Athenea Digital - num. 6 otoño 2004-

Globalización y Cultura. Análisis crítico de los vínculos, efectos e interconectividad entre dos nociones

Eduard Juanola Hospital

Programa de Doctorat en Psicologia Social. Universitat Autònoma de Barcelona

eduard.juanola@campus.uab.es

 

Una mirada a la actual producción teórica en el ámbito de las Ciencias Sociales –y muy especialmente, en disciplinas como la antropología o la sociología– revela una creciente preocupación por las relaciones y vínculos existentes entre un proceso que ha venido conceptualizándose bajo el nombre de globalización y los cambios en las formas culturales. El presente trabajo, concretamente, nace también de una preocupación por las relaciones existentes entre las nociones de globalización y cultura, a la vez que por los efectos que emergen de su encuentro. Tal interés fue desarrollándose al comprobar, por un lado, que la apelación a la noción de cultura es algo cada vez más omnipresente en las explicaciones que intentan dar cuenta de lo que actualmente sucede en el mundo. Por otro lado, fue forjándose también al observar que una importante parte de las preocupaciones incluidas en la actual agenda política se encuentran en el centro de un diálogo entre la noción de cultura y la conciencia de encontrarnos en un mundo globalizado (o en proceso de globalización). Por ejemplo, un debate ampliamente desarrollado es aquel que versa sobre la pertinencia de luchar por la preservación de la diversidad cultural, en cuyo centro hay implicada tanto una clásica noción de cultura, como la conciencia de una creciente interconectividad entre las distintas regiones del planeta.

Teniendo en cuenta tales constataciones, sin embargo, el objetivo de este trabajo no es ofrecer una definición más exacta y pertinente de las nociones de cultura y globalización, sino que parte de entender que el centro de interés debe encontrarse en su carácter discursivo, entendiendo que estas nociones, lejos de hacer referencia a unas realidades preexistentes, contribuyen a la construcción de la realidad social desde una determinada óptica. Por ello, el objetivo de este trabajo es explorar cómo actúan estas nociones, esto es, analizar cómo se usan y, en ese uso, qué relaciones se promueven, mantienen o anulan. En otras palabras, el objetivo de investigación se encuentra en comprender el papel de las nociones de cultura y globalización en la actual organización social y las relaciones de poder que vehiculan. De algún modo entendemos que ambas nociones forman el verso y el reverso de una misma moneda, en el sentido que el tradicional concepto de cultura se ha tenido que ir amoldando, adaptando, reformulando, en diálogo con esta conciencia de interconectividad, que a su vez ha ido emergiendo y construyéndose sobre la base de un discurso cultural previo. Así pues, partimos del hecho de que no se puede estudiar sencillamente como afecta una a la otra, sino que es necesario estudiar ambas en su mutua relación, es decir, en el diálogo que se establece entre ellas.

Si creemos importante esta aproximación es porque en gran parte de la actual producción teórica dentro del campo de las Ciencias Sociales, se ha estudiado la relación entre estas nociones reificándolas, al dirigir sus preguntas de investigación al análisis de cómo la globalización (o ciertos procesos referidos al tal término) afecta sobre las culturas, sobre las identidades culturales, o sobre la diversidad cultural. Por ejemplo, una pregunta con una larga tradición es aquella que plantea que quizás el aumento de la circulación de productos y servicios por todo el planeta implicará una desaparición de las culturas particulares, conduciéndolas hacia una homogeneización cultural global.

El problema de este tipo de discursos, en primer lugar, es que intentan analizar el impacto o el efecto de unos ciertos cambios sociológicos asumiendo acríticamente que la noción de cultura es la más idónea para dar cuenta de los cambios en las formas de vida; olvidando, consecuentemente, que observar el mundo desde el culturalismo, lejos de ser neutro, tiene efectos, en el sentido que ayuda a mantener, promover y/o anular ciertas relaciones de poder. Al mismo tiempo, con demasiada frecuencia existe también la tendencia a reificar la noción de globalización como algo independiente de la forma que tenemos de conceptualizarla. En este sentido, los teóricos del sistema-mundo ya se han encargado de cuestionar este hecho, poniendo de manifiesto que la interconectividad a nivel global, que tan actual nos parece, puede ser rastreada hasta al menos el siglo XV.

