Izquierdo Benito , María Jesús (2001) |
Francisco José León
Medina
Departament
de Sociologia. Universitat Autònoma de Barcelona
La cantidad de material disponible sobre el sexismo parece crecer al mismo tiempo que decrece su originalidad y la radicalidad de sus análisis y propuestas. Hace ya un tiempo que el discurso oficial sobre las cuestiones relativas a la desigualdad de género que nos transmiten los gobiernos, los medios de comunicación y algunos intelectuales y científicos sociales, nos aburre por su monolitismo, nos irrita por su maniqueísmo, nos desespera por su ingenuidad o nos indigna por su profundo conservadurismo y su ropaje emancipador. Afortunadamente, por mucho que se imponga el pensamiento único también en estas cuestiones, siempre quedará quien incordie y, como se dice en Cataluña, “diga la suya”.
María Jesús Izquierdo siempre dice la suya, que ya es decir. Así que, los que conocemos su obra, sabemos antes de abrir un libro suyo lo que vamos a encontrar. Y este “Sin vuelta de hoja. Sexismo: poder, placer y trabajo” no nos decepciona. Ya sabíamos que encontraríamos la dosis habitual (esta vez concentrada) de análisis riguroso y original, producto del trabajo duro (como casi todo lo que merece la pena en esta vida). Y sabíamos también que el libro no nos sería indiferente, que no pasaría a ser un libro más de nuestra biblioteca, en definitiva, que nos descompondría y nos facilitaría una nueva recomposición. Porque los juicios y las reflexiones de Izquierdo suelen ser así, primero nos golpean e incomodan (probablemente porque no hay para ella medias tintas, y la verdad desnuda a veces nos duele y a veces nos avergüenza), y después, cuando la razón se impone al sentimiento narcisista herido, ésta ya ha sido pertrechada por el mismo golpe con las herramientas de su propia reconstrucción.
A nuestro juicio, la mirada original de Izquierdo al tema del sexismo es el producto de la confluencia en su pensamiento del materialismo y el psicoanálisis. Así, el modo en que se enfrenta al sexismo consiste, por un lado, en señalar su carácter estructural y conflictivo, y por otro, en señalar el modo en que esa estructura de relaciones se mantiene sólo con nuestra participación. Pero si el problema es estructural, y al mismo tiempo, son nuestras prácticas las que lo sostienen y le dan forma, la lucha contra el sexismo es algo mucho más complicado que dar un sueldo a las amas de casa, subvencionar a las mujeres capitalistas, adherir localizadores vía satélite a la piel de las mujeres maltratadas o multiplicar la agresividad con la que se trata a los maltratadores. El esquema de los buenos y los malos reduce la incertidumbre en nuestras conciencias, pero también dificulta la elaboración de un diagnóstico acertado. Nos ahorra el trabajo de pensar, y así, asegura el fracaso de nuestras políticas.
Uno de los mensajes fundamentales de este libro es que no es fácil luchar contra el sexismo. Sería más fácil si el problema estuviera en lo que los hombres, que son malos, les hacen a las mujeres, que son buenas y están entregadas a la producción de vida. Pero las cosas son un poco más complejas. El sexismo no es sólo “lo que padecen las mujeres”, aunque desde luego construye en las mujeres subjetividades que permiten este tipo de formulaciones, elaboradas desde la perspectiva de un “objeto” que padece las inclemencias de un mundo hostil. El sexismo es una matriz de relaciones de explotación y opresión que genera más sufrimiento de un lado que de otro, pero que nos empobrece a todos.
