Athenea Digital. número 0 - Abril 2001

Vázquez, Félix (2001)
La memoria como acción social, Barcelona: Paidos. 2001.



Eduardo Rodríguez
Universitat Autónoma de Barcelona

 

Escribir  un libro que se supone de psicología social, con base, en buena medida, en (p)referencias literarias, cinematográficas y hasta en recursos autobiográficos es y será siempre una audacia. Pero Félix Vázquez la convierte definitivamente en una actividad de alto riesgo cuando desde un principio se vale de la literatura para ¿Involuntariamente? Provocar la adhesión o el rechazo definitivo del lector, que desde que lee las primeras líneas de la introducción sabe que va a leer un libro en el que la intertextualidad y el juego narrativo ocupan un lugar central. Porque si de entrada el autor  recurre a Valle-Inclán, para situarse en relación con el conocimiento y sus criterios de verdad, su referencia a Julio Cortázar, no es un simple pretexto para citarlo, o uno de esos recursos originalistas para iniciar un libro que después caerá en la monotonía de lo manido y lo repetitivo, sino una auténtica toma de posición en relación con la escritura; es decir, con la memoria; es decir, con la vida. 

Hay pocos libros que pertenezcan tanto al lector, como esa novela cada día mejor escrita que es Rayuela, y Félix Vázquez, de la manera más natural,  se vale de ella para, definir su lugar desde el principio. Así, este psicólogo social preocupado por los avatares de la memoria y el olvido, del pasado y el futuro, indisolublemente engarzados en el inasible presente; del recuerdo como función de la construcción colectiva de nuestro futuro, se posiciona, precisamente del lado de allá de la psicología social; de ese lado incómodo y abrupto en el que -Tomás Ibáñez dixit- reina Penélope con su tela tejida de día y destejida de noche...De ese lado en el que se asumen

“...la complejidad, la historicidad, la trascendencia de la naturaleza simbólica e intersubjetiva de la realidad, la reflexividad, el no-representacionismo, la relevancia de la agencia humana, las dimensiones axiológicas del conocimiento y (...) las consecuencias que se desprenden del trabajo que se desarrolla.” (p. 24).         

El libro que Félix Vázquez ha pergeñado, además de ser altamente recomendable en muchos sentidos, es un libro curioso, pues al leerlo da la impresión de que el autor ha reunido en él todos los  libros, ajenos y propios,  que le hubiera gustado escribir. Lo admirable es que lo ha hecho sin menoscabo del rigor disciplinar, ni de la necesaria propositividad que puede esperarse de un texto escrito desde la lente crítica de la psicología social. La extensa bibliografía –a veces tal vez excesiva- referida a lo largo de la obra es una prueba de ello. Pero, al mismo tiempo, lo que Félix Vázquez no ha hecho es escribir un libro de psicología social aburrido. Y eso ya se agradece en un contexto en el que pareciera que alguna tácita e inviolable ley obliga a los científicos a escribir libros tediosos e incomprensibles y a considerar a los lectores de este tipo de obras que entre más tediosos e incomprensibles más científicos. He dicho “pareciera”, sin embargo esa ley existe, es la ley de la fidelidad a un conjunto de prácticas  discursivas, a una cierta retórica, que en general conocemos como lenguaje científico. Félix Vázquez viola impunemente esa ley y desde ese otro lado de la psicología social, utiliza explícitamente el lenguaje literario como herramienta desconstructiva, bajo el argumento de que...

“El lenguaje literario puede constituir, singularmente, un fuerte revulsivo en la desontologización de la realidad social ya que permite acercamientos diferentes a los que imperan en la retórica académica (...) Asimismo, permite, por su propia idiosincrasia, la producción y el desposeimiento de los objetos de entidad independiente , ofreciendo una visión donde el texto da cuenta de la realidad del mundo exterior, no donde el mundo exterior marca la pauta de lo que es real o no.” (P. 35). 

