Athenea Digital - num.1 primavera 2002-
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Los objetos y el acontecimiento. Teoría de la
socialidad mínima
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Universitat Autònoma de Barcelona |
¡Lo
social es un laberinto! Lo habitamos cada día, lo rondamos... pero no acertamos
a describirlo, a salir de él, no resolvemos completamente sus enigmas. Los
laberintos más antiguos que se conocen carecen de puertas, muros, calles y
encrucijadas. Son dos los que se mencionan habitualmente. Uno es el desierto,
definición de lo inefable para sus mayores estudiosos, los tuaregs. ¿Qué decir
de éste que ya no sepamos? Inmenso, bello y cruel. Y el otro es de origen
griego. Se ubica en el plano de la geometría y es una línea única, recta,
invisible e incesante. En ella se han perdido tantos filósofos... Su definición
se acerca al pavor. Si Aquiles desea alcanzar una tortuga que se encuentra a
varios pasos de distancia debe llegar primero al punto que está a mitad de
camino entre la posición de partida y el animal, y para tocar ese punto se ha de
alcanzar previamente el que está entre aquel punto medio y el de partida. Y así
hasta el infinito. La tortuga es inalcanzable. Aquiles apenas si llega a
moverse. Titubea, tiembla, se hunde en los puntos medios, se pierde en los
intersticios... Pues bien, lo social puede añadirse en esta lista. Su condición
de laberinto reside en que desde hace un tiempo lo definimos como lo que se
re-produce transformándose. Aparente contradicción. Extraña y misteriosa
paradoja. Su aprehensión es una aventura, su comprensión un desafío digno del
mismísimo Teseo. Pero como ocurre en el mito, necesitaremos algún tipo de hilo
para desentrañar sus entresijos.
Efectivamente, desde hace un par de décadas, nuevas, sugerentes y atrevidas
imágenes definen lo social: diferenciación, heterogeneidad, ambivalencia,
fractalidad, precariedad... Determinan una atmósfera intelectual. Una posición
concreta. Sustituyen las clásicas nociones de unidad, estabilidad, pureza y
orden. Durante mucho tiempo la única manera de caracterizarlo. Estamos ante un
estilo reciente, una aproximación que se aleja de las lecturas canónicas de la
pregunta por lo social. De esta atmósfera de cambio y transformación se
desprende un corolario general, ya lo he mencionado: lo social es eso que se
re-produce cambiando. ¡He ahí nuestro nuevo laberinto! Sobre ese supuesto y sus
desafíos se formula el presente trabajo. Y la preocupación que lo anima es
examinar el cómo de tal cambio. Es decir, plantear operadores (los que hacen,
las condiciones suficientes) que lo formulen. Pero no he prestado atención a
cualquier posibilidad. He deseado explorar una senda muy concreta. Se ha sostenido que la verdadera revolución copernicana se produce en el
pensamiento social de la mano de una subdisciplina o subgénero: la denominada
nueva sociología del conocimiento científico. Toda una convulsión. Esta
disciplina tiene en su haber argumentos que diluyen viejas tensiones como la que
hay entre la agencia y la estructura, o límites como los que diferencian entre
lo que se considera social, natural o tecnológico. No obstante, hay otro aspecto
que ha sufrido una profunda transformación. A menudo es mencionado, pero todavía
no dispone de un análisis pormenorizado. Me refiero a la convulsión que sufre el
estatus que padecen “los objetos” en el pensamiento social. En la potencialidad de tal cambio se enmarca esta tesis. De hecho, sostiene
que los objetos son operadores que abren el proceso de
transformación-reproducción que define lo social. Por tanto, mi indagación tiene
que ver con la relación entre los objetos y lo social. Pero todavía falta un
tercer elemento: el acontecimiento. Éste aparece como el mecanismo que explica
cómo los primeros se relacionan con el segundo. Es más, he intentado mostrar que
tanto los objetos como el acontecer forman parte constitutiva de la naturaleza
de lo social. A priori la asociación entre objetos y aconteceres parece extraña. Desde
luego, añadiría que incluso contraintuitiva. El objeto es nuestra imagen de lo
estable, de lo definible, de lo limitado y de lo determinado, representa lo
