Athenea Digital - num. 2 otoño 2002-
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Alienación y sufrimiento en
el trabajo. Una aproximación desde el marxismo
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Francisco José León Medina Departament de Sociologia. Universitat Autònoma de Barcelona |
Este trabajo se desarrolló en el marco del proyecto de investigación
“Relaciones de producción, subjetividad, sentimientos y acción” que llevó a cabo
el GESES (Grup d’Estudis Emocions, Sentiments i Societat), bajo la dirección de
la doctora María Jesús Izquierdo Benito. El objetivo fundamental de este
proyecto es el análisis de la relación entre los procesos de creación de
subjetividad y los de su objetivación, es decir, el estudio de la relación
existente entre las condiciones que producen subjetividad y las condiciones en
las que esa subjetividad se expresa y actúa. La defensa de una concepción de la
subjetividad entendida en términos de sujetar y de estar sujeto tiene su raíz en
una motivación de carácter humanista: se trata, en definitiva, de reconocer el
papel que tienen las personas en la configuración de sus vínculos y al tiempo,
de prestar toda la atención al impacto de esos vínculos en el bienestar y el
sufrimiento de los seres humanos. Ya que el proyecto de evitar el sufrimiento
evitable (el propio y el ajeno) parece una mejor estrategia que la
experimentación de placer, no sólo para producir un cambio radical en nuestros
vínculos, sino incluso para fundar la solidaridad que tal cambio necesita como
prerrequisito, aquí optamos por centrarnos tan sólo en la aportación de la
ciencia social a la comprensión y el combate del sufrimiento humano. A esta
motivación humanista vino a unírsele otra de carácter político-académico, que se
concretaba en una propuesta de reconsideración del potencial teórico-práctico
del marxismo. Así, la cuestión principal que nos planteamos en esta tesis se
resumía en la pregunta ¿qué aporta o puede aportar el marxismo a la
sociología del sufrimiento, a la comprensión y el combate del sufrimiento humano
en el vínculo social? Y es así como llegamos a la teoría de la alienación,
que sin duda constituye la mirada peculiar del marxismo al sufrimiento humano.
Para ello, comenzamos analizando algunas aportaciones relevantes de autores
de inspiración marxista a la cuestión del trabajo y la alienación. En concreto,
se analizaron las aportaciones de Paul Lafargue, Agnes Heller, Herbert Marcuse,
Erich Fromm, André Gorz y Jon Elster. Habiendo sentado Marx las bases de esta
teoría, su desarrollo materialista exigía una definitiva emancipación del lastre
del pensamiento idealista y del ilustrado. Sin embargo, hemos constatado que las
propuestas de los autores analizados parecen estar “por detrás de Marx” en lo
que se refiere al avance desde esas filosofías hacia la concepción materialista
del mundo. Nuestra intención de analizar las conexiones entre la
alienación y el sufrimiento desde este paradigma debía
postergarse. Los conceptos fundamentales de la teoría marxista de la alienación,
así como sus conexiones teóricas, debían releerse, problematizarse y ser
redefinidos antes de entrarnos a la cuestión del impacto de la substantivación
de los vínculos en el sufrimiento humano. Nuestra primera intención era, por
tanto, realizar una propuesta para el desarrollo de una teoría de la alienación
de carácter materialista y compatible (pero no reducido a) la normatividad. Para empezar, y partiendo de nuestra interpretación de los textos marxianos y
de la crítica a los autores señalados, reformulamos la tesis de la
autoproducción histórica del ser humano. Marx hizo expresa su tesis de que la
esencia humana no es otra cosa que las relaciones sociales, es decir, que somos
lo que hacemos y cómo lo hacemos. Los autores analizados, sin embargo, y pese a
presentar sus aportaciones como “materialistas”, ni parten de esta tesis para
desarrollarla ni se distancian expresa y argumentadamente de ella. La tesis de
la construcción social del ser humano es simplemente desconsiderada, y por el
contrario, se acude a concepciones más ligadas a la idea feuerbachiana de una
generalidad interna y común a todos los individuos y que nos define como
especie, generalidad que, por influencia de las teorías ilustradas sobre la
bondad natural del ser humano, toma la forma de potencialidades o tendencias
ahistóricas que definen “lo humano” por encima de las coyunturas históricas.