La tesis central del libro es la de que la memoria, en la que por cierto el olvido juega un papel fundamental,  es el pivote de construcción del pasado, pero también del futuro,  en tanto que dota de continuidad a la realidad y da sentido al presente. La memoria así, no puede seguir siendo considerada una suerte de colección mental de recuerdos inertes más o menos compartidos acerca de hechos ya sucedidos e irremediablemente inmodificables. Todo lo contrario: es necesario asumir que se trata de un mecanismo de reconstrucción y resignificación de elementos vivos, que están ya presentes o requieren ser incorporados al imaginario social como una necesidad socialmente compartida de reactivación de la realidad pasada y presente y, en esa medida, de la proyección del futuro. 

Es en torno a esa tesis central que giran los tres grandes momentos  del texto. El primero, que da cuenta de algunas de las tensiones fundamentales que han caracterizado al estudio de la memoria, principalmente la existente entre una concepción individualista, centrada en la idea de que la memoria y el olvido son actividades propias y exclusivas de la vida mental de las personas, y una concepción que ve en la memoria y el olvido un conjunto de procesos inherentes al carácter eminentemente social e histórico de la vida humana. Ambas concepciones tienen por supuesto sus propios puntos de tensión, sin embargo, los que de manera fundamental le interesa desarrollar al autor son los de la segunda, con especial énfasis en el antagonismo entre una linea, digamos cognitivista-representacionista y otra –a la que el autor apuesta- y...

 “...(cuyas) características comunes se pueden resumir en la consideración de la memoria como una práctica social caracterizada por la construcción conjunta, significativa, donde el lenguaje, las argumentaciones, constituye la sustancia fundamental”. (P. 49) 

Sobre esa base Vázquez desarrolla una serie de razonamientos en torno a ciertos usos actuales de la memoria, ya como objeto de atracción mediático, ya como herramienta historiográfica que produce efectos específicos en la recuperación del pasado, para terminar este momento del texto con un recuento de los principales problemas que actualmente debería sortear el estudio de la memoria. A saber: la historificación (hipertrofia historiográfica) que tendría efectos paralizantes, vía la conmemoración, principalmente. En segundo lugar, la espectacularización, que conduciría a la muerte del pasado, a partir de su banalización, de su conversión en anécdota puesta en el mercado para su consumo, lo cual la convertiría en parte de una amalgama en la que pasado y presente se confunden en un todo viscoso y carente de significado. La tercera dificultad sería la telepresencia, que tiene una relación directa con las llamadas nuevas tecnologías, cuyas características de velocidad y desespacialización, conducirían a una especie de temporalidad hipertrofiada, en la que se viviría permanentemente bajo una sensación de inmediatez absoluta. Finalmente, y tal vez para atenuar un poco el tono pesimista, esta parte termina con una reivindicación del olvido y de su indisoluble vínculo con el recuerdo. 

El segundo y, sin lugar a dudas, mas importante momento del libro, es en el que el autor, anécdotas autobiográficas aparte, aborda las relaciones de determinación existentes entre la memoria y el lenguaje, a partir, fundamentalmente, de la forma en que las personas expresan lo que recuerdan y de las formas en que esto ha sido interpretado por las ciencias sociales. Para ello, Vázquez, argumenta en torno al carácter normativo de la memoria, no sólo en tanto elemento de construcción de la realidad, sino también como generadora de pautas y de modelos que permiten seguirla construyendo. Esto es así en la medida en que lo que recordamos, lo recordamos enmarcado en y desde un contexto social, sobre el que inevitablemente compartimos significados y participamos de las vivencias de los otros en la misma medida en que los otros toman parte en nuestras vivencias, lo que da cuenta del carácter innegablemente intersubjetivo de la acción social y eso es también lo que otorga inteligibilidad a las memorias individuales. Sin embargo, gracias al pragmatismo –rortiano sobre todo- hemos aprendido que cuando elaboramos un discurso, lo relevante no es la veracidad o no del mismo, sino los efectos que genera. Lo mismo sucede con los recuerdos “...(cuya) literalidad o exactitud (suelen) carecen de importancia” (p.89). 

