Athenea Digital- núm. 5 Primavera 2004-

Geertz, Clifford (2002)
Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos. Barcelona: Paidós.



Mª Carmen Peñaranda Colera
Universitat Autònoma de Barcelona
mcarmen.penaranda@campus.uab.es

 

Clifford Geertz, uno de los antropólogos más influyentes de nuestro tiempo, recoge en este trabajo algunas de las discusiones de mayor importancia que se están dando en la actualidad. A través de una colección de ensayos, el autor nos muestra una serie de comentarios y reflexiones sobre temas tan variados como el relativismo moral, la relación entre las diferencias culturales y psicológicas, la cultura de la diversidad y el “conflicto étnico” en la política actual.

Este libro consta de varias partes. En primer lugar, nos encontramos con “Paso y accidente: una vida de aprendizaje”, donde el autor nos narra, de forma entretenida y amena, cómo inició su andadura en el mundo de la filosofía y cómo, siguiendo los consejos de un profesor suyo, pasa a dedicarse a la antropología, y más específicamente, cómo se mueve hacia el movimiento revolucionario de la antropología simbólica, a la que él prefiere denominar “antropología interpretativa”. Su experiencia como antropólogo la podemos ubicar tanto en la academia (formando parte de algunos departamentos como el Departamento interdisciplinar de “Relaciones Sociales” de la Universidad de Harvard) como realizando trabajo en el terreno o, dicho de otra forma, realizando estancias de investigación que le llevaron desde Java hasta Marruecos, pasando por Bali y donde pudo experimentar el tan apreciado para él trabajo de campo.

Una vez situada y narrada su carrera profesional, Geerzt nos presenta algunas de las controversias morales y epistemológicas que, en la actualidad, se están discutiendo en el campo de la antropología de la mano de diversos antropólogos. En “El estado de la cuestión”, el autor comienza reflexionando sobre qué es realmente la antropología para pasar a debatir sobre dos de los grandes problemas que, según él, han sacudido a la antropología social: por un lado, lo que él denomina la “desaparición del objeto” y, por otro lado, la pérdida del aislamiento en la investigación. De la mano de Gananath Obeyesekere y de Marshall Sahlins y, de su diferente forma de aproximarse al objeto de estudio, el autor intenta reflexionar sobre algunas cuestiones metodológicas críticas respecto al asunto de “conocer al otro”. Dialogando con Pierre Clastres y James Clifford, intentará reflexionar en torno a la importancia del trabajo de campo para la disciplina. Estableciendo conexiones entre la historia y la antropología, hará referencia a las influencias que se han ejercido ambas y cómo se han establecido las relaciones entre ellas. Para ello, nos remitirá al trabajo de dos grupos: primero, al “Grupo de Melbourne”, con el que ejemplificará sobre la historia antropologizada y la antropología historizada y con el que ensayará una nueva relación entre ambas disciplinas, que no consiste tanto en fundir ambos campos académicos en un nuevo “esto-o-lo-otro”, sino que, recurriendo a sus relaciones dentro de los límites del estudio particular (la táctica textual), pretende una redefinición del uno en función del otro; segundo, al grupo al que se refiere como “Construcción simbólica del estado”, un ejemplo de cómo historiadores y antropólogos han intentado coordinar sus esfuerzos sobre un tema de interés común como son las relaciones entre significado y poder. Para terminar, Geertz reflexiona sobre la tensión “local versus universal” en las ciencias humanas. A partir del cuestionamiento de los universales y de aquellos que creen que la tarea de las ciencias humanas es el descubrimiento de hechos, el establecimiento de leyes y la predicción de resultados, el autor nos presenta el “conocimiento local” y propone que, el objetivo de las ciencias sociales tendrían que ser las propias prácticas de vida, es decir, “clarificar lo que sucede en pueblos diferentes, en épocas distintas y obtener algunas conclusiones sobre constricciones, causas, esperanzas y posibilidades” (p. 109). Para ello, remite a Stephen Toulmin y a su “recuperación de la filosofía práctica”, donde propone el regreso de la oralidad, de lo local, de lo particular como forma de aproximarse a la realidad social.

