Athenea Digital. número 1- Primavera 2002

Ricoeur, Paul (1999)
La lectura del tiempo pasado: Memoria y olvido. Madrid: Arrecife Producciones.



Enrique Jubés Barroeta
Doctorado en Psicología Social. Universitat Autònoma de Barcelona

 

Este texto surge del seminario impartido por Paul Ricoeur en la Universidad Autónoma de Madrid en 1996 dentro del programa doctoral. Ricoeur es un autor prolijo que en su extensa obra cuenta con textos como Tiempo y Narración I, II y III, Historia y Narratividad, La Metáfora Viva, El Sí mismo como Otro, Teoría de la Interpretación, entre otros.

Este texto en sí mismo es una excelente muestra de intertextualidad. De esta forma el autor introduce al lector en los debates filosóficos contemporáneos, convirtiéndolos en interlocutores de los problemas en cuestión. La aproximación al problema de la temporalidad y el hacer memoria, desde la mirada filosófica y política son una de las características centrales del texto.

Así desde las primeras páginas, el autor advierte de dos citas de Aristóteles que influenciarán las reflexiones a lo largo del texto, la primera es “la memoria es el tiempo”, extraída de Parva Naturalia y la segunda, procedente de la Física aristotélica (Libro IV), señala que “Todo cambio es destructor (ekstatikón) por naturaleza, y todo se genera y se destruye en el tiempo. Por eso unos le llaman ‘el más sabio’, mientras que otros, como el pitagórico Parón, es muy ignorante (amathéstaton) pues olvidamos en él (epilanthánontai en toútoi)” (222b, 12-17). Insertando la investigación del propio Ricoeur en una relación dialéctica entre los polos de la memoria como ente del tiempo y del olvido en cuanto tiempo destructor.

La organización de los estudios que presenta Ricoeur en este texto gira en torno a la discusión de tres aporías fundamentales que afectan el problema de la memoria hasta el punto de reducirlo a algo constituido por ellas mismas. La primera se refiere al tratamiento de la memoria como una “experiencia eminentemente individual”, privada, interna a la cual el sujeto que la vivencia tiene acceso privilegiado y es intransferible, “Mis recuerdos son sólo míos, me pertenecen y no los puede recordar nadie como yo”; frente a esta postura es casi imposible pensar en una reconciliación con fenómenos sociales, colectivos y públicos.

La segunda aporía se refiere a la relación entre la imaginación en cuanto proceso original y función sin referencialidad a huellas temporales y la memoria, que, aunque consista en una representación al igual que la imaginación, pretende alcanzar el pasado de forma “objetiva” para serle lo más fiel posible en la constitución del recuerdo.

Por último, la tercera aporía que se debate en el texto se refiere a la relación que tiende a la patología, entre memoria e identidad personal o colectiva, los problemas del “abuso” o la “insuficiencia” de la memoria. Para ello se hace una interesante aproximación a los procesos terapéuticos de la psicología dinámica.

Estos tres ejes reflexivos sirven de plataforma para introducir desde las primeras páginas el problema del olvido, que, según palabras del autor, ha sido muy descuidado por la filosofía —a excepción de Nietzsche—, remitiéndolo exclusivamente a una dimensión conflictiva con la memoria, es decir, “el abismo en donde la memoria extrae el recuerdo”.

En el primer estudio, titulado “Memoria individual y memoria colectiva: rememoración y conmemoración”, se desarrollan los argumentos de la primera aporía, mostrando las insuficiencias de la aproximación individualista al estudio de la memoria y desarrollando la noción de memoria colectiva, en primer lugar desde las aportaciones —ya clásicas— de Maurice Halbwachs en su texto La mémoire collective y rescatando un texto póstumo de autor, Les cadres sociaux de la memoire. La noción de identidad colectiva propuesta por Halbwachs es, según Ricoeur, sugerente pero problemática: ¿se puede presuponer que cada memoria individual es un punto de vista de la memoria colectiva? Si es así, ¿se puede hablar de la constitución de un sujeto colectivo? Para esto se deben atribuir las mismas funciones de conservación, de organización y de rememoración que la memoria individual.