Los análisis dicotómicos y no conflictivistas son origen de medidas políticas del todo ingenuas, cuando no mal intencionadas (por ejemplo, las orientadas a “conciliar” la vida familiar y la profesional, como si entre ellas sólo existiese una descoordinación fácilmente solventable). Frente a esto, la propuesta de Izquierdo puede definirse como la de un compromiso radical con la verdad. Pero no con La Verdad como lo incuestionable e inmutable, sino con “las verdades” que vamos descubriendo en un análisis que prefiere identificar dificultades antes que pasarlas desapercibidas, que prefiere prever futuros costes antes que afrontarlos de improviso, que prefiere señalar la duda y la incertidumbre antes que generar falsas esperanzas. En otras palabras, conocer la realidad aunque duela, y no mirar a otro lado cuando el conocimiento genera dolor. Ese es, creo yo, el secreto de la fuerza y la energía que transmite Izquierdo en sus textos y en su actividad cotidiana.
La mirada particular de esta autora, que señala al tiempo la dimensión estructural del problema y su sustento en nuestras prácticas, supone una constante problematización de los términos en los que se suele plantear la discusión sobre la desigualdad de género. Si queremos tomarnos en serio la lucha contra el sexismo, ninguna idea, propuesta, reflexión o concepto debe dejar de someterse a la crítica. Así, a lo largo de las 118 hojas de este libro, la autora denuncia los descuidos y olvidos imperdonables del discurso mayoritario, los análisis, medidas y discursos de apariencia emancipadora pero profundamente conservadores (y en ocasiones reaccionarios), y la complejidad, el riesgo y los costes de las medidas posibles. Cada paso que damos hacia la superación del sexismo puede generar nuevas formas de desigualdad y discriminación, y en cualquier caso, siempre habrá un coste, una renuncia, una pérdida. El optimismo ingenuo puede no dejarnos ver estos costes, pero siempre es mejor para la lucha saber a lo que se renuncia. Las posibilidades de éxito de cualquier combate se ven acrecentadas cuando lo enfrentamos con conciencia de lo que probablemente perderemos, y con la decisión firme de que asumimos la pérdida.
Probablemente, las reflexiones de Izquierdo sobre la progresiva abolición de la segregación espacial y funcional de los sexos, y su impacto en las relaciones sexuales, constituyen el ejemplo más claro de este tipo de reflexión en la que no se dejan de señalar ni las pérdidas ni las posibilidades de enriquecimiento. La segregación no se alimenta de las diferencias, sino que las genera, reduciendo así lo que algunos llamarían el “conjunto de oportunidades” del ser humano. Pero por otra parte, la segregación alimenta la sexualidad por la vía de su contención, y por la fantasía de complementariedad que genera. En el otro extremo, la superación de la segregación enfría las relaciones eróticas. Nuestros compañeros/as, esos con quienes compartimos trabajo, aficiones o militancia política, apenas representan ante nosotros un misterio, y cada vez menos se nos presentan como medias naranjas a la espera de que les completemos. Pero por otra parte, esa superación de la segregación puede debilitar al sexo como eje alrededor del cual diseñamos nuestras preferencias eróticas, abriendo el abanico de posibilidades a una diversidad de criterios alrededor de los cuales establecer relaciones eróticas de sujeto a sujeto. Como vemos, tanto la segregación como su superación tienen una doble cara, y tengan o no tengan vuelta de hoja los cambios que estamos viviendo, siempre será mejor afrontarlos con conciencia de los costes y los beneficios.
Con este espíritu y este esquema de análisis, Izquierdo aborda en el libro algunas cuestiones enmarcadas en la especial configuración que adoptan el poder, el sexo y el trabajo bajo condiciones sexistas. Por ejemplo, la reducción artificial de las identidades al par “hombre”-“mujer”, no como resultado de la biología, sino de la división sexual del trabajo; los estrechos vínculos existentes entre sexualidad y dominación; las débiles fronteras entre amor e interés que se deducen del análisis de la mercantilización de lo erótico (mercantilización que no sólo incluye el sexo, sino también otro tipo de servicios); el impacto mutuo de la segregación laboral y el estado de nuestra sexualidad; la externalización de costes de producción que da lugar a la figura del ama de casa; y la discriminación salarial de las mujeres empleadas y su delicada relación con la desigualdad de género.
