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Miércoles, 12 de mayo de 2010

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Historia

La traducción chino-español en el siglo xx: Marcela de Juan (1)

Por Gabriel García-Noblejas

La traducción del chino al español experimentó en el siglo xx una eclosión solamente comparable a la que se dio entre finales del siglo xvi y el xvii y uno de los artífices de dicho resurgimiento fue, sin lugar a dudas, Marcela de Juan. Ahora bien, ahí terminan los paralelismos: si en el los primeros años de relaciones sino-españolas las traducciones eran realizadas mayoritariamente de obras filosóficas y estaban dirigidas a los misioneros que pretendían evangelizar China, las primeras del siglo pasado estaban realizadas, especialmente en el caso de Marcela de Juan, con la sola intención de permitir al público hispanohablante que gozara de una literatura que desconocía por completo. Dicho de otro modo, las traducciones comenzaron a incluir la literatura y a ésta consagró todas sus versiones nuestra traductora.

Marcela de Juan encarna la pluralidad de culturas necesarias en todo buen traductor de una manera natural, familiar diríamos: fue la segunda hija de un alto mandarín chino (quien, dicho sea de paso, tradujo del español al chino El ejército y la política, del conde de Romanones) y de una belga de la «buena sociedad» que se casaron en Londres sin hablar ninguna lengua común, o sea: con el diccionario en el altar.

Nació en La Habana (1905) y se trasladó a Madrid el mismo año de su nacimiento, donde vivió hasta que, a raíz de un nuevo destino paterno, partió con toda su familia para Pekín en 1913, donde vivió hasta 1928. Regresó entonces a Europa y decidió afincarse en Madrid, lugar en el que terminó trabajando de funcionaria en el Ministerio de Asuntos Exteriores y donde fundó la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes en 1955. Siempre vivió, por lo tanto, entre culturas: entre la cultura noreuropea de su madre, la china de su padre y la española de su educación.

Una vez afincada en España, dio bastantes conferencias sobre diversos aspectos de China en Madrid, Lisboa, París, Bruselas, Ámsterdam y varias ciudades suizas. Un elemento más dentro de aquella intención suya de dar a conocer a China en sus diversas facetas al mundo son sus traducciones.

Tal vez sus años pekineses le reportaran los más interesantes actos sociales y los más egregios amigos, entre los que se encuentra el premio Nobel Saint John-Perse, los más innovadores pensadores chinos de la época como Hu Shi y Lin Yutang, el presidente de la República Yuan Shikai, el entonces teniente Windsor, futuro Jorge IV de Inglaterra, la princesa china Dan o la asistencia a la boda del último emperador, Puyi1. Pero fueron los años madrileños los que más aprovechó para sus traducciones. Tradujo del chino, sobre todo, prosa clásica y poesía, y firmó algunas de ellas con su «otro» nombre, es decir, el que le puso su padre, que no era otro que Ma Ce Hwuang, que buscaba la similitud fonética con «Marcela» y con «Huang», el apellido de su padre.

Seis son sus títulos importantes, seis obras que, por primera vez, permitían al lector de español tener una butaca de primera fila para contemplar la mejor literatura en prosa y en verso de una civilización cuya literatura estaba (y está) por descubrir; seis obras de arte tituladas Cuentos chinos de tradición antigua2; El espejo antiguo y otros cuentos chinos3; Cuentos humorísticos orientales4; Breve antología de la poesía china5; Segunda antología de la poesía china6 y Poesía china del siglo xxii a. C. a las canciones de la Revolución Cultural7. Las iremos viendo en los siguientes trujamanes.

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