Considerando que esta visión nos aleja de la ontología materialista del ser
humano, retomamos la tesis marxiana para sostener que nuestra condición humana
es producto y productora de nuestra interacción con el mundo, de nuestros
vínculos sociales. Pero si esto es así, ¿cómo es posible concebir al mismo
tiempo que nos construimos socialmente y que la sociedad nos aliena? Si nuestro
ser es un producto social ¿de qué nos separa la alienación? El hecho de definir
la esencia humana como el vínculo social nos planteaba el reto de ofrecer una
definición de la alienación en la que no se contemplara la existencia de un
“ser” previo a los vínculos y objeto de su coerción. Antes de esto, sin embargo, era necesario abordar el segundo de los pilares
necesarios para una teoría materialista de la alienación: el concepto de
trabajo. Siendo un principio materialista la centralidad del trabajo en la vida
social y las subjetividades, resulta un tanto sorprendente que los autores de
tradición marxista analizados en esta tesis eviten ofrecer una definición
operativa del “trabajo” (con la excepción de Marcuse), pero aún mucho más que
eviten describir los mecanismos en los que se concreta ese poder configurador
del trabajo. Nosotros hemos definido el trabajo como una síntesis de acciones
y/o actividades que con esfuerzo y disciplina violenta la realidad (externa e
interna) con el objetivo de la producción de potenciales valores de uso. Esa
violentación del decurso espontáneo de las cosas que es el trabajo nos
proporciona un especial contacto con la realidad humana. Si descomponemos
analíticamente el vínculo social en dos (el vínculo con las personas y el
vínculo con los objetos), y por otro lado, descomponemos analíticamente los
procesos que tienen lugar en tres (subjetivación, praxis y objetivación),
obtenemos un “mapa” que distingue nueve dimensiones analíticas del vínculo
social. La centralidad subjetiva del trabajo resulta del hecho de que esta
actividad nos señala los limites de lo posible en cada dimensión del vínculo, y
al mismo tiempo, nos permite ensancharlos en cierta medida. Nos proporciona, por
tanto, un contacto panorámico y transformador con la realidad humana. Bajando del nivel de abstracción del “trabajo en general”, distinguimos entre
el “trabajo general-abstracto” y el “trabajo concreto” como punto de partida
para la reflexión sobre el fenómeno de la coexistencia de distintas relaciones
productivas en un mismo modo de producción. Sin pretender resolver el debate
sobre el modo en que coexisten, hemos considerado que los dos tipos de
relaciones productivas fundamentales en la sociedad occidental actual son las
capitalistas y las patriarcales. Por tanto, entendemos el actual modo de
producción como capitalista-patriarcal o patriarcal-capitalista. Ambas lógicas
se encuentran en una unidad inestable: pueden entrar y entran en conflictos de
resolución imprevisible, pues ninguna de las dos lógicas posee un carácter
dominante respecto de la otra. La definición de trabajo y la
caracterización del modo de producción como capitalista-patriarcal diseñan así
el escenario principal en el que se produce y hemos de estudiar el fenómeno de
la alienación. Una vez definidos el trabajo y la esencia humana, abordamos desde ellos
nuestra crítica a las concepciones de la alienación de los autores analizados y
a las praxis que de esas concepciones se deducen. Desde nuestro punto de vista,
constituye un ejercicio de reificación y narcisismo recurrir a la idea de una
sustancia interior a cada individuo y ahistórica, que contiene los rasgos
“auténticamente humanos” que, por supuesto, son los normativamente considerados
“positivos” (la fraternidad, la polivalencia, el trabajo...). Por un lado, esos
rasgos no son intrínsecamente positivos (tal cosa sólo depende de las
circunstancias en las que aparecen y se desarrollan), de manera que afirmarlo
constituye una reificación. Por otro lado, suponer que nuestra esencia sólo
contiene esos elementos, siendo los negativos “elementos secundarios” generados
por “la sociedad”, constituye un ejercicio narcisista de introyección de lo
bueno y proyección de lo malo. Desde estas posiciones, la alienación sólo podía
concebirse de dos modos: bien como escisión entre esencia y
existencia, bien como escisión entre ser y deber ser.
