Comentario a: Ibáñez Gracia, Tomás. ¿Fondear en la objetividad o navegar hacia el placer?

Athenea Digital, nº 0, abril 2001


Brígidad Mestres
Universitat Autònoma de Barcelona

Un mundo con sentidos emergentes y actuales, construido sobre la base de conocimientos producidos en la vivencia y en la acción de este mismo mundo, constituye el escenario problemático a partir del cual Tomás Ibáñez, se pregunta por el valor y la función del conocimiento producido en el quehacer de la Psicología Social. La búsqueda es, entonces, la de establecer un criterio que asista a la investigación psicosocial, en la definición y justificación del ethos de su propia actividad. La razón se torna evidente cuando se advierte que la naturaleza del objeto de investigación de estas disciplinas hace referencia a una realidad compleja, indescifrable e impredecible, lo cual desanima de entrada cualquier voluntad de acción transformadora. A ello se le añade la problemática inherente al propio hecho de conocer que, dado el carácter inseparable que tienen la observación y las referencias de los observadores, deja al sujeto incapacitado para proporcionar un conocimiento objetivo de la realidad. Con todo esto, la justificación de un compromiso con la investigación social se vuelve cada vez más problemática dando lugar a un absoluto escepticismo. Es precisamente para solventar esta aparente fatalidad, que Ibáñez asume una apuesta para reivindicar la actividad científico-académica de la Psicología Social; por eso, no sólo la deslastra de sus fundamentos tradicionales sino que, además, la pone a funcionar en el interior de otra lógica valorativa. Ésta es: el Placer y su eficacia.

I

Sobre la base de una certeza que afirma: que un mundo SIN Psicología Social no sería muy diferente al mundo que tenemos,  el autor intenta demostrar desde el comienzo cómo: la producción de un saber científico sobre la realidad social no se encuentra vinculado necesariamente con la posibilidad de provocar en ella cambios de una manera deliberada. La interrogante ¿saber para poder cambiar las cosas? es utilizada así para condensar la intencionalidad de una búsqueda ―que habría animado buena parte de la tradición del pensamiento social―, en referencia a la cual el autor opone la contundencia de una realidad que no se deja calcular; una realidad que simplemente no se deja observar en toda su complejidad. “Ningún objeto social, ningún fenómeno social es lo suficientemente simple para que se puedan establecer con la necesaria precisión las coordenadas de sus condiciones iniciales” Las consecuencias de esta imposibilidad se reflejan, de esta manera, en la forma de una equivalente incapacidad tanto para predecir los futuros acontecimientos como para determinar qué es exactamente aquello que sería pertinente cambiar y hacia dónde. Luego del repaso de tales argumentaciones, la pretendida funcionalidad del conocimiento científico-social, como generador de cambios en la sociedad, queda cuanto menos en entredicho.

II

La realidad social se ve, sin embargo, constantemente perturbada por el conocimiento que se produce sobre ella. De hecho, cualquier relación de interacción social y cualquier producción de acción con sentido se nutren, necesariamente, por referencias cognoscitivas que proveen mínimamente  de la información básica para anticipar la conducta de los otros; y en muchos casos, este tipo de relaciones alcanzan un grado de estructuración tal que fomentan la repetición y, por tanto, posibilitan la predicción de los acontecimientos con altos grados de certeza. Claro está, que la certeza absoluta es un imposible por el simple hecho de que el entorno siempre es más complejo que el conocimiento que media en la perturbación pero, según como sea el gradiente de acoplamiento estructural entre ambos, puede tenerse más o menos control sobre los efectos de dicha perturbación o, dicho con otras palabras, el poder del conocimiento para cambiar la realidad será mayor o menor en función de la capacidad de dicho conocimiento para transformarse a sí mismo en sus relaciones con esa realidad que constantemente transforma.

