Athenea Digital - num. 0 abril 2001-
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¿Qué es lo que nos mueve a investigar? ¿por qué este empeño y para qué este esfuerzo? Constituyen estos los interrogantes fundamentales a partir de los cuales, este trabajo, en un recorrido argumental que atraviesa varios tópicos relativos al "deber ser" del quehacer científico social -objetividad, saber, transformación- sustenta la tesis de que "el placer es precisamente lo que nos queda para fundamentar nuestro compromiso con la investigación." Ello no significa adoptar un criterio laxo y complaciente, porque sólo las investigaciones de gran calidad, de implacable rigor, de concienzuda factura, y de sostenido esfuerzo, consiguen constituirse en un bello objeto de pensamiento capaz de modificar a quienes las han elaborado y a quienes tomamos conocimiento de ellas. Sustituir el viejo barómetro de la objetividad por el heterodoxo barómetro del placer? tema fundamental del artículo?, no es ni mucho menos retroceder en el nivel de exigencia al que debe responder una investigación. Todo lo contrario. Palabras clave: investigación, principios científicos, objetividad, placer
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¿What is it that moves into researching? ¿Why do we conduct it and what is such effort worth? These are the main questions underlying this paper: a tour into several of the topics involved in the "ought to's" of social sciences -objectivity, knowledge, transformation. His claim is that "pleasure is precisely what we count on to found our commitment for researching". Such claim does not imply in any way rather soft or pleasing criteria, for only the studies of great quality, implacable rigour, conscious elaboration and sustained effort, manage to reach the place of a beautiful objects of thought, capable of modifying their authors as well as those who enter in contact with them. To replace that old barometer of objectivity by the hetherodox barometer of pleasure -the main subject of this paper- is not to lowen any of the levels that a good social practice demands. Quite the contrary. Keywords: research, scientific principles, objectivity, pleasure |
Ambas opciones tienen sus pros y sus contras. Fondear en la objetividad
también puede ser placentero, navegar hacia el placer también puede significar
navegar hacia la objetividad. He elejido la metáfora del viaje porque toda
investigación es, por definición, un viaje hacia lo desconocido. Un viaje que
algunos de vosotros y de vosotras habeis emprendido hace poco tiempo y que otros,
como yo por ejemplo, estamos más cercanos a concluir. Pero esto no significa que quienes llevamos
años surcando los mares estemos más cerca de llegar a puerto o que vislumbremos
mejor la meta que quienes recien se han lanzado a la mar. Una mar que siempre
es un mar de dudas, o que debería serlo, para todos, porque la duda es precisamente
lo que mantiene a flote y lo que hace avanzar la nave de la investigación. Me ha parecido que lo mejor que podía hacer
en el inicio de este congreso era hablar simplemente de nosotros. Reflexionar
unos momentos sobre quienes somos, vosotros y yo, y qué hacemos aquí. Esto puede parecer difícil porque somos,
por supuesto, muy diversos, muy heterogéneos. Somos un conglomerado de diferencias,
pero por encima de las mil y una diferencias que fragmentan esta asamblea en
tantos universos distintos como personas la componemos, todas y todos los que
estamos hoy en esta sala tenemos también, por supuesto, varias cosas en común.
Una de esas cosas que tenemos en común y que de hecho motiva nuestra presencia
aquí, es el haber contraído un compromiso explícito, formal, objetivado, con
la voluntad de investigar, con la voluntad de contribuir a la producción de
conocimientos y con la voluntad de participar en el quehacer científico/académico
de la Psicología social. Característica común, por lo tanto, que nos
funde en un mismo colectivo pero que también nos lanza una interrogación: ¿qué
es lo que nos mueve a investigar? ¿por qué este empeño y para qué este esfuerzo? Sugiero que pongamos entre paréntesis una
serie de factores y de explicaciones que son ciertamente importantes pero que
no dejan de ser tangenciales en relación a la interrogación que plantea nuestro
compromiso con la investigación. No cabe duda de que debemos dejar un lugar
para las casualidades de la vida y otro para las simples exigencias de la supervivencia.