El primero modo no nos satisfacía, dado nuestro propósito de plantear una
definición materialista (es decir, que parta de la construcción social del
individuo, y no de supuestas esencias impolutas que esperan agazapadas el
levantamiento de las coerciones para mostrarse en todo su esplendor). El segundo
modo tampoco nos satisfacía, dado nuestro propósito de ofrecer una definición no
circunscrita al terreno normativo. Creemos además, que tales concepciones
contienen un potencial totalitario que se muestra con claridad cuando
descubrimos, gracias a la reflexión sobre las prácticas políticas a las que dan
lugar, que, en realidad, esos dos modos no son sino uno solo: el que consiste en
sostener que nuestra esencia, aquello que realmente somos, no es nada
distinto a lo que nuestro proyecto político sostiene que debemos
ser. Frente a este tipo de planteamientos, hemos propuesto la tríada conceptual
que forman la substantivación, la heteronomía y la prescripción como una tríada
útil para elaborar una definición materialista de la alienación. En realidad,
las fronteras entre estos conceptos son difusas, pues todos hacen referencia a
la pérdida de control sobre los vínculos, pero cada uno de ellos se centra en un
momento del proceso. El fenómeno de la substantivación nos remite a la pérdida
de control en la definición del contenido, el significado o la finalidad de un
vínculo social. Esa pérdida del control supone que nos aparecerán definidos
independientemente de nuestra voluntad, y se nos impondrán mediante el ejercicio
de un poder. A esa definición extraña e impuesta es a lo que llamamos
heteronomía, y al modo en que se nos impone, prescripción. La alienación consistiría, por tanto, en la heterodeterminación de los
procesos de subjetivación, praxis y objetivación que tienen lugar en nuestros
vínculos sociales cuando éstos se substantivan. La alienación no nos remite a
una situación en la que nuestros vínculos se han roto, sino a la situación en la
que no ejercemos la capacidad de determinar sus contenidos, sus fines, etcétera.
Estos quedan prescritos, y se nos imponen mediante la coerción. Nuestro trabajo
en esta tesis quedó acotado a las coerciones externas sobre el yo, y al
sufrimiento que las acompaña, pero no dejamos de señalar que la cuestión de la
relación entre el sujeto y la coerción es mucho más compleja. Desde el momento en que renunciamos a la consideración de esencias internas
que se expresan más o menos en los vínculos sociales, la relación entre la
prescripción heterónoma o la autogestión del contenido, y el sufrimiento o el
bienestar que generan, deja de ser evidente. Si considerásemos que una supuesta
esencia interna está a la espera de poder expresarse con el levantamiento de las
coerciones, la autogestión podría considerarse como el terreno en el que ese
“ser verdadero” se manifiesta, y con él, la felicidad humana. Nuestras
propuestas de definición de la esencia humana y la alienación pretenden
problematizar el esquema simple de identidades alienación-sufrimiento y
desalienación-bienestar, lo cual no quiere decir que no creamos que la
alienación genera sufrimiento y la desalienación bienestar. Lo que no creemos es
que se deba plantear en los términos en los que se ha solido plantear. La coerción necesaria para la construcción del yo, es decir, para
hacer posible la vida social, no nos interesa desde el momento en que queda
fuera del ámbito de lo alienado y lo desalienado. Pero la coerción va más allá
de la construcción del yo, de manera que podemos hablar de una
auténtica coerción excedente que no asegura la vida social,
sino ésta vida social. Esa coerción excedente tiene lugar precisamente
cuando los vínculos se substantivan ante nosotros, es decir, cuando se nos
imponen prescritos heterónomamente sus contenidos o sus fines. La coerción
impone limitaciones, lo que, desde el punto de vista psicoanalítico, implica
siempre un displacer. Lo que nos hemos preguntado es si la coerción excedente
genera también un sufrimiento excedente. Si lo creemos así es porque, una vez
descartada la posibilidad de subjetividades unidimensionales que no contemplen
la posibilidad de lo distinto, la heteronomía alienada impone unas limitaciones
que el sujeto experimenta, de manera más o menos consciente según los casos,
como limitaciones prescindibles. Y las experimenta como prescindibles porque son
realmente prescindibles en otros vínculos, o lo han sido en ese mismo vínculo en
otros momentos, o lo son para otros sujetos, o incluso simplemente porque
considera que es razonable la posibilidad de prescindir de ellas. Por otra