Con independencia de que esta sea una discusión sugerida o no en el artículo, la intención fundamental de negar el poder del conocimiento es, suponemos, la de crear un doble efecto: por una parte, desplazar al conocimiento científico de su pretendida posición de saber privilegiado, así como al investigador de su impostura de observador también privilegiado; por la otra, construir una semántica diferente en torno a la tranquila noción de “cambio social”. Cuando Tomás Ibáñez afirma que “la realidad resulta fuertemente impactada por el conocimiento que se produce sobre ella”, recrea, junto al socioconstruccionismo,  la diferencia entre: la pretensión de crear cambios deliberados en la sociedad a partir de la producción de conocimientos, y el hecho cierto de que la realidad va cambiando conforme se va desarrollando y transformando la propia vivencia y la propia acción humana. En el trasfondo de estas afirmaciones se encuentra la circunstancia asociada al carácter emergente de aquello que llamamos social, cuyas consecuencias se reflejan no sólo en el hecho de que “los significados constitutivos de un mundo con estas características no se prestan, por definición, a la formalización”, sino que con ello introducen el problema de la observación y de la multiplicidad de observadores y observaciones que significan este mismo mundo. De esta forma, el artículo abre las puertas a la interrogante anunciada.

III

¿Saber para poder dar cuenta de la realidad? La imposibilidad de arribar a un conocimiento objetivo de la realidad social se convierte entonces en el planteamiento a demostrar. La certeza de que el conocimiento es un resultado que no puede independizarse de las características del hecho mismo de la observación, se desglosa en varias afirmaciones de principio. “No podemos mirar objetivamente la realidad porque nadie puede ponerse a distancia de sí mismo para contemplarse desde un lugar distinto al que ocupa”. Por lo tanto, no podemos ver a la realidad desde fuera de la realidad para saber cómo sería ésta si no estuviéramos en ella”. De esta manera, la dicotomía sujeto/objeto ha de ser disuelta necesariamente bajo la premisa de que todo observador se reconoce en la realidad que observa, es decir, forma parte de aquello que quiere observar y lo construye. Con lo cual sólo podemos aceptar conocer mejor nuestro propio conocimiento de la realidad. Esta afirmación es muy importante, pues es aquí el lugar en el cual el conocimiento científico y el mal llamado “conocimiento vulgar” se hermanan en una relación de equivalencia respecto al valor que podemos atribuir al conocimiento en sí mismo. Como bien dice el autor: “el conocimiento es el resultado de nuestro formar parte de la realidad, de nuestro ser nosotros mismos la realidad”.

IV

“El placer es precisamente lo que nos queda para fundamentar nuestro compromiso con la investigación”. Con esta frase, Tomás Ibáñez engloba una serie de argumentos que circundan en torno a las nociones de cambio, conocimiento y vida. Afirma que toda forma de pensamiento implica cambio, pues al pensar la realidad la estamos cambiando al generar un conocimiento distinto de ella cada vez. Asimismo, todo proceso vital se verifica ante nuestros ojos por la experiencia del cambio. De esta forma, concluye en que “pensar es una de las maneras de saborear el inconfundible placer de sentirnos vivos”. La propuesta sería entonces cambiar el ortodoxo barómetro de la objetividad por el heterodoxo barómetro del placer en aras de justificar nuestro compromiso con la investigación. “¡QUE NADIE ENTRE AQUÍ SI NO ES PARA DISFRUTAR!”

La discusión sobre el valor y la función del conocimiento, sin embargo, parecieran no agotarse en la disputa entre objetividad o contingencia. Por el contrario, el transitar por los argumentos de esta reflexión invita a mantenerla viva, en la medida en que la asunción de que toda suerte de realidad resulta de aquello que es pensado sugiere una relación de función entre el conocimiento y los efectos que éste produce. La experiencia de estar en el mundo supone un constante redefinir de los conocimientos que nos orientan; y ello implica un constante reacoplamiento  y una constante incorporación de las casualidades en pro de la ganancia de seguridades futuras. El hecho de que las seguridades tengan necesariamente que redefinirse, no significa que su búsqueda no sea algo que invite precisamente a su redefinición constante. Tener certezas en el mundo no implica, ni mucho menos, “fondear en la objetividad” sino redefinir constantemente el mundo a partir del cambio que en él se puede llegar a experimentar. El riesgo, por ejemplo, no es otra cosa que una relación problemática con el mundo y con su temporalidad, la cual supone una constante alerta en relación con los futuros posibles ―pensables e impensables―; y esto, bien puede atravesarnos en forma de placer o de constante zozobra.

 
4/12/01