Comentario a: Pérez Navarro, Pau. El sueño creador de María Zambrano. Filosofía, tiempo y tragedia

Athenea Digital, nº 0, abril 2001


Francisco Jeanneret
Programa de Doctorado en Psicologia Social. Universidad Autónoma de Barcelona

En El Sueño Creador de María Zambrano, Filosofía, Tiempo y Tragedia el autor nos invita a adentrarnos en el mundo literario y filosófico de una autora quien según Savater su prosa filosófica “es para ser recitada, cantada si es preciso, pero nunca planchada en el ancho panorama sin ecos de algún formalismo”. Pau Pérez Navarro recoge el espíritu que puede mantener vivo el pensamiento de María Zambrano, resistiéndose precisamente a cualquier pretensión de complitud y de totalidad, en definitiva resistiéndose a la idea de una filosofía que pueda trascender la mediación del tiempo, problematizando lo que hemos llamado “verdad-realidad-ser”.

El autor se involucra hasta la complicidad con la autora, hasta la mimesis, generando un entramado denso, quizás más de lo necesario, en la interpretación de un pensamiento que ya es complejo, lo cual requiere para su comprensión de una participación activa en su lectura. Difícilmente la mera curiosidad logrará penetrar en su mundo y su propuesta.

Partiendo de la base de que toda interpretación abre nuevas posibilidades de ser a la obra interpretada, nos remitiremos al pensamiento de Pau Pérez Navarro como un eco productivo y no meramente reproductivo de sus conversaciones con María Zambrano. En este sentido, no nos remitiremos a una comparación ni muchos menos a dilucidar la veracidad de sus planteamientos con respecto a la autora – que poco sentido tendría – sino intentaremos jugar al interior de los cortes y las elecciones que el autor a engarzado como un tejido productor de sentido.

El eco que hace Pau Pérez de la obra de María Zambrano nos lleva a explorar una noción de filosofía como fragmentos de un centro que se oculta permanentemente. Lo que llamamos “realidad-verdad-ser” se nos aparece de forma excéntrica, opacando su centro originario. Este centro inaccesible se encuentra mediado por el tiempo y articulado por el “despertar” que arranca del sueño originario: el conflicto trágico.

El “despertar” nos remite a los límites entre el sueño y la vigilia, pero sin adentrarnos en sus contenidos propios, sino más bien nos circunscribe a las formas que toman cada uno de ellos. El sueño mantiene una forma determinada por un tiempo como totalidad, como forma homogénea, indiferenciada, sin fisuras, como Tiempo-Todo, es un tiempo sin dueño, un tiempo ocupado. Y justamente cuando se establece un principio de acción, de pensamiento, de juicio o de diferenciación, se abre el camino al “despertar”, a la conciencia humana, estableciendo un tiempo sucesivo, discontinuo, con vacíos. Vacíos que permiten el fluir, la transformación.

Sin embargo, en la vigilia existirían momentos en los que nos encontramos absorbidos por el medio en un perpetuo presente, sin pasado ni futuro. Es el Estar absoluto de la Atención, es la diferenciación absoluta. Y es aquí donde se requiere un nuevo “despertar”, un “despertar” que nos lleve de ese vivir siempre vigilante y actuante a la ambigüedad, a la totalidad, a la indiferenciación, a la confusión que nos obliga a “despertar” y nos llama a “la Vida” para dejar el “vivir”. Es a través de la distracción, el raptus, la enajenación que el ser se adueña de la realidad y nos posee, nos despierta.

Como dice el autor “del ser al estar y del estar al ser van sendos despertares”. El tiempo así emerge como un mediador entre el “Estar absoluto” de la Atención y la “posesión del Ser”. El tiempo a través de sus vacíos permite transitar de uno al otro, pero sabiendo que tanto el uno como el otro son lugares extremos, inhabitables. Para el autor, tanto la absoluta diferencia como la absoluta indiferencia, como estados permanentes, son una imposibilidad para el ser humano, llevándolo en el primer caso a la Verdad del Ser y a la posibilidad de re-creación y en el segundo a su propia perdición en dicha indiferencia. El hombre, paradójicamente, se encuentra forzado a un nomadismo para no perder su libertad, libertad que está condicionada por una exigencia de “despertar”.

La realidad, tanto la de los sueños como la de la vigilia, siempre nos interpela por aquello que nosotros somos, proponiéndonos algo. Así, el “despertar” nos impele a descifrar ya el Enigma del sueño o ya la Vocación en la vigilia, en definitiva, nos impele a actuar, actuar que nunca deja de suceder en la medida que este “despertar” nunca es completo. El “despertar” en sí mismo encierra desde ya un principio y un final, la creación y la destrucción.