Está claro que si algunos de nosotros estamos comprometidos hoy con la investigación
es más por un concurso de circunstancias que nos ha conducido en esta vía que
por propia y deliberada decisión. La vida decide con frecuencia por nosotros,
y puede ocurrir que en este caso también haya decidido por nosotros. Está claro
también que no se puede menospreciar la simple conveniencia de conseguir una
titulación o de intentar alcanzar un modus vivendi y un estatus profesional
que no es peor que otros y que es incluso, muchas veces, mejor. Pero encerremos
estos factores en un paréntesis y vayamos a otro tipo de motivaciones más principiales,
por decirlo de alguna manera. ¿Qué es lo que nos mueve a investigar? ¿Por
qué este empeño y para qué este esfuerzo? ¿Acaso nos hemos comprometido con
la investigación psicosocial porque queremos producir conocimientos que incidan
sobre la realidad social y que nos permitan cambiar, por supuesto para bien,
algunas de sus características? ¿Saber para poder? Saber para poder es un lema
que ha animado, explícita o implícitamente, el quehacer de muchas de las grandes
figuras de la Psicología Social, Solomon Asch, Muzafer Sherif, Kurt Lewin, Leon
Festinger, por nombrar solamente algunos de los más conocidos. Esta intención es ciertamente admirable pero,
por suerte o por desgracia, no nos sirve, no resiste un examen mínimamente serio
de las relaciones tejidas entre teoría y práctica en las ciencias sociales. Desde hace ochenta años, cien años... o muchos
más años aún según definamos la Psicología social, vivimos en un mundo donde
la investigación psicosocial está presente. Estamos en un mundo con Psicología
social. Imaginemos ahora un mundo donde la investigación psicosocial no estuviera
presente, donde esta no existiera. Un mundo sin. ¿En qué se diferenciarían un
mundo con y un mundo sin? Un mundo sin alcohol sería sin duda distinto, un mundo
sin literatura sería sensiblemente diferente, un mundo sin investigación física
sería radicalmente otro, pero mucho me temo que un mundo sin Psicología social
sería sustancialmente el mismo que un mundo con, salvo para algunas generaciones
de estudiantes universitarios que han visto cómo se cruzaba la Psicología Social
en su camino, para algunas editoriales que deberían refundar sus catálogos,
y por supuesto para quienes hemos hecho profesión de esta disciplina. ¿Por qué serían tan parecidos un mundo con
y un mundo sin Psicología Social? El problema no está en que se ha hecho poca
o mala investigación psicosocial, no es, en absoluto, una cuestión de cantidad
o de calidad. El problema está en que el tipo de objeto, el tipo de realidad
sobre el que versa el conocimiento psicosocial no es susceptible de ser modificado
deliberadamente a partir del conocimiento que sobre él se produce. ¿Porqué no
lo es? Pues porque ningún objeto social, ningún fenómeno social es lo suficientemente
simple para que se puedan establecer con la necesaria precisión las coordenadas
de sus condiciones iniciales, y si las condiciones iniciales del momento presente
de un fenómeno social no pueden ser conocidas, tampoco se puede calcular
su futuro. Y si no se puede calcular su futuro, si no se pueden hacer
predicciones fiables sobre su desarrollo temporal, tampoco se puede saber qué
es, precisamente, lo que convendría alterar para dibujar otro futuro. Por cierto, ocurre exactamente lo mismo en
la física de las partículas, es imposible, no por razones técnicas, sino por
razones de principio, establecer las condiciones iniciales de una partícula.
Pero la mecánica cuántica encuentra en la predicción estadística la manera de
salvar la utilidad práctica de sus conocimientos, que es grande, pese al principio
de indeterminación de Heisenberg. Las ciencias sociales no gozan de ese privilegio
porque, dejando de lado consideraciones puramente éticas, los estados posibles
de los objetos sociales no se reducen a unas pocas dimensiones como es el caso
de los objetos microfísicos. La lista de argumentos que hacen tambalearse
la bien intencionada voluntad de producir saber para cambiar las cosas es amplísima.
Por ejemplo, podríamos hacer referencia también al hecho de que los sistemas
sociales son sistemas abiertos con fuerte variedad interna, y todas las consecuencias
que esto implica, o al hecho de que lo social es emergentista, con
todas las consecuencias que esto implica, o al hecho de que el significado que
es, no lo olvidemos, constitutivo de lo social, no se presta por definición
a la formalización, y podríamos hacer referencia a muchas más cosas, pero quizás
podamos resumir todo esto diciendo simplemente que la sociedad no es una bola
de billar y que si aceptamos la validez del principio de complejidad, y parece
razonable aceptarla, entonces tenemos que pagar el precio de renunciar a creer
que podemos modificar la realidad social a partir del conocimiento que sobre
ella consigamos elaborar. ¿Por desgracia? ¡No! Yo diría más bien por suerte,
porque si no se tornaría imposible cualquier sueño de libertad... Pero esta
es otra historia que no abordaré aquí. La realidad no se deja modificar por el conocimiento;
saber no es poder. Creo poder vislumbrar cierta sorpresa en los ojos de quienes
me conocen. Lo repito: la realidad no se deja modificar por el conocimiento;
saber no es poder ¿Acaso puedo seguir reivindicando, como efectivamente lo hago,
el construccionismo social y las aportaciones de Foucault después de decir cosas
como estas? Y si lo hago, ¿acaso no estaré violando alegremente el principio
de no contradicción afirmando simultáneamente A y no A?