El objetivo que persigue Félix Vázquez en este segundo momento del texto es desarrollar la idea de que la memoria es una construcción social que produce consecuencias directas en el contexto en el que la acción se genera. Esto tiene como fundamento el carácter discursivo del recuerdo y el grado de significación que guarda en la construcción de las interacciones sociales:

“...resulta erróneo considerar la memoria como simple conservación de acontecimientos del pasado. La memoria se construye en cada relación, mediante la negociación, la dialéctica, la justificación y la acción conjuntas. En este sentido, toda memoria es compartida.” (P.130) 

No se debe pasar por alto que una buena parte de los argumentos de Vázquez se basa en una crítica férrea al cognitivismo y al representacionismo, cuyas   nociones o bien desocializan la memoria, o bien la convierten en un elemento intraindividual,  común entre las personas, pero no construido en común y mucho menos dirigido a la construcción de realidad. No como experiencia compartida, negociada,  sino como suma de experiencias individualizadas.

Finalmente, el tercer momento del libro da cuenta de cómo vivir en tiempo presente es permanentemente un venir desde el pasado y un viajar hacia el futuro. Pasado y futuro son siempre referencias que nos permiten hablar del presente. Sin embargo, referirnos a algo que ya fue es siempre reconstruirlo, y referirnos a lo que va a ser es siempre redefinirlo. Con ello el presente pierde el carácter totalitario generado por la ilusión de absoluto, significado por cierto tipo de relaciones de poder y se convierte en un proceso de construcción al que permanentemente dotamos de sentido.     

Por otra parte, otorgando significado al pasado imaginamos, construimos y damos también sentido al futuro. Una constante en la historia del imaginario social, ha sido la construcción de utopías, esto es, la construcción proyectiva del futuro a partir de un anhelo de recuperación o de una actitud de rechazo al pasado. Ambas dan cuenta de lo mismo de principio a fin, aunque sus  motivaciones y sus consecuencias sean, al menos ilusoriamente, distintas. Por su parte, la contrautopía –la imagen de un destino fatal- tiene como base, fundamentalmente, un rechazo al presente. Ambas - utopías y contrautopías- son, según el autor, históricas y ahistóricas a la vez, lo primero en virtud de su producción concreta, en cierto momento y bajo ciertas condiciones, y, lo segundo, en función de su carácter determinista. Sin embargo, la sociedad es un sistema abierto, internamente indeterminado e inestable,  en el que...

“Ni pasado ni futuro pueden ser deducidos del presente, sólo podemos construirlos y, como mucho, desearlos, anhelarlos o repudiarlos, pero nunca podremos saber qué evolución podrá adquirir la sociedad. Creer en la deducción y/o determinación del futuro supone la negación del tiempo en la medida en que se impugna la novedad al proceder a una reducción de los acontecimientos a encadenamientos causales.” (P.147)

 Así la temporalidad es en realidad la integración del pasado, el presente y el futuro, a través de prácticas de creación en las que confluyen interpretaciones diversas, múltiples versiones, puntos de vista, etc. Por eso, porque la temporalidad es resultado de esas prácticas, concebir el pasado y el futuro como horizontes del presente es un impedimento para tal integración.

Finalmente, y eso es a lo que nos conducen todos los caminos de este libro, recordar es exactamente hacer memoria,  esto es hacer tiempo, construirlo, darle sentido, significarlo y resignificarlo, pues no  hacemos memoria para volver a saber de algo que quedó fijado en el pasado, sino para crear ese pasado y con ello darnos la posibilidad de construir el futuro. La temporalidad, el recuerdo y la imaginación, el presente, el pasado y el futuro, como resultado de actos de creación, son formas de la experiencia histórica y son siempre susceptibles de ser modificados, reconstruidos, reimaginados. Están siempre presentes en el imaginario social otorgando sentido a la existencia, que es siempre y unívocamente acción. Eso es, por lo menos, lo que dice Félix Vázquez en este libro memorable.