Athenea Digital - num. 0 abril 2001-

¿Fondear en la objetividad o navegar hacia el placer?

Tomás Ibáñez Gracia
Universidad Autónoma de Barcelona

 

¿Qué es lo que nos mueve a investigar? ¿por qué este empeño y para qué este esfuerzo? Constituyen estos los interrogantes fundamentales a partir de los cuales, este trabajo, en un recorrido argumental que atraviesa varios tópicos relativos al "deber ser" del quehacer científico social -objetividad, saber, transformación- sustenta la tesis de que "el placer es precisamente lo que nos queda para fundamentar nuestro compromiso con la investigación." Ello no significa adoptar un criterio laxo y complaciente, porque sólo las investigaciones de gran calidad, de implacable rigor, de concienzuda factura, y de sostenido esfuerzo, consiguen constituirse en un bello objeto de pensamiento capaz de modificar a quienes las han elaborado y a quienes tomamos conocimiento de ellas. Sustituir el viejo barómetro de la objetividad por el heterodoxo barómetro del placer? tema fundamental del artículo?, no es ni mucho menos retroceder en el nivel de exigencia al que debe responder una investigación. Todo lo contrario.

Palabras clave: investigación, principios científicos, objetividad, placer

 

¿What is it that moves into researching? ¿Why do we conduct it and what is such effort worth? These are the main questions underlying this paper: a tour into several of the topics involved in the "ought to's" of social sciences -objectivity, knowledge, transformation. His claim is that "pleasure is precisely what we count on to found our commitment for researching". Such claim does not imply in any way rather soft or pleasing criteria, for only the studies of great quality, implacable rigour, conscious elaboration and sustained effort, manage to reach the place of a beautiful objects of thought, capable of modifying their authors as well as those who enter in contact with them. To replace that old barometer of objectivity by the hetherodox barometer of pleasure -the main subject of this paper- is not to lowen any of the levels that a good social practice demands. Quite the contrary.

Keywords: research, scientific principles, objectivity, pleasure

Ambas opciones tienen sus pros y sus contras. Fondear en la objetividad también puede ser placentero, navegar hacia el placer también puede significar navegar hacia la objetividad.

He elejido la metáfora del viaje porque toda investigación es, por definición, un viaje hacia lo desconocido. Un viaje que algunos de vosotros y de vosotras habeis emprendido hace poco tiempo y que otros, como yo por ejemplo, estamos más cercanos a concluir.

Pero esto no significa que quienes llevamos años surcando los mares estemos más cerca de llegar a puerto o que vislumbremos mejor la meta que quienes recien se han lanzado a la mar. Una mar que siempre es un mar de dudas, o que debería serlo, para todos, porque la duda es precisamente lo que mantiene a flote y lo que hace avanzar la nave de la investigación.

Me ha parecido que lo mejor que podía hacer en el inicio de este congreso era hablar simplemente de nosotros. Reflexionar unos momentos sobre quienes somos, vosotros y yo, y qué hacemos aquí.

Esto puede parecer difícil porque somos, por supuesto, muy diversos, muy heterogéneos. Somos un conglomerado de diferencias, pero por encima de las mil y una diferencias que fragmentan esta asamblea en tantos universos distintos como personas la componemos, todas y todos los que estamos hoy en esta sala tenemos también, por supuesto, varias cosas en común. Una de esas cosas que tenemos en común y que de hecho motiva nuestra presencia aquí, es el haber contraído un compromiso explícito, formal, objetivado, con la voluntad de investigar, con la voluntad de contribuir a la producción de conocimientos y con la voluntad de participar en el quehacer científico/académico de la Psicología social.

Característica común, por lo tanto, que nos funde en un mismo colectivo pero que también nos lanza una interrogación: ¿qué es lo que nos mueve a investigar? ¿por qué este empeño y para qué este esfuerzo?

Sugiero que pongamos entre paréntesis una serie de factores y de explicaciones que son ciertamente importantes pero que no dejan de ser tangenciales en relación a la interrogación que plantea nuestro compromiso con la investigación. No cabe duda de que debemos dejar un lugar para las casualidades de la vida y otro para las simples exigencias de la supervivencia. Está claro que si algunos de nosotros estamos comprometidos hoy con la investigación es más por un concurso de circunstancias que nos ha conducido en esta vía que por propia y deliberada decisión. La vida decide con frecuencia por nosotros, y puede ocurrir que en este caso también haya decidido por nosotros. Está claro también que no se puede menospreciar la simple conveniencia de conseguir una titulación o de intentar alcanzar un modus vivendi y un estatus profesional que no es peor que otros y que es incluso, muchas veces, mejor. Pero encerremos estos factores en un paréntesis y vayamos a otro tipo de motivaciones más principiales, por decirlo de alguna manera.