asible; mas el acontecer remite a “algo” que es percibible, que se aprehende,
que se siente, pero que al mismo tiempo se escurre, es la figura de lo inasible.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Entre uno y otro existe una relación
antigua, profunda y tal vez misteriosa. Si se revisa la definición que Ferrater
Mora maneja de los objetos en su popular Diccionario de Filosofía aparece la
sorpresa. El objeto se piensa como un término multívoco, conduce a equívocos y
errores. Por una parte significa lo contra-puesto, lo arrojado ante nosotros/as
(ob-jectum), con lo que se convierte en lo otro del sujeto, lo que le objeta y
le protesta; y, por otra, es lo que se piensa o forma el contenido de un acto de
representación con independencia de su existencia real. El objeto está fuera
físicamente del sujeto, aparece como cosa que no es él, y está, también, dentro
porque aparece como algo que tampoco es él pero está contenido en algún sistema
razón-acción, mente-materia, etc. Y si recurrimos a su etimología, objectum
significa lanzado contra, cosa existente fuera de, cosa puesta delante de, y que
tiene algún carácter material. Es decir, se ofrece a los sentidos. Por tanto, es
cierto que el objeto es un no sé qué con cierta permanencia y estabilidad, pero
su principal rasgo es la sorpresa. Su objeción. Es arrojado-contra, llega o
irrumpe con novedad, trae en definitiva el acontecimiento. ¡Acontece! Es una
suerte de interrogante planteado ante nosotros/as. Un horizonte extraño que
interpela sin descanso. Aquí está la relación objeto-acontecimiento. Tan antigua como la definición
misma del primero. Queda, no obstante, aprehender el papel que tal relación
juega en el pensamiento social. Ésa es la tarea que emprendo en la primera de
las cuatro partes que componen esta tesis. Haciéndome eco de una afirmación de
Deleuze inspirada en Nietzsche, en éste construyo una pregunta, una posición de
problema, puesto que si no podemos elaborar nuestros propios interrogantes no
tenemos nada que decir. En él muestro cómo se prefiguran los contornos de una
razón social a partir de la generación de límites y fronteras insalvables.
Reviso las formas que adquiere lo social para desgajarse de los mitos y del
mundo de la filosofía y entrar a formar parte del catálogo de cientificidades.
En ese sentido, examino la noción de “proceso” como forma de la razón social, la
de “hecho”, la de “relación”, la de “estructura” y la de “sistema”. En esta
parte realizo una doble afirmación. En primer lugar arguyo que esas formas de la
razón social se constituyen sobre una doble exclusión: la del acontecimiento
como otra forma posible para lo social, por un lado, y la del objeto como
elemento a considerar en la conceptualización de éste, por otro. En segundo
lugar, sostengo que el acontecimiento ha estado siempre presente, insoslayable,
y que ha sido imposible codificarlo a partir de las formas restantes. Pasa otro
tanto con los objetos. En tanto que límite último para la acción social siempre
han estado delimitando un horizonte y por tanto constituyendo todo lo que se da
más acá de su presencia. En esas afirmaciones se esboza la forma general de mi
tesis: pensar lo social a partir del acontecimiento y en relación con los
objetos, y señalar que ambos tendrían una importante responsabilidad en la
generación de la diferencia, la novedad y el cambio perpetuo que caracteriza
nuestro vivir-en-común. Afirmaba Sartre que los objetos no deberían atraernos
puesto que no son entidades vivas, sencillamente nos servimos de ellos, los
ponemos en su sitio, vivimos entre su ser, los utilizamos... y nada más. Esa
actitud es la predominante en el pensamiento social clásico. Y precisamente esa
es la conclusión de esta sección. En ella se argumenta que se han dado tres
grandes formulaciones de la relación entre los objetos y la realidad social. La
primera, típica de la propuesta weberiana, establece que los objetos son un
dominio invisible para la definición y formulación de lo social. El objeto puede
ser depositario de la voluntad de una cultura, pero ni toma ni añade nada a
ésta. La segunda aparece en la obra de Durkheim. Los objetos son espejos,
reflejos especulares de las propiedades que definen y caracterizan lo social.