Todo este análisis sirve de marco para el abordaje del concepto de ciudadanía (de hecho, el libro se publica en la colección “La Biblioteca del Ciudadano”). Si hemos dejado el comentario del leitmotiv del libro para el final es para señalar que toda la artillería desplegada a lo largo del texto no sólo es valiosa por sí misma, sino también por la estrategia en la que se va desplegando. Por su formación intelectual en el materialismo, Izquierdo sabe que si se propone hablar de la ciudadanía, primero ha de definir y delimitar las fronteras de las categorías más generales: el sexismo, el patriarcado, la desigualdad, la discriminación y la segregación (y sus escenarios, la familia, el Estado y el mercado). Esto es lo que hace en el primer capítulo, y con esos instrumentos aborda en los siguientes sus reflexiones sobre el estado y la dinámica actual de las relaciones entre poder, placer y trabajo, o lo que es lo mismo, el análisis de cómo producimos nuestras vidas en condiciones sexistas. Este análisis del “quién hace qué y cómo” marca y condiciona el abordaje del concepto de ciudadanía, y permite señalar el fundamento opresivo y explotador que le sirve de base y lo define, delineando así una crítica radical del concepto, es decir, una crítica de su raíz patriarcal.
La denuncia del carácter patriarcal del concepto de ciudadanía obtiene una base sólida en ese proceso de construcción teórica, pero al mismo tiempo y gracias a esa base, la denuncia diseña las líneas generales de una estrategia política más cimentada en la voluntad de una superación real del sexismo que la que domina las políticas y discursos oficiales. Y si así lo creemos es porque, por un lado, y al surgir de un análisis del sexismo como conflicto estructural, esta estrategia parte del reconocimiento de la complejidad de su misión, de la inevitable producción de efectos imprevistos, y de la certeza de que habrá que hacer recuento de las pérdidas. Pero por otro lado, y al surgir de un análisis que hace hincapié en nuestra participación en la creación y sustento de las estructuras que nos oprimen, esta estrategia sólo es posible en la medida en que asumamos la responsabilidad de tomar las riendas en la solución de nuestros problemas, lo que sin duda la convierte en una estrategia más difícil y menos probable, pero con más posibilidades de éxito, que aquellas en las que tan sólo somos objeto de la acción de otros, normalmente profesionales de la política, la abogacía o las fuerzas de seguridad.
Lo que viene a decirnos la autora es que ya está bien de hacer la historia sin tener conciencia de ello, que ya es hora de hacerla con conciencia y asumiendo la responsabilidad que eso conlleva. Sólo desde esta posición podemos desarrollar el coraje suficiente como para vencer a la fuerza las resistencias con las que se encuentra el proyecto de una democracia participativa y, en general, el proyecto de abolir las desigualdades. A la fuerza, decimos, porque la igualdad y la dignidad humana no son susceptibles de negociación, y hay ámbitos en los que “la buena voluntad se estrella”, no contra un muro, sino contra aquellos que obtienen beneficio del sufrimiento humano. No es casual, por tanto, que Izquierdo finalice la obra retomando el lema feminista “lo personal es político”.
En resumen, este libro nos da un paseo crítico por el
estado del sexismo y las políticas que supuestamente lo combaten, en un intento
quizá demasiado ambicioso en el marco de unas escasas 118 páginas. En cualquier
caso, reto superado, porque la escasez de páginas no se traduce en escualidez de
los argumentos. Al contrario. Cuando el rigor, el entusiasmo, la exhaustividad y
la combatividad han de lidiar con el criterio editorial de moda (léase “libros
cortos”), el único resultado posible es una píldora concentrada de digestión
engañosa. Es corto y está escrito con un estilo directo y ameno, de manera que
“Sin vuelta de hoja...” corre el riesgo de ser devorado. Sería un error y un
maltrato. Tómenselo con calma, pausen para reflexionar y disfruten del detalle.
Y si les sabe a poco, vuelvan a leerlo.