En los cinco capítulos siguientes, Geertz presenta una serie de reflexiones más sistemáticas sobre la obra de diferentes autores como, Charles Taylor, Thomas Kuhn, Jerome Bruner y William James, y explora de su mano cuestiones relativas a la filosofía política, a la psicología, a la religión, etc. Partiendo de aquellos temas que le han intrigado desde siempre y, a la luz del pensamiento moderno y del multiculturalismo, recupera algunos de sus planteamientos para reflexionar sobre temas como la nación, la identidad, el país, etc., bajo la pretensión de, superando la idea de que sus significados están categóricamente fijados, recuperar el carácter sociohistórico y situado de los mismos.

De la mano de Taylor y de su lucha contra el “naturalismo” o “concepción naturalista del mundo”, que parece omnipresente en las ciencias humanas, Geertz recupera esta resistencia considerándola necesaria para evitar la naturalización de las ciencias sociales.

En “El legado de Thomas Kuhn: el texto apropiado en el momento justo”, Geertz reflexiona sobre cómo y por qué “La estructura de las relaciones científicas” se convirtió en una obra tan relevante en su momento. La insistencia de Kuhn al plantear que la historia de la ciencia es la historia del crecimiento y la sustitución de comunidades científicas y que “el cambio científico no consiste en un acercamiento a una verdad en actitud de espera sino en bandazos de las comunidades disciplinarias” (p. 139), así como el énfasis que puso en que “tanto la ciencia normal como las revoluciones son […] actividades basadas en la comunidad” (p.140) convirtieron a “la estructura…” en una obra revolucionaria, dando paso a la irrupción de la Sociología del Conocimiento en el estudio de las “ciencias”. En este sentido, el autor repasa las vicisitudes que la obra de Kuhn tuvo en su momento y la recepción de la misma entre los intelectuales de la época. De esta manera, Geertz recupera de la mano de Kuhn la importancia de las consideraciones sociológicas para la comprensión del cambio de teorías.

En “Una pizca de destino: la religión como experiencia, significado, identidad, poder”, Geertz reflexiona sobre la religiosidad de mano de William James. Mientras que para éste la “religiosidad” era un asunto personal, un “estado de fe”, privado, subjetivo y enraizado en la experiencia, en nuestro tiempo, la devoción religiosa se debe entender en términos de “significado”, de “identidad” o de “poder”. A pesar de la concepción individualista y experiencial que tenía la religión para James, Geertz propone la recuperación de aquel en el sentido de esa “pizca” de destino y de su forma de impregnarla de emoción. En este sentido, el autor considera pertinente recuperar las inflexiones personales del compromiso religioso que, más allá de lo personal, penetran en los conflictos y dilemas de nuestro tiempo. Geertz considera relevante recuperar en nuestra investigación aquella “forma de hacer” de James donde lo extraño, lo particular, lo incidental e, incluso lo extremo y enfermo era tenido en cuenta (p. 169).

Jerome Bruner, considerado uno de los líderes de la Revolución Cognitiva, es recuperado en este trabajo por su relevancia dentro de la psicología cultural (Bruner se convertirá en una de las figuras más importantes de la psicología cultural tras sus “Actos de significado” donde plantea la importancia de los significados para entender la acción humana). Geertz recupera de este autor sus reflexiones sobre la Psicología cultural y más específicamente sobre los significados compartidos, las creencias, los valores, etc. Para ello, nos remite a las implicaciones de su concepción de la narrativa como “un modelo de pensamiento cuanto la expresión de una visión del mundo de una cultura” (p.180). Bruner en su “el próximo capítulo de la Psicología” plantea cuales deberían ser las direcciones por las que la Psicología cultural debería moverse y cómo vincularse con otros enfoques sobre el “estudio de la mente”. Este propósito de unir los conceptos de mente y cultura, es criticado por Geertz, ya que no cree que la solución sea la mera hibridación de disciplinas, sino que su propuesta tiene que ver más con una navegación por la diversidad. Si caemos en el aislamiento de los enfoques rivales sobre la comprensión de mente y cultura, estaremos cosificando y exaltando la diferencia; si los fusionamos, estaremos subestimando esta diferencia e imposibilitando su erradicación. Geertz propone que el orden que aflore tanto en la mente como en la cultura será fruto de aquello que esté en juego y que, una forma de asegurar cierto futuro a la Psicología cultural podría ser tener en cuenta la apertura, receptividad, adaptabilidad, inventiva e inquietud que ha caracterizado la propia obra de Bruner.

