitidos por el rey Juba a Cayo César, recuerda los cetáceos flotando cerca de la desembocadura de los ríos de Arabia, que tenían seiscientos pies de largo, y trescientos sesenta y cinco de circunferencia [167 y 101 m respectivamente]. ... Cualquiera ve que la vanidad, tan común en los hombres, y el deseo que de esta se deriva de divertir a sus auditores con cosas sorprendentes… han sido el origen de estas ridículas observaciones» (46-47).

Frente a la incredulidad manifiesta de Molina, Plinio se muestra más proclive a creer en las exageraciones:

El mayor número de animales, y los de mayor tamaño, están en el mar Índico; entre ellos, la ballena de 4 yugadas [280 m] y el pez sierra de 200 codos [90 m]... La tempestad... arrastra con las olas a los monstruos expulsados de las profundidades en manadas tan grandes como en otro sitios las de atunes hasta el punto de que la flota de Alejandro Magno creyendo que le salía al encuentro un ejército enemigo colocó las naves en orden de batalla (IX, 4-5).
 
Plurima autem et maxima animalia in Indico mari, ex quibus ballaenae quaternum iugerum, pristes ducenum cubitorum, quippe ubi locustae quaterna cubita impleant, anguillae quoque in Gange amne tricenos pedes. Sed in mari beluae circa solstitia maxime visuntur. Tunc illic ruunt turbines, tunc imbres, tunc deiectae montium iugis procellae ab imo vertunt maria pulsatasque ex profundo beluas cum fluctibus volvunt tanta, ut alias thynnorum, multitudine, ut Magni Alexandri classis haut alio modo quam hostium acie obvia contrarium agmen adversa fronte derexerit.

Se evidencia que el abate Molina ha contemplado en más de una ocasión el animal que describe y no puede aceptar que en época alguna haya existido especimenes del tamaño mencionado por los antiguos; la observación directa y el testimonio de marineros niega toda verosimilitud a los testimonios de los antiguos, especialmente al de Plinio, que narra en un tono fabuloso cuanto tiene que ver con el tamaño y la rareza de los tipos, algunos con cabeza en forma de asno, buey, etc.

3. Datos concretos referidos a la utilidad de la captura de la ballena

Es curioso que Plinio y el abate Molina coincidan en la descripción de al menos uno de los posibles usos de los materiales que se consiguen de las ballenas. El abate Molina es mucho más prolijo en detalles y establece el número de barriles de aceite que produce una ballena, habla del líquido oleoso que recubre el cerebro y que solidifica con el aire (el mal llamado esperma de ballena), otro tipo de aceite, de la carne y de las barbas. Sobre éstas dice: «Tuve la oportunidad de observar el esqueleto de una gran ballena cazada en las costas de Chile, en donde, de cuando en cuando, el mar, agitado por furioso vientos del sudoeste suele lanzar alguna, y habiendo medido una de las costillas, la encontré de seis pies de largo [1,6 m]... Las vértebras eran tan voluminosas, que campesinos, después de haberlas limpiado bien, se servían de ellas para sentarse en vez de sillas» (54).

Al respecto podemos leer en Plinio:

Los oficiales de la escuadra de Alejandro Magno contaron que los gedrosios, que viven junto al río Arabis, hacen la puerta de su casa con la mandíbula de estos monstruos y construyen el techo con huesos ensamblados, de los cuales se encontraron muchos de 40 codos de longitud [18 m] (IX, 7).
 
Gedrosos, qui Arabim amnem accolunt, Alexandri Magni classium praefecti pro- diderunt in domibus fores maxillis beluarum facere, ossibus tecta contignare, ex quibus multa quadragenum cubitorum longitudinis reperta.

Por supuesto, la observación de Molina es de primera mano, mientras que el dato de Plinio es indirecto, a pesar de que coincidan en el uso por parte de los habitantes de las costas del esqueleto de los cetáceos. Coincidencia más que curiosa, dicho sea de paso, lo que nos invita a pensar que la inclusión de anécdotas en la obra de Molina revela hasta qué punto este último es deudor del primero.