No lo creo. No hay contradicción entre afirmar por una parte, como lo hace el
socioconstruccionismo, que la realidad es cognitivo-sensible al
igual que se dice, en otros ámbitos, foto-sensible, es decir, que
la realidad resulta inevitablemente afectada por el conocimiento y afirmar por
otra parte, con la misma convicción, que la realidad no es modificable a partir
del conocimiento. Intentaré explicarlo. Es cierto que el conocimiento que los psicólogos
y psicólogas sociales hemos elaborado hasta el presente no ha tenido el suficiente
carácter innovador, ni el suficiente poder dilucidador, ni la suficiente difusión
social para conseguir impactar de manera significativa en la sociedad y alterar
algunas de sus características. Pero no existen razones de principio para descartar
que esto pueda ocurrir en un futuro. La cosa está en vuestras manos, en las
manos de las nuevas y de los nuevos investigadores. Sin embargo, sí existen
razones de principio para descartar que el conocimiento psicosocial, por muy
innovador, por muy dilucidador y por muy socialmente difundido que este pueda
ser, pueda ser utilizado para modificar deliberadamente la sociedad en una dirección
determinada. La realidad es dependiente del conocimiento que tengo de ella,
como lo veremos más adelante, pero a su vez, el conocimiento que de ella tengo
no me permite operarla de manera propositiva por las razones a las que he aludido
hace unos instantes. Cuidado, esto no significa que seamos incapaces de actuar
puntualmente sobre nuestro entorno. Podemos hacerlo, y de hecho lo hacemos.
Pero lo hacemos, bien lo saben todos los que trabajan en el campo de la intervención
social, con toda la inseguridad y con toda la modestia del simple bricoleur
que hace acopio de saberes prácticos difícilmente explicitables y formalizables
en su totalidad más que con la tranquila confianza del ingeniero. Las sociotecnologías
no dan para más, lo cual no significa que sean inútiles. Si abandonamos a sus aporías la loable intención
de promover el conocimiento psicosocial para poder operar certeramente la realidad,
¿acaso podemos justificar nuestro compromiso con la investigación diciendo que
lo que nos mueve en ese empeño es simplemente el deseo de conocer mejor la realidad,
y la intención de acotar mejor sus características? Saber para así poder dar
cuenta de la realidad. Esta podría ser una buena razón. Pero lamentablemente se trata de otra loable
intención que tampoco nos sirve y que tampoco resiste un examen mínimamente
serio de las relaciones que se tejen entre conocimiento y realidad. El camino
que nos conduciría hacia un conocimiento objetivo de la realidad se pierde en
el mundo de las cosas imposibles aunque sólo sea por la sencilla razón de que
somos, nosotros mismos, parte integrante de la realidad. No podemos mirar objetivamente
la realidad porque nada puede ponerse a distancia de sí mismo para contemplarse
desde un lugar distinto al que ocupa. El ojo no puede verse a sí mismo en el
acto de mirar, y cuando recurre a un artefacto para verse, solo alcanza a producir
la imagen de una imagen. Somos prisioneros de una imagen porque estamos dentro
de esa imagen y no existe meta-nivel alguno donde poder situarnos para contemplar
la imagen de la que formamos parte. En un proceso infinitamente recursivo, solo
podemos construir la imagen de una imagen, de una imagen, de una imagen
No podemos ver la realidad desde fuera de
la realidad para saber cómo sería esta si no estuviéramos en ella. Cuando hablamos
de la realidad, estamos hablando de algo de lo cual formamos parte, estamos
hablando de una entidad que nos engloba como elemento constitutivo. No podemos
separar sus características de las nuestras, nuestras características están
en ella o, dicho de otra forma, la realidad tiene las características que tiene
porque nosotros somos como somos. Y si nosotros fuéramos distintos, la realidad
también sería diferente. Esto ocurre por supuesto con cualquier elemento de
la realidad, si cambia, también cambia la realidad, pero las consecuencias son
muy diferentes, porque nosotros somos el único elemento de la realidad que habla
de la realidad y que profiere acerca de ella un discurso de saber que la toma
por objeto. La reflexividad es la condición para la posibilidad misma del conocimiento,
pero es también la condición que marca inevitablemente sus límites. En tanto que somos componentes insecables
de la realidad, sólo podemos acceder a cómo es la realidad en función de nuestras
características, nunca con independencia de ellas. Los objetos que nosotros
individualizamos como tales en la realidad, no poseen propiedades en sí mismos,
sus propiedades resultan de nuestra interacción con ellos. La mecánica cuántica no deja dudas al respecto.