Siguiendo con el tema de la mente y la cultura, en “Cultura, mente, cerebro/cerebro, mente, cultura” intenta reflexionar sobre la naturaleza de las emociones y de los sentimientos. Geertz presenta a los teóricos de la pasión y el sentimiento (los culturalistas o de la acción simbólica) que defienden un enfoque de las emociones esencialmente semiótico, es decir, “entendidas éstas como instrumentos de significación y prácticas constructivas a través de las cuales aquéllas adquieren forma y sentido y curso público” (p. 198). En este sentido, Geertz pretende recuperar la importancia de la constitución cultural de las emociones para el estudio de las mismas.

Finalmente, en “El mundo en pedazos”, Geertz nos muestra su preocupación en torno a, como él mismo apunta, “algunos interrogantes que han surgido en la teoría política a raíz del creciente recrudecimiento del “conflicto étnico” (p. 16). En este último capítulo, Geertz pone el mundo patas arriba y lo desmenuza en pequeños pedazos con la pretensión de poner en evidencia los problemas y situaciones conflictivas que existen hoy en día en nuestro mundo. Su análisis comienza presentando un mundo hecho añicos, desmembrado y fraccionado sobre todo tras la caída del muro. Es en este mundo donde se plantea qué lugar ocupan los grandes conceptos, integradores y totalizantes, que nos han permitido organizar nuestras ideas sobre política mundial y, en particular, sobre las similitudes y diferencias entre pueblos, sociedades, estados y culturas. La forma de sobrevivir a este mundo desmembrado no reside tanto en ofrecer narrativas dominantes sobre qué es la identidad, la tradición, la cultura…. sino que, más bien, necesitamos de maneras de pensar sensibles a las particularidades, sensibles a la pluralidad de modos de pertenencia y de ser. Lejos de ofrecer pautas comunes de definición y comprensión de términos como país, pueblo, nación, identidad, etc. que los reduzca a una categoría, que nos muestren un panorama de uniformidad y homogeneidad, que nos lleve a una igualdad de pensamiento, al consenso..., Geertz propone una apertura del vocabulario de la descripción y el análisis cultural a la divergencia y a la multiplicidad. Como dice el autor, “al igual que los países, tampoco las identidades que los colorean […] pueden ser comprendidas como unidades sin quiebra, totalidades sin fragmentar” (p. 249).

Geertz cree que la teoría política debería ser una política práctica de conciliación cultural, dirigida y adaptada a las circunstancias, a los tiempos, a los lugares y personalidades. Es decir, y como apunta el autor, “la teoría política no es, o cuanto menos, no debería ser una reflexión intensamente generalizada sobre asuntos intensamente generalizados, un imaginario de arquitecturas en las que nadie podría vivir, sino que debería ser, más bien, un compromiso intelectual, móvil, exacto y realista con los problemas de hoy más clamorosos” (p. 266). El autor promueve un (re)planteamiento del liberalismo, de manera que se circunscriba a un espacio particular de experiencia política occidental, una forma de entender cómo las personas con diferencias pueden vivir en el respeto. Para Geertz vivimos en un ambiente de “paz de baja intensidad” y es en él donde se tiene que operar para pervivir y mantener lo que él considera el compromiso más profundo y crucial que no es otro que la obligación moral de la esperanza.

Con seguridad lo más interesante de este libro es la aproximación que hace Geertz a algunos autores, a algunas de sus obras y a ciertas posiciones que nos pueden ofrecer nuevas formas de ver y entender esta realidad social multicultural en la que nos movemos hoy en día. Estos diálogos, o mejor dicho, la construcción de interlocutores a los que “tomar prestados” ciertos planteamientos, permiten a Geertz intentar (re)pensar conceptos como identidad, nación, país, religiosidad, etc. entendiéndolos, no como términos fijados, sino considerando su significado como construcciones que acontecen a través del tiempo y del espacio. La lectura de este trabajo no solo resulta de interés para aquellos/as que se dedican a la antropología, sino que puede aportar elementos de gran interés a cualquiera que se dedique a las ciencias sociales.