Athenea Digital. número 0 - Abril 2001

Bauman, Zygmunt (2000)
Liquid Modernity. Cambridge: Polity Press. 2000.



Cristian Hormazábal
Universidad Autónoma de Barcelona

 

A través de la aplicación de una interesante metáfora, Liquid Modernity analiza algunos puntos centrales en la comprensión de “lo social” hoy en día. Más allá de la composición material del líquido, la metáfora recurre a su comportamiento, a sus efectos de desplazamiento, a su distintiva ocupación del espacio y el tiempo, a su capacidad de velocidad.

Quizás para algún fanático del aislamiento entre las ciencias sociales y las ciencias naturales, la metáfora sea terriblemente útil. Resulta que los sólidos se comportan como tales porque sus átomos se mantienen a poca distancia, y eso se debe a un tipo de “relación mutua” (bond) que los mantiene cercanos. El sólido, cuando se somete a fuerzas que lo obligan a cambiar de forma, tiene la capacidad de volver a su estado original, por cuenta de esas mismas “relaciones mutuas”, que casi se pueden llamar relaciones de uno-a-uno. Es así como se mantienen “estables”, esto es, preservan su forma a pesar del tiempo. Sin exigir demasiado a la metáfora, esto puede significar que los sólidos aparentan no requerir del tiempo, justamente porque “lo detienen” en la forma del espacio que ocupan.

De una mayor distancia entre moléculas resulta la fluidez característica del líquido. La distancia ha de ser suficiente para permitir el cambio permanente e irrecuperable de posiciones entre moléculas, por lo cual el líquido no mantiene forma alguna, es decir, no encarcela al tiempo en un espacio estable, sino que lo pone en evidencia, irremediablemente.

Pero la cuestión de la modernidad líquida aquí planteada no es de “liberación” plena ni nada que se le parezca: el argumento puede resumirse, acaso toscamente, como la oscilación entre un estado y el otro, casi siempre para el perfeccionamiento de algún sólido, digamos oxidado (que puede ser fácilmente imaginable como una concepción de la estructura política como proyecto) vía su liqüificación y posterior re-planteamiento o sustitución –por otro sólido–. Bien podría pensarse en la necesidad, acaso como intención implícita del texto, de una creación, más bien “re-definición” cualitativa de una “lógica” para pensar lo social, que logre ajustarse a su propia condición –que es más que su velocidad– de cambio. En cualquier caso, de lo primero versan las cinco temáticas del libro: Emancipación, Individualidad, Tiempo/Espacio, Mundo Laboral y Comunidad. De lo segundo –eso de “podría pensarse en la necesidad...”–, el autor advierte desde el principio que “no tenemos agenda”, y no por falta de intención o capacidad, sino porque estamos tan atrapados en lo primero que se ha perdido la posibilidad de “tener agenda”.

La oscilación entre la “solidificación” y la “liqüificación” de lo social, como dijimos, no tiene nada que ver con la “liberación” de la sociedad o sus individuos. En este vaivén nos hemos pasado el tiempo hasta hoy: derritiendo sólidos (programas económicos, ideales de estructuras políticas, fórmulas sociales –políticas sociales–, demasiadas tipologías, casi todas las categorías, y un sinfín de etcéteras) y cambiándolos de molde –de una forma estática a otra–. Ahora, dice Bauman, a la idea general de “orden social”, cualquiera que sea, y a todos sus proyectos anexos, les llegó la hora de dejarse caer en la fundición de sólidos. Con ello, la posibilidad de establecer nexos (lazos, relaciones mutuas...bonds) entre individuo, proyecto colectivo y acción se ha reducido o, al menos, ha perdido su condición anterior, estable y sólida: los patrones, códigos y reglas de significación de “lo social”, en resumen, los puntos de orientación, ya no están al alcance. Pero que no estén al alcance no significa que no estén del todo, sino que se han “liqüificado” y han adquirido tal fluidez que son inaprensibles...algunos alcanzan velocidades que las hacen invisibles. Las categorías de interacción y dependencia a las que el pensamiento social se acostumbró se han vuelto maleables, fluidas y de formas apenas transitorias. Más incisivo aún: la relación entre interacción y dependencia (quizás para muchos la razón de ser de lo social) también se ha difuminado en su propia velocidad.

