Comentario a: Harré, Rom. El papel de los estudios lingüísticos en la investigación psicosocial: el caso de las pasiones y los sentimientos

Athenea Digital, nº 1, junio 2002


Francisco Javier Tirado
Universitat Autònoma de Barcelona

La etogenia y la crítica de la Psicología social

Episodios, destrezas lingüísticas, conversación, actos, explicitación de reglas, convenciones, costumbres y prácticas, posición y métodos cualitativos de investigación. He aquí los elementos característicos de la etogenia. Y no debemos olvidar, tampoco, que se gestó con una clara vocación de alternativa a la psicología social mainstream. No debe extrañar, por tanto, que el texto de Harré arranque con algunos consejos para la elaboración de un nuevo paradigma. En éste, los individuos aparecen como agentes que actúan y piensan según ciertos juegos de lenguaje y formas de vida. Así, la conducta social sólo acepta un tipo de intelección: la que pasa por examinar el efecto mediador de los significados. Y las explicaciones que de sus acciones ofrecen los agentes deben considerarse como un material privilegiado en ese intento de análisis y comprensión.

Tal y como muestran los ejemplos que aparecen en el texto, las acciones detentan un carácter semiológico. Están íntimamente vinculadas al contexto de su producción y resulta prácticamente imposible sustraerlas del tipo de acontecimiento que despliegan sin desposeerlas de su sentido originario. Pero ¿a dónde apunta ese efecto semiológico? Pues a un humus de costumbres, reglas, convenciones y prácticas. La tarea de la psicología social consistirá, precisamente, en poner de manifiesto los mecanismos que se articulan en éste y originan y pautan la conducta social. Es decir, si Chomsky habló de competencia lingüística, la etogenia plantea una suerte de competencia social. El esclarecimiento de sus entresijos es el objeto del pensamiento-gramática social. Tal competencia es una dimensión harto compleja. De aquí que la acción social no deba deshilvanarse en un sin fin de variables independientes, y de ahí que Harré y Secord lanzaran en su momento duras críticas contra la experimentación en psicología social. Se denunció la pérdida de verosimilitud que generan las restricciones manipulativas propias del experimento de laboratorio, también la reducción de verosimilitud debida a una escasa formulación conceptual, y se criticó la analogía que establece la experimentación entre las características humanas y las variables y parámetros de la ciencias físicas.

La etogenia ha planteado dos líneas de reflexión novedosas y ha tenido que lidiar con dos grandes críticas.

En primer lugar, se ha tomado muy en serio que la sociedad, o el orden social, es siempre una producción local, se organiza naturalmente, es reflexivamente descriptible y, en especial, que es una construcción de sus miembros o de la gente que se supone habita ese orden. El orden social no es algo dado, pre-establecido, sino que es una práctica interminable y agónica, a través de la cual los actores, en el curso de su interacción, utilizan reglas para coordinar actividades. En esto ha coincidido plenamente con el interés de la etnometodología en esos métodos (etnométodos, como diría Garfinkel) que utiliza la gente cotidianamente para reconocerse como habitantes del mismo mundo y establecer relaciones y acciones. En segundo lugar, ha planteado una cierta recuperación del acontecimiento como forma de lo social. Básicamente, ese interés se deja ver en la definición de episodio social. La etogenia recupera en su trabajo un contexto de acción inmediato, elabora informes de realizaciones que se dan en situaciones inmediatas, y, por tanto, hay una vindicación de lo emergente. Los actores se ayudan, por supuesto, de precedentes, pero éstos no constituyen en sí mismos una razón suficiente para provocar una acción. Tales precedentes son traducidos, ajustados, reconfigurados, recreados, reinventados, amoldados a nuevas circunstancias, al contexto inmediato de la acción.

Precisamente, la primera de las grandes críticas que tuvo que enfrentar la etogenia hace referencia a la pérdida de ese interés por lo emergente. Michael Billig, por ejemplo, ha argüido que este enfoque cedió a la tentación de recurrir a una suerte de metanormativa social ya existente para explicar todo el contenido del episodio social. Es decir, se cede a la lógica que impone el despliegue pleno de un enfoque dramatúrgico en el que los actores sociales no hacen más que gestionar impresiones e interpretar reglas pre-existentes. El individuo queda, por tanto, reducido al papel de seguidor de normas y se margina su papel creador en las mismas. El resultado es el esbozo de un sujeto sobresocializado, reducido completamente a los parámetros de su mera competencia social. La segunda crítica reside en el hecho de que ésta se deduce enteramente de los usos lingüísticos de los individuos implicados en un episodio social. Por tanto, el peso explicativo que tiene el lenguaje en esta perspectiva es abrumador, determinante.

Los juegos de lenguaje constituyen, de hecho, el único operador que permite pasar de una interacción o ejecución a la definición de la competencia. Es decir, nos movemos del episodio a un contexto más amplio y general gracias al aparato lingüístico. Creo que no exagero si afirmo que en la etogenia la vida social se construye a través del lenguaje. No voy a negar la relevancia de éste. Pero su excesiva preponderancia en las explicaciones de la vida social encierra un problema que Pierre Bourdieu viene expresando, hace tiempo, con inusitada claridad: convertir la sociedad, la vida social, en un texto es el producto de la ilusión óptica que genera el llamado modo de conocimiento científico en su oposición al modo de conocimiento práctico. Dicho de otra manera, se trata sólo de una entrada entre otras a la cultura, y además una entrada abierta de par en par, pero no deberíamos dejarnos engañar por la amplitud del camino de palabras que nos lleva al interior de la sociedad. Si parece que nos conduce directamente al corazón de la cultura, esto no es más que una ilusión óptica basada en la creencia popular del logocentrismo occidental. La mayor parte de la experiencia social se encuentra más allá de las palabras. En la jerga de la etogenia: el episodio está pleno, compuesto de innumerables elementos extralingüísticos. También constituyen una semiología, indican, señalan dimensiones importantes en nuestra realidad social. Es más, pueden expresar el conflicto, la contradicción, la protesta..., recoger el germen de cambio social que a veces no aparece en la ejecución regular de un sistema de reglas sociales.

 
6/12/02