Para hacer frente a este problema el autor introduce en la reflexión el problema de la conciencia histórica y hace uso de las nociones de espacio de la experiencia y el horizonte de espera de Koselleck. La primera sugiere la herencia del pasado en cuya huella de cierto modo se constituyen todas las aproximaciones a los futuros posibles. Ahora bien, sólo puede existir “espacio de la experiencia” si éste está proyectado en el “horizonte de espera”; ambos, irreductibles el uno en el otro, constituyen la conciencia histórica. Otra consideración es que el intercambio entre “espacio de experiencia” y “horizonte de espera” sólo se puede llevar a cabo en el “presente vivo” de una cultura. Este presente no es un “corte” en el tiempo, un momento fugaz; éste media la dialéctica entre “espacio de experiencia” y “horizonte de espera”. Resumiendo, el presente vivo incluye el pasado reciente y el futuro inminente. Siendo, de esta forma, la conciencia histórica una noción dinámica que se orienta a lo largo del tiempo a través del “horizonte de espera”, afectando correlativamente el espacio de experiencia, sea para enriquecerlo o empobrecerlo. Así, la dimensión de historicidad no se puede reducir a una mera cronología. El pasado no se encuentra desligado del futuro y el hacer memoria implica un diálogo con los tiempos en donde el pasado puede configurar el futuro (o viceversa) desde un “presente vivo”.

En el segundo estudio, Ricoeur enfrenta el problema de “La imaginación y la memoria”, analizando sus relaciones y su mutua implicación. Defendiendo la tesis que, aunque ambas operaciones cumplen funciones similares (hacer presente lo ausente), es necesario introducir la dimensión temporal para comprender la especificidad de la memoria. Haciendo un análisis de las aportaciones de Platón y Aristóteles al problema de la “huella” de la memoria y su relación con la fiabilidad del recuerdo (en contraposición a la ficción de la imaginación), aproximándose a la problemática de los errores de la memoria y su relación con “la verdad”.

El tercer estudio se centra en “La memoria herida y la historia”, es decir, los abusos y las insuficiencias de la memoria y su relación con el olvido y la constitución de la identidad personal y colectiva. Para ello, el autor enmarca la discusión dentro de los límites del psicoanálisis —tanto teórico como como práctica terapéutica—, en particular con la problemática de la elaboración del duelo y el “trabajo de la memoria”. En este estudio también se plantean las diferencias entre el discurso de la memoria y el discurso de la historia, ubicándose en tres niveles: documental, explicativo e interpretativo. La historiografía tiene pretensiones de verdad, que la memoria no tiene, aunque se ve atrapada en las paradojas que son propias de la memoria y por supuesto de cualquier investigación científica. El simple hecho de buscar pruebas documentales se debe entender de entrada críticamente, en la medida en que consiste principalmente en la “selección” de testimonios del pasado. En el texto, el autor nos pasea por la problemática relación entre historia y memoria, tratando de mostrar los aportes de una a la otra en un proceso dialéctico.

El cuarto estudio introduce al lector en el problema de “El olvido y el perdón”. El autor, para tratarlo, divide el olvido en dos niveles: profundo y superficial. En este estudio la dimensión política se hace manifiesta, mostrando la relación entre cierto tipo de olvido (olvido activo y evasivo) con prácticas de poder y dominación, tomando ejemplos de la vida política contemporánea. De igual manera, se analiza el perdón en su dimensión política, cómo la deuda y la memoria de acontecimientos traumáticos pueden preformar prácticas políticas determinadas. Entendiendo los procesos de reconciliación social como un pacto de olvido vinculado a la noción de “deuda” social.

En el último estudio el autor profundiza sobre la naturaleza del pasado, su relación con la memoria y la historia, enmarcándolas en el marco de la temporalidad narrativa. Y abriendo el espacio para una aproximación de mayor profundidad a la temporalidad del pasado, confrontando principalmente las visiones de Agustín y Heidegger. En un intento de liberar a la historia y a la memoria de la metáfora de la huella, como señal o marca para restituir precisamente el modo de temporalización del pasado.

Para cerrar este texto, se presenta un entrevista con Paul Ricoeur llevada a cabo por Gabriel Aranzueque, la cual ayuda a precisar las nociones desarrolladas a lo largo del texto, así como a aclarar algunas dudas que se desprenden de su lectura.

La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido es un texto provocador donde uno de los más importantes filósofos de mediados del siglo pasado y principios de éste reflexiona, casi a modo de conversación, con los lectores y otros interlocutores sobre problemas fundamentales de la “condición humana”, como lo es la temporalidad. Y lo hace de una forma que permite al lector inexperto pero interesado introducirse en la historicidad de los debates filosóficos en torno al tiempo, la memoria, el olvido y la historia, logrando una confrontación entre el mundo del texto y el mundo del lector que alimenta el diálogo temporal de la memoria o, quizás, del olvido.