“Transitoriedad”, “adaptación” -no al cambio en sí, sino a la velocidad de cambios-, “movilidad”, “desplazamiento”, “cambio de formas”, “instantaneidad”, son las nuevas consignas que rellenan los discursos en casi todas las instancias de la vida social. De ahí que, para subsistir en esta modernidad líquida, para competir (lo que sea que eso signifique), sea menester un nuevo dominio: el del tiempo. Parece una venganza: el Tiempo es como un hijo bastardo que, confinado al espacio de las formas sólidas y estáticas desde hace mucho, se ha revelado; casi literalmente, ha “escapado” de una prisión que ahora arremete con furia, y no para destruirla sino para “conquistarla”.

El argumento que sigue, de alguno u otra manera, pertenece al “sentido común” heredado por casi todos en el bachillerato: Velocidad=Distancia/Tiempo. El espacio se conquista abarcando la mayor distancia en el menor tiempo posible. La escolar fórmula tiene al menos dos caras: la más evidente es quizás la que opera en las nuevas tecnologías bélicas, las telecomunicaciones, o el discurso de la economía mundial de mercado y, si al caso vamos, de la democracia, asociado a las órdenes de la “globalización” donde, de algún modo, la idea sigue siendo la de eficiencia: llegar lo más lejos posible en términos de distancia, causando el mayor impacto en el menor tiempo (recuérdese las modas actuales de ataques aéreos o misiles teledirigidos, internet y celulares de cada vez mayor cobertura, y la propagación de sanciones a Estados que no tengan un sistema democrático, que persistan en la regularización de la economía, o casi siempre, ambas). Conquistar el espacio con la fluidez de esta líquida modernidad pasa por evadir, y si no, destruir los obstáculos heredados por la estructura sólida anterior, y los obstáculos son los límites, las barreras...en su sentido físico o simbólico: desde los territorios de las naciones, con sus límites demarcados en fronteras, pasando por las barreras institucionales de aquellas estructuras políticas, incluso leyes, demasiado “estáticas”,  productos de ideologías rígidas que “no se adaptan” a esta “nueva realidad”, y llegando a las barreras del cuerpo, con sus fronteras demarcadas en la piel y otros órganos externos, a través de la realidad virtual. Por todo esto, las nuevas herramientas de dominación y control del poder, son tanto las tecnologías que apuntan a la reducción del tiempo como los discursos que las sustentan, transportados “libremente” en/por ellas mismas.

La otra cara es talvez más difícil de ver. Es el panorama que queda cuando atamos todo lo anteriormente expuesto a la ausencia de lazos entre individuo, proyecto colectivo y acción política. El atropello de cualquier estructura estable –la operación que sustenta y hace invencibles a los nuevos mecanismos de dominación y control del poder– se “lleva por delante” también los arreglos, acaso menos densos, de organización social. Es más, amenaza cualquier configuración de relaciones sociales que adquiera “forma” de proyecto político con fines determinados.

Entremedio de la inalcanzable velocidad que da vida a la lógica de los discursos y operaciones de poder y dominación, y la imposibilidad de “asentar” referentes para la organización de lazos sociales con “forma” de proyectos de fines determinados, se juegan las cinco categorías exploradas por Bauman, hoy en entredicho. Que se “jueguen” puede implicar que se “reconfiguren” o que desaparezcan de buena manera. Bauman se ocupa de describir la dinámica del “juego” en el que estas categorías participan, y la decisión final (su reconfiguración o su destrucción) parece quedar para el lector.

