El síntoma más importante de la enfermedad coincide con la aparición de ganglios en el cuello, la axila o la ingle, así como la presencia de fiebre que se prolonga en el tiempo y no desaparece con tratamiento.
Tradicionalmente, el tratamiento del linfoma se realizaba a base de radioterapia y quimioterapia, pero en la actualidad se ha conseguido reducir las recidivas con el uso de los anticuerpos monoclonales. Además, otros tratamientos que actualmente se practican son el trasplante de médula ósea o de células hematopoyéticas y los anticuerpos monoclonales unidos a isótopos radiactivos.
Treinta clases de linfomas
Existen unas 30 clases de linfomas, de las que 25 son del tipo no Hodgkin y 5 del tipo Hodgkin. El tratamiento en las primeras fases es esencial, ya que, si no son tratados, algunos linfomas pueden ser mortales en un periodo de seis meses. El linfoma es uno de los tumores de tejidos hematopoyéticos y linfoides más comunes y es la tercera causa de muerte por cáncer infantil.
El linfoma no Hodgkin (LNH) es el más común de los tipos de cáncer linfático, con una incidencia que ha crecido cerca de un 80 por ciento desde principios de 1970. Su incidencia crece con la edad, por lo que normalmente afecta a personas adultas y su máxima afectación se da entre los 45 y 60 años.
El segundo gran grupo, el linfoma Hodgkin (LH), debe su nombre a Thomas Hodgkin, el primero que describió la enfermedad en 1832. Uno de cada siete casos de linfomas son del tipo Hodgkin. Si el diagnóstico es precoz la curación es del 75 al 95 por ciento de las personas diagnosticadas. No obstante, de todos los tipos de linfomas, el Hodgkin es el que ofrece más posibilidades de resolución. Se presenta con dos picos de incidencia: en adultos jóvenes y en personas mayores.