Operan en las relaciones entre personas como símbolos, signos e incluso señales
de propiedades que posee el colectivo en sí mismo. La tercera formulación la
tenemos en la tesis materialista de Marx. En ella lo objetual no es más que una
suerte de fundamento o infraestructura para lo social, una base o sustrato
material sobre el que se erige la sociedad. En relación con lo afirmado, la segunda parte se abre con una panorámica de
las principales aproximaciones al universo de los objetos que se han realizado
desde la tradición del pensamiento social. En sus páginas el significado de
“tradición” es muy amplio. De este modo, como introducción recojo la
conceptualización que hace el surrealismo de los objetos. A continuación reviso
algunas aproximaciones provenientes de las ciencias humanas: el marxismo, la
fenomenología y el trabajo de Heidegger. Por último, analizo enfoques propios de
las ciencias sociales. El punto de partida son los trabajos de la psicología
social, que se mueven en una fuerte dualidad: el objeto es primero un útil y de
aquí proviene su significado, o porque es significado deviene algo útil. Esa
dualidad se desvanece en las innovaciones de recientes antropologías y
arqueologías que consideran el orden objetual como un sistema estructurado
simbólicamente, es decir, como un discurso o lenguaje silencioso. Pues bien, con
alguna pequeña diferencia, las aproximaciones revisadas en este capítulo
reproducen los tres modelos mencionados anteriormente. Aparece un interés por
los objetos, es innegable, la prueba es que ahí están las formulaciones, pero no
existe propiamente una socialidad con o a partir de objetos. La segunda parte continúa con una reflexión sobre los proyectos que pretenden
elaborar una socialidad con y desde los objetos. He afirmado que el estatus de
lo objetual se trastoca en las nuevas sociologías del conocimiento científico.
Pues bien, este capítulo muestra y abunda en ese hecho. Sostengo que se
distinguen tres programas que patentizan la mencionada transformación. En el
primero el objeto es la alteridad indispensable para el agente humano. Destacan
aquí las propuestas de K. Knorr-Cetina y A. Pickering, y su punto de partida es
el análisis que G.H. Mead lleva a cabo de la relación entre humanos y cosas. El
segundo programa invierte esta perspectiva. El objeto es definido como mismidad
del agente humano. Los planteamientos ya clásicos de G. Canguilhem y los más
recientes de B. Latour son dos buenos ejemplos. El último está constituido por
las aportaciones de D. Haraway y el uso que realiza de la metáfora del cyborg.
Su proyecto posee una peculiaridad. Incorpora los objetos en las posibilidades
del pensamiento social después de destruirlos como categoría ontológica. Esta
parte finaliza con un capítulo que es algo así como un paréntesis. Plantea
interrogantes y temáticas que atraviesan los tres proyectos analizados. Su
principal interés es mostrar cómo es posible pensar partiendo del objeto.
Bataille, Serres y Heidegger son pioneros en una manera muy concreta de
aprehender lo social, aproximación que inspira la tesis sostenida en estas
páginas: intentan alcanzar el “estar-juntos” partiendo del orden objetual. La tercera parte de este trabajo es una indagación sobre el acontecimiento.
Posee un doble objetivo. Por un lado revisar algunos intentos relevantes de
definir el pensamiento social a partir del acontecer. Y, por otro, revisar dos
maneras diferentes de conceptualizar lo que acontece. En ese sentido, habría en
primer lugar una tradición o campo de juego presidido por G. Tarde en el que
encontramos las propuestas de Michel Maffesoli, el neopragmatismo y la
microsociología. En ella, el acontecer es una fuerza misteriosa. Se da, o no lo
hace. Irrumpe en la cotidianidad, transformándola completamente, o no llega
nunca. Y lo que es más importante, carece de materialidad. Es como un gran
movimiento o pulsión cosmológica. Que ahora la alcanzas aquí, que ya lo pierdes
allá, que te atrapa temprano, que se demora en llegar... El acontecer sería
importante en el vivir-juntos, pero no es más que un hálito o suspiro. En
segundo lugar tendríamos una corriente bien representada por G.H. Mead y en la
que aparecen autores como A.N. Whitehead, G. Bachelard o G. Deleuze y F.
