Estudios de Lingüística Española

      De la grandeza de la lengua española, seguido de otros dilemas

Eduardo Subirats
New York University

Obstinadamente, los discursos oficiales de la lengua española, los que proceden del Instituto Cervantes y del propio Ministerio de Asuntos Exteriores, de la Real Academia de la Lengua y de la filología más rancia, abundan en un sólo tema: los centenares de millones de hispanohablantes, la inmensa masa hispánica. Demasiadas veces esas voces oficiales españolas esgrimen, un tanto estrafalariamente, las metáforas de expansiones territoriales, y extensiones y conquistas lingüísticas, normas de standardizaciones y homologaciones fonéticas, semánticas y gramaticales a través de los nuevos medios electrónicos, de la nueva industria cultural, y bajo la bandera de un renovado expansionismo financiero y político. Demasiadas veces esos verdaderos partes de guerra filológica hiergen la espada de la pureza y la vigilancia, ligadas a un arcaico centralismo caduco que trata de emular impotente herrumbrosos imperios pasados. Y con el mismo encono de viejos inquisidores, los nuevos vigilantes de la lengua castigan las traiciones léxicas o las concesiones semánticas a las lenguas enemigas, se condenan como inexistentes las palabras heredadas del quechua o del náhuatl, y se declara la cruzada contra el Spanglish como si del nuevo Moro se tratara.

Frente a estas castizas visiones se debería apelar simplemente al buen gusto, a un tacto más refinado, incluso a la corrección protocolaria. Las lenguas, al fin y al cabo, son medios de expresión y de comunicación, y de conocimiento intelectual de la realidad, no instrumentos políticos de ocupación territorial. Expresión, conocimiento y comunicación significan además intercambio de formas y concepciones vida, y, con ellas también, trueques lingüísticos, no su vigilancia aduanera y su castigo vengador bajo la imaginaria autoridad de diccionarios inquisitorialmente sancionados.

Pero debe añadirse una segunda objeción, de orden estrictamente metodológico e histórico. Las nuevas retóricas y estrategias oficiales de la lengua española parten en primer lugar de una construcción de la historia que arrastra la mala herencia del nacionalcatolicismo español, cuya revisión los vigilantes intelectuales del posfranquismo y sus claves no han dejado pasar. Las claves de esta mala herencia castiza son los idearios nacionalistas de la España ortodoxa, de la España eterna y profunda, y de la España vertebrada, formuladas sucesivamente por Menéndez Pelayo, Unamuno y Ortega. Son las claves que han permitido ignorar a lo largo del siglo XX la prohibición y la persecución del árabe y el hebreo, es decir, de las lenguas cultas de la Península hasta el siglo XV, las estrategias de prohibición, destrucción y manipulación gramatológica de las lenguas históricas de América, y la prohibición y persecución del vasco, el catalán y el gallego, como penúltimo colofón de un demasiado largo proceso colonizador.

La imposibilidad institucionalmente sancionada de revisar la historia, ese "miedo a la propia historia", como ya la llamó María Zambrano a las puertas del nacionalcatolicismo de 1936, es, sin embargo, una de las razones que explican la larga inconvivencia de las naciones, las lenguas y los pueblos abarcadas bajo el Imperio Hispanocristiano primero, y el Reino de España más tarde.

La tercera y última objeción a estos inflamados discursos hispanocéntricos de la lengua es su complicidad con el gran problema que por norma eluden:

el atraso humanístico, científico y político asociado con la lengua española, tanto en la Península Ibérica como en las poscolonias hispánicas.

Por atraso no entiendo una constelación tecnoeconómica o financiera subdesarrollada, ni tampoco el hecho de que, estadísticamente hablando, los hispanoparlantes gocen de una renta per capita muy inferior a la de ingleses, franceses o italianos. El atraso define, ante todo, la condición moral e intelectual que, a lo largo de los últimos tres siglos, han generado sistemas políticos absolutistas y dictatoriales, una sociedad civil maniatada y unas expresiones intelectuales quebradas por persecuciones, genocidios políticos o exilios, tanto en la Península Ibérica como en América Latina. Atraso, en el caso específico español, es la condición cultural generada por el predominio de la Inquisición en la vida intelectual hasta entrados en el siglo XIX, los consecuentes recortes teológicos a la reforma ilustrada del conocimiento, la ausencia de una revolución liberal burguesa y de una revolución filosófica moderna, y el largo mutismo de las ciencias y de las humanidades hasta el día de hoy como su natural secuela.

Claro que no acaban aquí los dilemas. Cuando se define políticamente la grandeza nacional o la gloria universal de la lengua hispánica, se piensa más o menos disimuladamente en su efectivo y definitivo desplazamiento global por el inglés. Sí, la lengua universal del Imperio cristiano español fue progresivamente marginada con el expansionismo del imperialismo ilustrado británico a partir del siglo XVII. Pero este encogimiento del español como lengua y como cultura, comúnmente asociado a la vieja idea de decadencia hispánica, no es solamente una cuestión política de territorialidades y sus administraciones burocráticas. El predominio del inglés se asentó a lo largo de los siglos XVIII y XIX sobre las sólidas bases de un crecimiento humanístico, científico y literario, mientras que la lengua española, y muy particularmente el español peninsular, quedaba rezagada, según palabras del escritor argentino Sarmiento, como "la que menos puede pretender a nada suyo propio en materia de trabajos de la inteligencia".

Hace unos días, se reunió en la Universidad de Verano de El Escorial (Madrid, España) un grupo de escritores y académicos independientes en torno a un seminario sobre "La lengua española y sus fronteras".

El panorama, ni en el citado seminario, ni en el ancho mundo, no es, en modo alguno, sombrío. El renacimiento literario de algunas de las lenguas históricas de América que sobrevivieron al dominio español, la riqueza de temas y problemas que la nueva crítica literaria, filológica y lingüística puede abarcar y abarca efectivamente en nuestra labor de investigación y enseñanza en los Estados Unidos, o bien la nueva creatividad poética y social ligada al Spanglish, son temas fascinantes, por citar algunos. Sombrías son las claves intelectuales de la España esencial y vertebrada, sus viejas canciones de glorias e imperios caducos, y su cerrado empeño en no aprender más ilustradas lecciones.