¿Qué es lo que nos mueve a investigar? ¿Por qué este empeño y para qué este esfuerzo? ¿Acaso nos hemos comprometido con la investigación psicosocial porque queremos producir conocimientos que incidan sobre la realidad social y que nos permitan cambiar, por supuesto para bien, algunas de sus características? ¿Saber para poder? Saber para poder es un lema que ha animado, explícita o implícitamente, el quehacer de muchas de las grandes figuras de la Psicología Social, Solomon Asch, Muzafer Sherif, Kurt Lewin, Leon Festinger, por nombrar solamente algunos de los más conocidos.

Esta intención es ciertamente admirable pero, por suerte o por desgracia, no nos sirve, no resiste un examen mínimamente serio de las relaciones tejidas entre teoría y práctica en las ciencias sociales.

Desde hace ochenta años, cien años... o muchos más años aún según definamos la Psicología social, vivimos en un mundo donde la investigación psicosocial está presente. Estamos en un mundo con Psicología social. Imaginemos ahora un mundo donde la investigación psicosocial no estuviera presente, donde esta no existiera. Un mundo sin. ¿En qué se diferenciarían un mundo con y un mundo sin? Un mundo sin alcohol sería sin duda distinto, un mundo sin literatura sería sensiblemente diferente, un mundo sin investigación física sería radicalmente otro, pero mucho me temo que un mundo sin Psicología social sería sustancialmente el mismo que un mundo con, salvo para algunas generaciones de estudiantes universitarios que han visto cómo se cruzaba la Psicología Social en su camino, para algunas editoriales que deberían refundar sus catálogos, y por supuesto para quienes hemos hecho profesión de esta disciplina.

¿Por qué serían tan parecidos un mundo con y un mundo sin Psicología Social? El problema no está en que se ha hecho poca o mala investigación psicosocial, no es, en absoluto, una cuestión de cantidad o de calidad. El problema está en que el tipo de objeto, el tipo de realidad sobre el que versa el conocimiento psicosocial no es susceptible de ser modificado deliberadamente a partir del conocimiento que sobre él se produce. ¿Porqué no lo es? Pues porque ningún objeto social, ningún fenómeno social es lo suficientemente simple para que se puedan establecer con la necesaria precisión las coordenadas de sus condiciones iniciales, y si las condiciones iniciales del momento presente de un fenómeno social no pueden ser conocidas, tampoco se puede “calcular su futuro”. Y si no se puede calcular su futuro, si no se pueden hacer predicciones fiables sobre su desarrollo temporal, tampoco se puede saber qué es, precisamente, lo que convendría alterar para dibujar otro futuro.

Por cierto, ocurre exactamente lo mismo en la física de las partículas, es imposible, no por razones técnicas, sino por razones de principio, establecer las condiciones iniciales de una partícula. Pero la mecánica cuántica encuentra en la predicción estadística la manera de salvar la utilidad práctica de sus conocimientos, que es grande, pese al principio de indeterminación de Heisenberg. Las ciencias sociales no gozan de ese privilegio porque, dejando de lado consideraciones puramente éticas, los estados posibles de los objetos sociales no se reducen a unas pocas dimensiones como es el caso de los objetos microfísicos.

La lista de argumentos que hacen tambalearse la bien intencionada voluntad de producir saber para cambiar las cosas es amplísima. Por ejemplo, podríamos hacer referencia también al hecho de que los sistemas sociales son sistemas abiertos con fuerte variedad interna, y todas las consecuencias que esto implica, o al hecho de que lo social es “emergentista”, con todas las consecuencias que esto implica, o al hecho de que el significado que es, no lo olvidemos, constitutivo de lo social, no se presta por definición a la formalización, y podríamos hacer referencia a muchas más cosas, pero quizás podamos resumir todo esto diciendo simplemente que la sociedad no es una bola de billar y que si aceptamos la validez del principio de complejidad, y parece razonable aceptarla, entonces tenemos que pagar el precio de renunciar a creer que podemos modificar la realidad social a partir del conocimiento que sobre ella consigamos elaborar. ¿Por desgracia? ¡No! Yo diría más bien por suerte, porque si no se tornaría imposible cualquier sueño de libertad... Pero esta es otra historia que no abordaré aquí.