Guattari. En ella el acontecimiento y el orden de lo objetual están relacionados
de algún modo. No obstante, el objeto es sólo un ingrediente del acontecer. Éste
sigue perteneciendo a una dimensión mayor. Es parte de un devenir normal, básico
y ontológico que sólo se entiende como causa sui. Es un ritmo pautado en lo
inesperado, que posee su propia razón interna o inmanente. Pero tanto su
descripción como su intelección pasa por los objetos. Los capítulos que constituyen la cuarta parte explicitan mi tesis. Se acerca
y se aleja de las anteriores posiciones. Reconozco su interés e inspiración. Su
deuda y la excelencia de los análisis propuestos. Pero deseo abrir una nueva
dirección, un sentido diferente en la reflexión. Planteo que el objeto, en su
actualidad o virtualidad, abre el acontecimiento. Y ese acontecimiento
desplegado es la socialidad mínima, el rasgo más básico del vivir-en-común.
Socialidad porque me hago eco de la definición que proporciona Mead de ésta en
tanto que habitar múltiple, posibilidad de ser varias cosas a la vez, y mínima
dado que es la producción más básica que aparece en el acontecer. Defiendo que la relación entre el objeto y el acontecimiento no es
exactamente de causa-efecto, sino más bien de razón suficiente. El objeto sólo
abre el acontecer, no lo explica ni lo contiene. Habitualmente manejamos y
referimos objetos que están presentes en el mismo momento de su acción o
enunciación. Están a la vista, al alcance de las manos, son legibles,
performables, manejables, determinables in situ. Ligados a la posición que
delimita el aquí y ahora. Pero también hay objetos que no requieren de su
actualidad para abrir el acontecer. Tocan en la distancia, constituyen en la
lejanía. Ambos tipos de objetualidades son importantes en mi trabajo. Ambos son
operadores, traen el acontecer y por tanto la socialidad mínima. Como debe intuirse propongo una definición de objeto en las páginas de esa
sección. El punto de partida en esta conceptualización no es el sujeto o su
acción, sino precisamente la trayectoria o efecto del movimiento del objeto.
Planteo que éste crea el colectivo y del mismo modo que lo objetual es
simultáneamente lo que se evade, circula y unifica. Criba de la multiplicidad,
clinamen. Es una ruptura, pero al mismo tiempo un núcleo de forma, un atractor,
puesto que estabiliza relaciones y congela átomos alrededor de un punto o
momento. Algoritmo, teoría de lo local y de la circunstancia. Es una suerte de
regla elemental, de instrucción que hace mecánica una operación: abrir el
acontecimiento. Es el átomo, la forma mínima de la traducción. Ésta no consiste
en la representación de lo mismo de una manera diferente o divergente. Es la
transformación singular y particular que deviene con el tránsito de un objeto
por un estado u orden de cosas determinado. Es el sentido particular que aparece
con ese movimiento. En suma, el objeto es un modus operandi. Un nodo que
establece lazos entre escalas y niveles, entre dominios de experiencia y
conocimiento. Delimita “pasares” y codifica. El hilo de Ariadna que
necesitamos. La tesis propuesta conlleva dos afirmaciones contraintuitivas. La primera
sostiene que los objetos ni están situados en el espacio ni en el tiempo. Se
sitúan, por el contrario, en un acontecer, y éste siempre pone su propia
temporalidad y espacialidad: el objeto se da invariablemente en la relación de
estar-situado-en el acontecimiento. El clásico eje objeto-espaciotiempo se
desvanece y su lugar lo ocupa la tensión objeto-acontecer. Descubrir y explicar
un objeto es entenderlo en el acontecimiento que abre. La segunda mantiene que
lo completamente opuesto al objeto no es el sujeto sino la estatua. Ésta es,
curiosamente, otro objeto. Uno cuya capacidad de apertura ha sido anulada o
congelada en la reproducción continua del mismo acontecer. Finalmente, la tríada que forman el objeto, el acontecer y la socialidad
mínima me permiten proponer tanto una nueva noción de poder como definir “lo
social”. Desde la década de los sesenta el poder es relación. Y ella se entiende a
partir del modelo que proporciona agon. Éste describe una relación gimnástica.