Y es así como el autor se introduce de lleno en la interrogante que atrapa a quienes se arriesgan a introducirse en la problemática del tiempo: la pregunta por la relación entre continuidad y discontinuidad. Es precisamente el “despertar” que logra dicha articulación en la medida que si bien le permite la diferenciación, aquella diferenciación ocurre en una trama de sentido a partir del desciframiento del Enigma y la Vocación la cual impele a actuar.

Dicho movimiento hace posible la memoria, en tanto origen en un remoto nacimiento como en una remota muerte futura, hace posible el tiempo del argumento, del acontecer, de la narración en la medida que cada argumento, cada acontecer (cada “despertar”) sostiene un desciframiento posible del Enigma que requiere de un futuro posible para realizarse, abriendo un futuro que se encuentra encadenado a un inevitable Destino.

El argumento de una vida humana se establece en esta libertad “actuante” que es esta finalidad unida a la necesidad del destino. Es la unidad de libertad y de determinismo. Su convergencia nos lleva a una vida “obediente y libre”, en cambio su divergencia se convierte en fatalidad, en tragedia (a lo Edipo). El desciframiento de ese fondo de determinación es una tarea personal inalcanzable. Cada persona mantiene una pregunta desde este fondo a la cual debe responder y volcar en vocación.

Y es aquí donde el autor retoma su punto inicial al abordar a la filosofía del Ser, instalando una crítica desde el pensamiento de María Zambrano a la filosofía occidental postcartesiana, la cual mantendría el “sueño de la razón”, la ilusión de una conciencia pura que impone un despertar único, un tiempo absoluto y homogéneo y que finalmente sirve meramente como instrumento de poder sobre la realidad. La verdad se instala justamente en una ilusión en la medida que se instala como ese perdurar eterno, un despertar completo, que finalmente nos lleva, como a Edipo, a la mera fatalidad.

En contraposición instala la Razón Poética, la cual emergería en el conflicto trágico, en un despertar en las entrañas del tiempo, en la atemporalidad, es una conciencia trágica, una conciencia que no impone una verdad sino plantea un enigma, una tensión, lo cual permitiría el fluir de la palabra y de la verdad.

Desde su propuesta, podemos ver que una de las consecuencias que se desglosan es una crítica a la Verdad-Ser-Realidad postcartesiana en tanto trascendencia temporal y ahistórica. Sin embargo, más que negar la Verdad como forma fundada en algún esencialismo (como la crítica anti-representacionista de Rorty), su planteamiento niega la Verdad admitiendo la existencia de aquello esencial, de aquel centro, asumiendo su existencia, aún cuando también, a partir de la mediación del tiempo, la impotencia en llegar a él, el cual redobla su misterio cada vez que nos preguntamos por él. Ahí está, pero no es cognoscible.

Así también, llama la atención su alusión al Destino en relación a la mentada crítica a la Verdad en la medida que en la unidad de finalidad y destino, en términos de convergencia y divergencia, se mantendría la idea de error, el cual como se plantea llevaría a un porvenir trágico, en donde el error no podría emerger como una fuente de producción de posibilidades de ser (a lo Feyerabend), sino sólo de desviación a corregir (ver la alusión a Edipo). No podemos determinar nuestro destino-finalidad, nos podemos acercar y actuar hacia él, pero así también en el intento nos podemos equivocar y pagar los costos por ello. En este sentido, al parecer, se mantendría una idea de verdad en términos de corrección asintótica, es decir, una verdad la cual está subordinada a un centro o fondo al cual no podremos llegar (una verdad ex–céntrica), pero una verdad que nos impele a su desciframiento en cada despertar, dejando en jaque la libertad y las posibilidades del ser humano, puesto que, en la divergencia, ésta se nos revelará trágicamente.

Pero más allá de estos comentarios aislados que han querido ser fieles a su espíritu de resistencia a dicha verdad-ser-realidad postcartesiana, hay un mundo por despertar, en cada recodo del denso camino que recorre Pau Pérez Navarro, que ni por mucho se termina aquí. Un mundo que, como dijimos, la mera curiosidad no puede penetrar, pues es un mundo que apuesta por una razón poética, una razón en tensión, por una razón que más que instalar una respuesta, instala un sin fin de interrogantes sobre la filosofía, el tiempo y la tragedia.

 
4/12/01