La realidad no se deja modificar por el conocimiento; saber no es poder. Creo poder vislumbrar cierta sorpresa en los ojos de quienes me conocen. Lo repito: la realidad no se deja modificar por el conocimiento; saber no es poder ¿Acaso puedo seguir reivindicando, como efectivamente lo hago, el construccionismo social y las aportaciones de Foucault después de decir cosas como estas? Y si lo hago, ¿acaso no estaré violando alegremente el principio de no contradicción afirmando simultáneamente “A” y “no A”? No lo creo. No hay contradicción entre afirmar por una parte, como lo hace el socioconstruccionismo, que la realidad es “cognitivo-sensible” al igual que se dice, en otros ámbitos, “foto-sensible”, es decir, que la realidad resulta inevitablemente afectada por el conocimiento y afirmar por otra parte, con la misma convicción, que la realidad no es modificable a partir del conocimiento. Intentaré explicarlo.

Es cierto que el conocimiento que los psicólogos y psicólogas sociales hemos elaborado hasta el presente no ha tenido el suficiente carácter innovador, ni el suficiente poder dilucidador, ni la suficiente difusión social para conseguir impactar de manera significativa en la sociedad y alterar algunas de sus características. Pero no existen razones de principio para descartar que esto pueda ocurrir en un futuro. La cosa está en vuestras manos, en las manos de las nuevas y de los nuevos investigadores. Sin embargo, sí existen razones de principio para descartar que el conocimiento psicosocial, por muy innovador, por muy dilucidador y por muy socialmente difundido que este pueda ser, pueda ser utilizado para modificar deliberadamente la sociedad en una dirección determinada. La realidad es dependiente del conocimiento que tengo de ella, como lo veremos más adelante, pero a su vez, el conocimiento que de ella tengo no me permite operarla de manera propositiva por las razones a las que he aludido hace unos instantes. Cuidado, esto no significa que seamos incapaces de actuar puntualmente sobre nuestro entorno. Podemos hacerlo, y de hecho lo hacemos. Pero lo hacemos, bien lo saben todos los que trabajan en el campo de la intervención social, con toda la inseguridad y con toda la modestia del simple “bricoleur” que hace acopio de saberes prácticos difícilmente explicitables y formalizables en su totalidad más que con la tranquila confianza del ingeniero. Las sociotecnologías no dan para más, lo cual no significa que sean inútiles.

Si abandonamos a sus aporías la loable intención de promover el conocimiento psicosocial para poder operar certeramente la realidad, ¿acaso podemos justificar nuestro compromiso con la investigación diciendo que lo que nos mueve en ese empeño es simplemente el deseo de conocer mejor la realidad, y la intención de acotar mejor sus características?  Saber para así poder dar cuenta de la realidad. Esta podría ser una buena razón.

Pero lamentablemente se trata de otra loable intención que tampoco nos sirve y que tampoco resiste un examen mínimamente serio de las relaciones que se tejen entre conocimiento y realidad. El camino que nos conduciría hacia un conocimiento objetivo de la realidad se pierde en el mundo de las cosas imposibles aunque sólo sea por la sencilla razón de que somos, nosotros mismos, parte integrante de la realidad. No podemos mirar objetivamente la realidad porque nada puede ponerse a distancia de sí mismo para contemplarse desde un lugar distinto al que ocupa. El ojo no puede verse a sí mismo en el acto de mirar, y cuando recurre a un artefacto para verse, solo alcanza a producir la imagen de una imagen. Somos prisioneros de una imagen porque estamos dentro de esa imagen y no existe meta-nivel alguno donde poder situarnos para contemplar la imagen de la que formamos parte. En un proceso infinitamente recursivo, solo podemos construir la imagen de una imagen, de una imagen, de una imagen…

No podemos ver la realidad desde fuera de la realidad  para saber cómo sería esta si no estuviéramos en ella. Cuando hablamos de la realidad, estamos hablando de algo de lo cual formamos parte, estamos hablando de una entidad que nos engloba como elemento constitutivo. No podemos separar sus características de las nuestras, nuestras características están en ella o, dicho de otra forma, la realidad tiene las características que tiene porque nosotros somos como somos. Y si nosotros fuéramos distintos, la realidad también sería diferente. Esto ocurre por supuesto con cualquier elemento de la realidad, si cambia, también cambia la realidad, pero las consecuencias son muy diferentes, porque nosotros somos el único elemento de la realidad que habla de la realidad y que profiere acerca de ella un discurso de saber que la toma por objeto. La reflexividad es la condición para la posibilidad misma del conocimiento, pero es también la condición que marca inevitablemente sus límites.