Móvil, variable. Se caracteriza por un juego de interpretaciones y
anticipaciones. El arte de esa práctica no busca dominar sino anticipar y
explotar las intervenciones de un “otro”. Hay una perpetua incorporación de
contrarios. Una asimilación agónica de ese “otro” basada en la anticipación. La
característica distintiva de este poder es la producción de individuos. El éxito
del juego de movimientos y contra-movimientos es el gobierno de la conducta, la
acción sobre la acción que desemboca en la producción de un pliegue unívoco: lo
indivisible, lo individuado. Frente a ese modelo, postulo que está emergiendo
una anatomía de poder diferente. Es el diagrama que denomino “poder como
prehensión”. Si la danza de agon aspira a determinar completamente los
movimientos del “otro” gracias a su perfecta pre-visión, la prehensión sólo
pretende incorporar, capturar, comunicar una potencia. Prehender no es
representar o encerrar. Tampoco inscribir o pertenecer. Es, justamente, aunar.
Conectar. Producir una superficie de ensamblaje sin desplegar un proceso que
altere la singularidad o particularidad de lo prehendido. Es decir, en el modelo
del poder como prehensión se busca la conectividad, generar la posibilidad de
transmitir potencialidades de una entidad a otra, de un cuerpo a otro, cercano o
distante, no importa. De ninguna manera inscribir, y mucho menos producir
individuos. Esta anatomía permite la máxima capacidad de decisión y libertad en
las entidades prehendidas puesto que, insisto, preserva su singularidad. La
prehensión genera entidades engarzables y, por tanto, divisibles. Dicho de otro
modo, genera dividuos. Termino este tránsito en el mismo punto que lo abría: lo social y su
pregunta. De nuevo el laberinto... Pero con unos contornos ciertamente
diferentes. Contra el telón de fondo que supone la socialidad mínima defino lo
social como la superficie que permite el ensamblaje de determinados cuerpos o
entidades. Mi tesis afirma que el acontecer abre la socialidad mínima —una
coordinación de multiplicidades— y que en y sobre ella se genera la superficie
de ensamblaje; además, sostiene que los objetos son operadores de tal apertura.
Pues bien, lo social no inscribe cuerpos o entidades, más bien los conecta o
engarza. Es el conjunto de condiciones que permite ese ejercicio. Con todo esto,
en realidad, estoy sosteniendo que el dato más básico en una formación social es
la entrada de novedad, la producción de aconteceres. Ahí reside el elemento
distintivo de cualquier modalidad del vivir-en-común. Definir lo social como
superficie de ensamblaje implica considerar el acontecimiento como un dato
esencial, incorporar los objetos en su dinámica de producción y plantear una
reflexión que gira sobre la formación de esas superficies, su segmentación,
coordinación, codificación... Dicho de otra manera, implica formular una
pregunta y una indagación sobre la generación de dividuos y su conexión. Afirmaba Bachelard que una idea no es más que una intuición, y que no se
demuestra, se experimenta. Y se experimenta multiplicando o incluso modificando
las condiciones de su uso y producción. Ése es mi anhelo secreto. Establecer en
las páginas de esta tesis las condiciones para una experimentación. Que conduzca
al lector/a a territorios inesperados, insospechados, tal vez sentar las
condiciones para el deleite...