Las propiedades de los objetos, de las partículas en este caso, resultan de
la construcción que de ellas hacemos mediante las operaciones a las que sometemos
el objeto. No es simplemente que no las conozcamos si no operamos sobre ellas,
es que propiamente no existen con independencia de esas operaciones. Y es más,
la no separabilidad ilustra el hecho de que el simple conocimiento
de una propiedad y su consturcción como tal propiedad afecta instantáneamente
a las propiedades de otros objetos alejados en el espacio. Frente a las reticencias
de Einstein, la interpretación de la escuela de Copenhaguen adquiere aún mayor
fuerza con el desarrollo de la teoría de los campos cuánticos. Conferimos propiedades
a la realidad en el proceso mismo de investigarla. Atribuimos a la realidad
propiedades que no están sino en nuestra manera de tratar con ella. Situándonos ahora en el plano del conocimiento,
resulta que sólo podemos conocer, no la realidad, sino el resultado de nuestra
inserción en la realidad, el resultado de nuestro formar parte de la realidad,
de nuestro ser también nosotros mismos la realidad. Conocemos la resultante
de nuestra presencia en ella, nunca algo que sea independiente de nosotros,
por la sencilla razón de que no podemos abstraernos de la realidad y ponernos
al lado de ella. Así como (a no ser que me convierta súbitamente
en Peter Pan) no puedo saltar por encima de mi propia sombra, tampoco puedo
saltar a la realidad por encima de mi conocimiento de ella. Esto significa que
cuando operamos la realidad para producir conocimientos, no estamos operando
algo que sea independiente del conocimiento, operamos no un objeto independiente
sino una relación, nuestra relación al objeto que pretendemos conocer, operamos
pues un objeto de segundo orden. Al igual que el ojo que se mira a sí mismo,
sólo podemos fabricar la imagen de una imagen y escudriñar no la realidad sino
la construcción que de ella hemos hecho en base a que nosotros somos como somos.
Sólo podemos acceder, por lo tanto, a un objeto que es, por naturaleza, de segundo
orden ¿qué ocurre con la tan celebrada objetividad si resulta que el sujeto
está inevitablemente inscrito en el objeto? Sin duda, habrá que referir el sujeto
en la propia definición de la objetividad o, mejor aún, habrá que difuminar
la dicotomía sujeto/objeto, y esto puede alejarnos bastante del concepto heredado
que aún siguen repitiendo machaconamente todos los manuales del recto proceder
científico. ¿Conocer mejor la realidad tal y como es?
¡No! Conocer mejor lo que nuestras características construyen como realidad.
Y no olvidemos que entre nuestras características está la de ser sapiens,
la de ser objetos pensantes, con lo cual, como partes insecables que somos de
la realidad, introducimos esta característica, esta dimensión en tanto que elemento
constitutivo de la propia realidad. En este sentido, sólo lo pensable es real,
y sólo lo ya pensado es real en el momento presente. Desengañémonos,
no podemos producir conocimientos sobre una realidad independiente, no podemos
conocerla tal y como es per se con independencia de nosotros. Sólo
podemos aspirar a conocer mejor nuestro conocimiento de la realidad. Las implicaciones de este planteamiento son
múltiples, pero me gustaría resaltar una de ellas. Si formamos parte de la realidad,
nosotros y nuestros conocimientos, si la realidad es como es porque nosotros,
incluidos nuestros conocimientos, somos como somos, entonces, cuando añadimos
elementos a nuestro conocimiento y lo cambiamos, también estamos cambiando la
realidad. Producir conocimiento sobre algo es un proceso que hace que ese algo
devenga diferente como consecuencia del propio proceso de establecer sus características.