En tanto que somos componentes insecables de la realidad, sólo podemos acceder a cómo es la realidad en función de nuestras características, nunca con independencia de ellas. Los objetos que nosotros individualizamos como tales en la realidad, no poseen propiedades en sí mismos, sus propiedades resultan de nuestra interacción con ellos.

La mecánica cuántica no deja dudas al respecto. Las propiedades de los objetos, de las partículas en este caso, resultan de la construcción que de ellas hacemos mediante las operaciones a las que sometemos el objeto. No es simplemente que no las conozcamos si no operamos sobre ellas, es que propiamente no existen con independencia de esas operaciones. Y es más, la “no separabilidad” ilustra el hecho de que el simple conocimiento de una propiedad y su consturcción como tal propiedad afecta instantáneamente a las propiedades de otros objetos alejados en el espacio. Frente a las reticencias de Einstein, la interpretación de la escuela de Copenhaguen adquiere aún mayor fuerza con el desarrollo de la teoría de los campos cuánticos. Conferimos propiedades a la realidad en el proceso mismo de investigarla. Atribuimos a la realidad propiedades que no están sino en nuestra manera de tratar con ella.

Situándonos ahora en el plano del conocimiento, resulta que sólo podemos conocer, no la realidad, sino el resultado de nuestra inserción en la realidad, el resultado de nuestro formar parte de la realidad, de nuestro ser también nosotros mismos la realidad. Conocemos la resultante de nuestra presencia en ella, nunca algo que sea independiente de nosotros, por la sencilla razón de que no podemos abstraernos de la realidad y ponernos “al lado” de ella. Así como (a no ser que me convierta súbitamente en Peter Pan) no puedo saltar por encima de mi propia sombra, tampoco puedo saltar a la realidad por encima de mi conocimiento de ella. Esto significa que cuando operamos la realidad para producir conocimientos, no estamos operando algo que sea independiente del conocimiento, operamos no un objeto independiente sino una relación, nuestra relación al objeto que pretendemos conocer, operamos pues un objeto de segundo orden. Al igual que el ojo que se mira a sí mismo, sólo podemos fabricar la imagen de una imagen y escudriñar no la realidad sino la construcción que de ella hemos hecho en base a que nosotros somos como somos. Sólo podemos acceder, por lo tanto, a un objeto que es, por naturaleza, de segundo orden ¿qué ocurre con la tan celebrada objetividad si resulta que el sujeto está inevitablemente inscrito en el objeto? Sin duda, habrá que referir el sujeto en la propia definición de la objetividad o, mejor aún, habrá que difuminar la dicotomía sujeto/objeto, y esto puede alejarnos bastante del concepto heredado que aún siguen repitiendo machaconamente todos los manuales del recto proceder científico.

¿Conocer mejor la realidad tal y como es? ¡No! Conocer mejor lo que nuestras características construyen como realidad. Y no olvidemos que entre nuestras características está la de ser “sapiens”, la de ser objetos pensantes, con lo cual, como partes insecables que somos de la realidad, introducimos esta característica, esta dimensión en tanto que elemento constitutivo de la propia realidad. En este sentido, sólo lo pensable es real, y sólo lo “ya pensado” es real en el momento presente. Desengañémonos, no podemos producir conocimientos sobre una realidad independiente, no podemos conocerla tal y como es “per se” con independencia de nosotros. Sólo podemos aspirar a conocer mejor nuestro conocimiento de la realidad.

Las implicaciones de este planteamiento son múltiples, pero me gustaría resaltar una de ellas. Si formamos parte de la realidad, nosotros y nuestros conocimientos, si la realidad es como es porque nosotros, incluidos nuestros conocimientos, somos como somos, entonces, cuando añadimos elementos a nuestro conocimiento y lo cambiamos, también estamos cambiando la realidad. Producir conocimiento sobre algo es un proceso que hace que ese algo devenga diferente como consecuencia del propio proceso de establecer sus características. Conocer es, por consiguiente, un proceso que siempre se queda un paso atrás del objeto conocido, puesto que al formarse ya lo ha transformado. Por mucho que corramos nunca alcanzaremos el horizonte porque este se desplaza a la misma velocidad que nuestro avance. Conocer no es, por lo tanto, acotar la realidad tal y como es, es construirla de forma distinta, es decir, modificarla.