4. Los elementos fabulosos

Hasta aquí hemos constatado la supremacía del método racional y de observación directa con el que el abate Molina transmite los datos sobre la ballena. Sin embargo, hay algunos aspectos del ensayo del jesuita que demuestran a las claras que es deudor de una manera de escribir y entender la historia Natural aún no superada, que consiste en la identificación del lenguaje y las cosas, de modo que se ve impelido a describir hechos imposibles y caer en debates estériles. Esta forma de escribir y entender la historia natural se basa en la estructura de la semejanza, es decir, un significado era el compendio de todo el saber acumulado sobre cada animal, planta o cosa, con independencia de la pertinencia de los datos que se daban sobre esas cosas. Las relaciones de identidad y de semejanza permiten que un autor de historia natural describa la etimología de la palabra, sinónimos, diferencias, anatomía, costumbre, temperamento, grito, generación, movimientos, lugares, alimentos, fisonomía, antipatía, simpatía, modos de captura, heridas, remedios, prodigios, presagios, mitología, dioses a él consagrado, alegorías, misterios, emblema, símbolos, usos medicinales y un largo etc.

El abate Molina ha depurado extraordinariamente este conglomerado de cosas que constituye el significado de un animal, planta o cosa, pero, a pesar de los avances del racionalismo ilustrado, sigue siendo un escritor de historia natural que sigue la estela de Plinio.

Veamos algún ejemplo. El peso de la tradición se manifiesta en el relato de la insólita forma de cazar de los groenlandeses: «armados solamente con un martillo y dos cuñas de madera saltan a horcajadas sobre la ballena y clavándole rápidamente con el martillo una de las cuñas en el orificio izquierdo de la cabeza se zambullen junto con ella, sin despegarse de su lomo dentro del mar, y una vez que ella ha vuelta afuera, lo que hace rápidamente para tomar aire, le clavan la segunda cuña en el otro orificio, por lo que ella, faltándole del todo los medios para respirar, permanece sofocada y fácil presa del audaz cazador» (67-68).

5. Las leyendas

La necesidad de contar todo aquello que se sabe o se dice de estos animales impulsa al abate Molina a introducir debates como el que sigue:

Los araucanos, pueblo libre de Chile, siguiendo una antigua tradición, dicen que estos excrementos expurgados por el sol pasan a ser ámbar gris, materia muy estimada por los perfumistas por su olor, por lo que la llaman en su lengua meneje, es decir, estiércol de ballena. [...] Hay quien la considera un betún subacuático engullido por aquellas bestias, quien un picadillo de jibias, de las que los mismos se alimentan de vez en cuando. Nosotros no entramos aquí en esa disputa, que tal jamás será dilucidada (61).

A pesar de que se muestra deudor de una concepción anterior a la separación del significado y de la realidad, no podemos dejar de mencionar la prudencia y la distancia que interpone entre estas narraciones legendarias y su opinión al respecto.

6. Las luchas

Como no podía ser menos, el enfrentamiento de las bestias resultaba muy sugerente para un romano habituado a los espectáculos circenses, de modo que encontrar una descripción del embate bélico de la ballena y su más terrible enemigo, la orca, no puede sorprender a nadie. Lo que sí es sorprendente es que encontremos una descripción muy parecida en la obra del abate Molina, que no puede sustraerse a la atracción que ejerce la lucha en el reino animal o la descripción de los enemigos.

Dice Plinio:

Las orcas, monstruos enemigos de las ballenas, cuyo aspecto no puede explicarse por medio de ninguna descripción excepto la de un inmenso montón de carne erizado de dientes. Irrumpen en sus escondites, destrozan a mordiscos a sus crías y a ellas, recién paridas o aún grávidas […]. Las ballenas, inhábiles para darse la vuelta, incapaces de rechazar el ataque, imposibilitas por su propio peso, lastradas además en ese momento por la preñez o debilitadas por el esfuerzo de parir, solamente conocen el remedio de huir hacia alta mar y buscar protección poniendo todo el océano por medio. Las orcas se esfuerzan en cortarles la retirada, enfrentárseles, destrozarlas una vez enjauladas en lugares estrechos, empujarlas a lugares poco profundos, hacer que se golpeen contra las rocas. Contemplar estas batallas es como ver el mar irritado consigo mismo, sin viento en la ensenada, pero con unas olas por los resoplidos y los golpes como no las levanta ninguna tempestad» (IX, 13).
 