Conocer es, por consiguiente, un proceso que siempre se queda un paso atrás
del objeto conocido, puesto que al formarse ya lo ha transformado. Por mucho
que corramos nunca alcanzaremos el horizonte porque este se desplaza a la misma
velocidad que nuestro avance. Conocer no es, por lo tanto, acotar la realidad
tal y como es, es construirla de forma distinta, es decir, modificarla. Bien, si nuestro firme compromiso con la
producción de conocimientos no puede fundarse en la pretensión de modificar
propositivamente la realidad, saber para poder, ni tampoco en la pretensión
de conocer la realidad tal y como es, saber para dar cuenta de la realidad ¿qué
nos queda? ¿por qué dedicarnos con tanto empeño a la investigación? El poder, decía Foucault, produce placer,
resulta que el poder y el saber se compenetran íntimamente, es fácil extrapolar
que también el saber produce placer. El placer es precisamente lo que nos queda
para fundamentar nuestro compromiso con la investigación. El placer de pensar,
el placer de entrar en el juego de la confrontación y del intercambio de saberes
con los demás. Pero sobre todo, investigar es una, hay otras, por supuesto,
pero es una de las diversas prácticas que están a nuestro alcance para experimentar
con alguna intensidad el placer de vivir, el placer de sentirnos vivos. Y la
razón es muy sencilla. Por una parte, la vida es intrínsecamente cambio, es
modificación constante, es transformación incesante. La vida, como bien sabemos,
se acaba cuando cesa el cambio. Por otra parte, pensar, pensar de verdad, seriamente
y profundamente es, necesariamente, cambiar de pensamiento. Después de haber
focalizado intensa y productivamente nuestro pensar sobre una cuestión determinada,
no podemos seguir pensando acerca de ella lo mismo que antes de haberla sometido
a esa interrogación. Pensar, decía nuevamente Foucault, es siempre cambiar de
pensamiento. Y como lo que somos no es independiente de lo que pensamos, pensar
es ponernos en trance de cambiarnos nosotros mismos, es adentrarnos en la aventura
de devenir constantemente otro de lo que somos. La vida es cambio,
el pensamiento es cambio. Mientras vivimos cambiamos, mientras pensamos cambiamos.
Y es por eso por lo que pensar es una de las maneras de saborear el inconfundible
placer de sentirnos vivos. Motivo que quizás sea suficiente para fundamentar
nuestro compromiso con la investigación. Ya sé que la investigación no es la única
forma de estimular el pensamiento, y alguien me podría decir que se podría conseguir
lo mismo simplemente con leer, con consumir escritos ajenos. Pero esto no es
así. Aparte de que no hay, obviamente, investigación sin lecturas y que cierta
forma de leer puede ser, en sí misma, una investigación absolutamente legítima,
resulta que Giambatista Vico nos hizo ver, hace ya muchísimo tiempo, que sólo
conocemos plenamente aquello que nosotros mismos hemos construido. Es construyendo
conocimientos mediante nuestra investigación como conseguimos pues ejercitar
más plenamente una facultad de pensar que sea capaz de engendrar cambios en
nosotros mismos. Y es por eso por lo que puedo afirmar aquí con toda tranquilidad
y con toda seriedad que deberíamos sustituir los criterios estándar que utilizamos
habitualmente para valorar la calidad de las investigaciones, de los artículos,
de las tesis, de las memorias de investigación, por un criterio bien sencillo:
la cantidad de placer que nos proporciona tal o cual investigación, o sea, el
grado en que contribuye a que nos sintamos vivos. En el frontispicio de la Ciencia
quizás deberíamos sustituir el famoso lema que nadie entre aquí si no
es geómetra por otro que diga simplemente que nadie entre aquí si
no es para disfrutar. Y créanme, adoptar el criterio del placer no significa
adoptar un criterio laxo y complaciente, porque sólo las investigaciones de
gran calidad, de implacable rigor, de concienzuda factura, y de sostenido esfuerzo,
consiguen constituirse en un bello objeto de pensamiento capaz de modificar
a quienes las han elaborado y a quienes tomamos conocimiento de ellas. Sustituir
el viejo barómetro de la objetividad por el heterodoxo barómetro del placer,
no es ni mucho menos retroceder en el nivel de exigencia al que debe responder
una investigación. Todo lo contrario. Bueno, creo que después de lo que acabo de
intentar argumentar aquí, lo menos que os puedo desear a todas y a todos los
que participáis en este congreso es que estos días de estancia en Barcelona
sean... tan placenteros como sea posible.
Conferencia presentada en1er Congreso Internacional
de Doctorandos/das en Psicología Social Bellaterra, 8-11 de febrero de 2000