Bien, si nuestro firme compromiso con la producción de conocimientos no puede fundarse en la pretensión de modificar propositivamente la realidad, saber para poder, ni tampoco en la pretensión de conocer la realidad tal y como es, saber para dar cuenta de la realidad ¿qué nos queda? ¿por qué dedicarnos con tanto empeño a la investigación?

El poder, decía Foucault, produce placer, resulta que el poder y el saber se compenetran íntimamente, es fácil extrapolar que también el saber produce placer. El placer es precisamente lo que nos queda para fundamentar nuestro compromiso con la investigación. El placer de pensar, el placer de entrar en el juego de la confrontación y del intercambio de saberes con los demás. Pero sobre todo, investigar es una, hay otras, por supuesto, pero es una de las diversas prácticas que están a nuestro alcance para experimentar con alguna intensidad el placer de vivir, el placer de sentirnos vivos. Y la razón es muy sencilla. Por una parte, la vida es intrínsecamente cambio, es modificación constante, es transformación incesante. La vida, como bien sabemos, se acaba cuando cesa el cambio. Por otra parte, pensar, pensar de verdad, seriamente y profundamente es, necesariamente, cambiar de pensamiento. Después de haber focalizado intensa y productivamente nuestro pensar sobre una cuestión determinada, no podemos seguir pensando acerca de ella lo mismo que antes de haberla sometido a esa interrogación. Pensar, decía nuevamente Foucault, es siempre cambiar de pensamiento. Y como lo que somos no es independiente de lo que pensamos, pensar es ponernos en trance de cambiarnos nosotros mismos, es adentrarnos en la aventura de devenir constantemente “otro” de lo que somos. La vida es cambio, el pensamiento es cambio. Mientras vivimos cambiamos, mientras pensamos cambiamos. Y es por eso por lo que pensar es una de las maneras de saborear el inconfundible placer de sentirnos vivos. Motivo que quizás sea suficiente para fundamentar nuestro compromiso con la investigación.

Ya sé que la investigación no es la única forma de estimular el pensamiento, y alguien me podría decir que se podría conseguir lo mismo simplemente con leer, con consumir escritos ajenos. Pero esto no es así. Aparte de que no hay, obviamente, investigación sin lecturas y que cierta forma de leer puede ser, en sí misma, una investigación absolutamente legítima, resulta que Giambatista Vico nos hizo ver, hace ya muchísimo tiempo, que sólo conocemos plenamente aquello que nosotros mismos hemos construido. Es construyendo conocimientos mediante nuestra investigación como conseguimos pues ejercitar más plenamente una facultad de pensar que sea capaz de engendrar cambios en nosotros mismos. Y es por eso por lo que puedo afirmar aquí con toda tranquilidad y con toda seriedad que deberíamos sustituir los criterios estándar que utilizamos habitualmente para valorar la calidad de las investigaciones, de los artículos, de las tesis, de las memorias de investigación, por un criterio bien sencillo: la cantidad de placer que nos proporciona tal o cual investigación, o sea, el grado en que contribuye a que nos sintamos vivos. En el frontispicio de la Ciencia quizás deberíamos sustituir el famoso lema “que nadie entre aquí si no es geómetra” por otro que diga simplemente “que nadie entre aquí si no es para disfrutar”. Y créanme, adoptar el criterio del placer no significa adoptar un criterio laxo y complaciente, porque sólo las investigaciones de gran calidad, de implacable rigor, de concienzuda factura, y de sostenido esfuerzo, consiguen constituirse en un bello objeto de pensamiento capaz de modificar a quienes las han elaborado y a quienes tomamos conocimiento de ellas. Sustituir el viejo barómetro de la objetividad por el heterodoxo barómetro del placer, no es ni mucho menos retroceder en el nivel de exigencia al que debe responder una investigación. Todo lo contrario.

Bueno, creo que después de lo que acabo de intentar argumentar aquí, lo menos que os puedo desear a todas y a todos los que participáis en este congreso es que estos días de estancia en Barcelona sean... tan placenteros como sea posible.




Conferencia presentada en1er Congreso Internacional de Doctorandos/das en Psicología Social Bellaterra, 8-11 de febrero de 2000