El capítulo sobre Emancipación analiza las contradicciones presentes en el estatus actual de la idea de libertad, así como los avatares envueltos en una nueva forma de hacer crítica. La novedad de la crítica radica en la aceptación un nuevo material de trabajo como plataforma: la aceptación del asentamiento de ‘lo individual’, su matiz en el discurso de ‘la ciudadanía’ o por la lucha entre estas dos categorías. El trabajo, por decirlo de algún modo, yace en la reconstrucción del suelo en el cual la crítica mantiene sus propios pies.

En la siguiente sección, dedicada a la temática de la Individualidad, Bauman nos deja ver los mecanismos que “van meciendo” los discursos de las esferas de lo público y lo privado hasta que se intercambian. Su argumento describe cómo, a la par de un capitalismo más libre y mejorado, lo privado rellena lo público, ambos se cancelan, y se vacía la pregunta sobre la capacidad política. (Al menos el modo de hacer política que hasta hoy se conoce). Sus argumentos fundamentales giran en torno a la posibilidad de desplazamiento (que se reserva para unos a expensas de otros), el sentido de la movilidad en el mundo del trabajo, el cuerpo como veta de usos y abusos discursivos, y la compulsión consumista como punto final de la individuación del espacio público.

Posteriormente, se describe la nueva relación entre Espacio/Tiempo, en la cual se articulan los espacios públicos para el consumo –un consumo veloz (que irónicamente se podría plantear como el consumo y el desgaste del tiempo)– y la reducción del contacto social. En los tropiezos y las “metamorfosis” de la idea de comunidad en las grandes urbes, la conformación del sentido de pertenencia ya no se da en torno a relaciones sociales, sino relaciones entre el individuo y el individuo-consumidor. Aquí, lo fundamental está en la revelación de los mecanismos que van acelerando el tiempo al punto que éste devora los espacios. La relación entre las dos categorías, de todas maneras, se hace muy “traviesa”: en la yuxtaposición de categorías, el espacio se agranda y el tiempo se unifica, hasta el punto que recordar el pasado o imaginar el futuro terminan homologándose en un solo movimiento...de anulación en el presente inmediato de la compulsión.

El análisis sobre el Mundo Laboral, captura la evolución de un capitalismo pesado a otro liviano y mejorado, y analiza los discursos de la productividad una vez desaparecido el sentido de organización laboral (una antigüedad demasiado estructural, con fines quizás demasiado determinados, “que no se adapta al mundo de hoy”). En este sentido, la individualización que teje a la modernidad líquida, más que sustentar, legitima la privatización y desregularización de la vida laboral. Quizás sea arriesgado afirmar que Bauman quiere re-elaborar la noción marxiana de ‘alienación’ desde la óptica de un espacio y un tiempo liqüificados, donde se reajusta la idea de pertenencia en torno a nuevos sentidos de ‘estabilidad’ e ‘independencia’.

La última parte, Comunidad, versa sobre el manejo actual de las diferencias frente a reacciones nacionalistas, elaborando sobre las actuales corrientes comunitaristas y  repasando sobre el agonizante concepto de Estado-nación. Las economías trasnacionales, al final del día, por decirlo de algún modo, “cierran caja” contando sus ganancias sobre la base de estas contradicciones. Para la vida en sociedad, al menos la que conocemos, quedan las sobras del uso y desgaste del tiempo en el espacio, esto es, una ‘posibilidad de ser’, si acaso, momentánea.

La lectura es amena y plena en ejemplos de la vida cotidiana, con lo cual revela lugares de análisis quizás menos abstractos, pero tremendamente cargados de contradicciones más bien útiles. Su valor fundamental, en mi opinión, va más allá de poner en jaque el valor de categorías tradicionales para la comprensión de lo social. La invitación es a cuestionar el modo de ‘categorizar’ hoy por hoy, con lo cual el valor de la crítica social en general enfrenta nuevos retos, no en términos de nuevos proyectos, sino de nuevas lógicas.