Hoc scire orcas, infestam iis beluam et cuius imago nulla repraesentatione exprimi possit alia quam carnis inmensae dentibus truculentae. inrumpunt ergo in secreta ac vitulos earum aut fetas vel etiamnum gravidas lancinant morsu incursuque ceu Liburnicarum rostris fodiunt. Illae ad flexum inmobiles, ad repugnandum inertes et pondere suo oneratae, tunc quidem et utero graves pariendive poenis invalidae, solum auxilium novere in altum profugere et se tuto defendere oceano. Contra orcae occurrere laborant seseque opponere et caveatas angustiis trucidare, in vada urguere, saxis inlidere. spectantur ea proelia ceu mari ipso sibi irato, nullis in sinu ventis, fluctibus vero ad anhelitus ictusque quantos nulli turbines volvant.

El abate Molina parece conocer el texto de Plinio y describe la lucha en estos términos:

A la vista de los cuales [escualos] la ballena huye con toda la celeridad posible, siendo, empero, alcanzada pronto... Es un espectáculo horrible y al mismo tiempo deleitoso, para aquellas personas que están en la ribera o en las naves, observar el furioso encuentro de estos encarnizados combatientes. Los escualos... circundan a la ballena en todo el derredor, y abalanzándose ora al flanco, ora a la cabeza o sobre el dorso, les hacen horribles desgarros con sus triples hileras de dientes de las cuales va armada su boca. La sangre chorrea de todas partes y reaviva el furor de los combatientes; las olas se cubren de espuma por su continua agitación, y golpeadas por terribles impactos de las aletas y de la cola de la ballena imitan el estruendo de los cañonazos y del trueno. Esta [la ballena] bufa horrendamente, se vuelve y revuelve sobre los asaltantes y finalmente debilitada por los mordiscos y por la continua pérdida de sangre, se zambulle en el mar... (64-65).

La descripción continúa con la saña con que orcas y cachalotes cazan a las ballenas.


5. Conclusión

Es fácil llegar a la conclusión de que el abate Molina, como todos los eruditos de su época, conocían y seguían bien la estructura y la concepción narrativa de la historia natural tradicional. Ello ha quedado mostrado aquí con la deuda evidente que el abate rinde a ese modo de escribir ciencia en la introducción de pasajes fabulosos, legendarios y en el relato pintoresco, más propio de un anecdotario, de las luchas de los monstruos marinos.

A pesar del evidente peso de la tradición, hay que destacar el esfuerzo del abate por someter a juicio las narraciones transmitidas desde antiguo, aportar un método de observación directa, calibrar su experiencia con la que le ofrecen otros hombres experimentados, y consultar la bibliografía más reciente que los hombres de la Ilustración ya le empezaban a proporcionar. Posiblemente sea el paso necesario que la ciencia tuvo que dar para abandonar la estructura de anecdotario y semejanza, y empezar a trabajar en la síntesis de lo diverso y en la separación de significado y realidad. Por tanto, él y otros como él, fueron los epígonos de una tradición muy deudora de Plinio y los predecesores del pensamiento racional de Humbolt.


NOTAS

(1)
He accedido al texto de La ballena, traducido al español, y a una somera biografía del abate Molina a través de la página web http://www.memoriachilena.cl.
(2) Todas las traducciones de Plinio están tomadas de la edición de J. Cantó et alii.




BIBLIOGRAFÍA

CANTÓ, J., et alii, Plinio. Historia natural, Madrid, Cátedra, 2002.
GONZÁLEZ, R., y E. PUPO-WALKER (eds.): Historia de la literatura hispanoamericana, Vol. I: Del descubrimiento al Modernismo, Madrid, Gredos, 2006.
HANISCH, W., Juan Ignacio Molina y sus obras, Talca, Editorial de la Universidad de Talca, 1999.
JARAMILLO, R., Elegías latinas de la viruela del abate J. I. Molina, Santiago, Ediciones Nihil Mihi, 1976.
MOLINA, J. I., Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reyno de Chile I-II, Santiago, Biblioteca del Centenario, Pehuén Editores, 2000.
OYANEDER, P., «El abate Molina y los nuevos poderes de la crítica ilustrada», accedido en la siguiente dirección:: http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/dest.asp?id=memoriasdehistorianatural.
PEDRAZA, F. B. (coord.), Manual de lit. hispanoamericana, Vol. I: Época virreinal, Berriozar (Navarra), Cénlit Ediciones, 2000.
SERBAT, G., «Introducción» a Plinio el Viejo. Historia Natural, I-II, Madrid, Gredos, 1995.


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