parte, si la alienación produce un sufrimiento excedente, podemos esperar que la
desalienación reduzca el sufrimiento que experimentamos. Si los individuos
tienen bajo su control las condiciones controlables de sus vidas, se enfrentan a
sus propios límites (no a las limitaciones heteroimpuestas), lo que viene a ser
lo mismo que decir que se autoconstruyen conscientemente. Por otra parte, las
condiciones de autogestión constituyen una reducción de la coerción al mínimo
imprescindible democráticamente definido por una colectividad. El sufrimiento
humano no es erradicable, pero los vínculos desalienados establecen las
condiciones para la erradicación del sufrimiento evitable y la reducción del
inevitable. Junto a estas conexiones teóricas entre alienación y sufrimiento, elaboramos
una descomposición analítica de las alienaciones parciales que pueden tener
lugar en el trabajo, ofreciendo la tipología resultante como un “mapa” analítico
de posibles ámbitos en los que desarrollar investigaciones parciales sobre la
alienación. De hecho, la investigación empírica que desarrollamos a continuación
se centraba en algunos de esos ámbitos. Este estudio empírico no pretendía
validar o contrastar el conjunto de nuestras aportaciones, sino tan solo sondear
la aportación de nuestra propuesta al análisis empírico del sufrimiento que
tiene lugar en el vínculo social, y especialmente en el trabajo.
Si el yo se construye en el enfrentamiento y superación de límites,
y si el trabajo constituye una de las actividades fundamentales en ese proceso,
es lógico pensar que las distintas posiciones en el proceso productivo
constituirán ejes alrededor de los cuales la alienación adquirirá rasgos
distintos. Y habiendo calificado al modo de producción como
“capitalista-patriarcal” o “patriarcal-capitalista”, no podíamos sino considerar
que tales ejes eran la clase y el género. Es por ello que la selección de los
entrevistados se realizó en función de sus perfiles de fracción de género y
clase. El objetivo del análisis de las entrevistas era tratar de detectar y exponer
las expresiones de sufrimiento que las distintas fracciones de clase y género
manifiestan ante el contenido heterodeterminado de los vínculos laborales bajo
condiciones capitalistas y patriarcales, así como las acciones que tienen aquel
sufrimiento como origen u objetivo. El análisis distinguió dos ámbitos (la casa
y la fábrica) y se centró en tres tipos de vínculo laboral, o si se prefiere,
tres dimensiones del vínculo laboral: el vínculo del productor con la actividad
en sí, el que establece con los demás agentes de la producción, y el que
establece con los objetos, los medios de producción y el producto
resultante. En general, podemos decir que son dos las conclusiones fundamentales del
análisis de las entrevistas. La primera es que no existe una prescripción
heterónoma que no genere expresiones de sufrimiento entre quienes la sufren.
Evidentemente, en cada vínculo analizado y para cada fracción de clase o de
género el contenido de la prescripción es distinto, y con él, los tipos de
sufrimientos que genera. La segunda es que la prescripción heterónoma no
determina, aunque condicione, el contenido de lo prescrito, pues siempre resta
disponible un margen de maniobra para combatir, resistir o evitar el peso de la
heteronomía alienante. Estas dos conclusiones arremeten contra la consideración
de la clase obrera actual como una clase de “esclavos felices” y advierte del
fracaso de la voluntad política de convertirlos en tales. Ni son esclavos en el
sentido de que se limiten a obedecer las prescripciones referidas a lo que deben
hacer o cómo hacerlo, ni son felices en el sentido de que no experimenten
sufrimiento por la incapacidad de controlar el contenido o los fines de sus
vínculos. En todos los vínculos estudiados, es decir, en el vínculo de los
entrevistados con la actividad mercantil, con el trabajo doméstico, con la
organización productiva en la fábrica y la casa, con los demás agentes de la
producción, y con los objetos, los medios de producción y el producto
resultante, en todos esos vínculos, es posible constatar que existe una
conciencia más o menos clara de que están en alguna medida fuera de nuestro
control, o en otras palabras, que su contenido nos viene heterónomamente
prescrito. Y por otro lado, también es posible constatar que la prescripción no
logra ni imponerse sin generar algún sufrimiento ni terminar con las
posibilidades de algún tipo de acción que le haga frente o la esquive en algún
grado.