Para dibujar algunos de los ejes que nos pueden ayudar a dar cuenta del papel y la fuerza que tienen actualmente estas dos nociones, en este trabajo hemos elegido la metáfora del poliedro. Un poliedro es un objeto, por un lado, sólido, y por otro, con múltiples rostros, caras o superficies. Tanto la cultura como la globalización son conceptos sólidos, no en un sentido de poseer unas propiedades físicas, sino en términos de que actualmente han pasado a formar parte del sentido común, es decir, han devenido “realidades” evidentes, casi incuestionables. ¿O quizás alguien osaría negar, por ejemplo, la existencia de diferencias culturales? Precisamente, por el hecho de haberse constituido como a “realidades” sólidas, incuestionables, por eso mismo es urgente sospechar de ellas y ponerlas bajo examen, puesto que ningún discurso sobre las formas de vida está exento de efectos sobre ellas.

Por otro lado, cultura y globalización son conceptos poliédricos porque esconden una fuerte polisemia, una variedad de significados que con frecuencia es inadvertida, o bien, sencillamente es obviada. En esta dirección, sería sumamente difícil llegar a un acuerdo respecto a una definición exacta y consensuada de cualquier de estos términos. Por ejemplo, la globalización ha sido descrita como un fenómeno económico, pero también, como un fenómeno político, tecnológico o cultural; como un fenómeno unidimensional o multidimensional. En cualquier caso, lo que aquí nos interesa es que, sea cual sea su definición, bajo este término hay implícitos dos elementos. En primer lugar, hay implícito el hecho de que el mundo está en un proceso de cambio, que el mundo de hoy ya no es como el de ayer. Esto se traduce en un discurso que enfatiza que lo que sucede en nuestro alrededor tiene que ser explicado desde unos ejes distintos de los utilizados en el pasado. En segundo lugar, bajo el término globalización hay implícito también el hecho que cada vez las distintas regiones y/o localidades están más interconectadas. Es decir, para poner un ejemplo extremo, hoy en día somos conscientes que podemos tener tranquilamente más amigos/as en el otro extremo del mundo que en nuestro propio barrio. En este sentido, en términos muy amplios, podemos definir la globalización como la conciencia de un aumento de la interconectividad entre las distintas regiones del planeta.

Evidentemente, y como los discursos que hemos enfatizado en líneas anteriores muestran, si queremos comprender los cambios actuales en la vida cotidiana, no podemos prescindir de esta mirada a la realidad social en términos globales. La cuestión se encuentra en que tradicionalmente la noción de cultura ha tenido el monopolio para dar cuenta de las formas de vida y, sobre todo, de las diferencias en y entre ellas. En parte, es por ello que no ha podido permanecer impasible ante esta conciencia de interconectividad.

La noción de cultura es bastante anterior al discurso acerca de la globalización, y por eso mismo, en este trabajo hemos considerado imprescindible realizar inicialmente una breve exposición de las condiciones que posibilitaron la consolidación del concepto de cultura, pues es sobre esta base donde se ha establecido, en parte, el diálogo entre ambas nociones. Básicamente, se trata de una noción que cumplió un importante papel en el proceso de configuración de los Estados-nación, al ofrecer la posibilidad de dar una cierta unidad nacional dentro de sus fronteras. Era una concepción que bebió del discurso del romanticismo alemán, según el cual cada nación tenía unas tradiciones, unas formas artísticas particulares que le daban una idiosincrasia peculiar y, por lo tanto, la distinguían respecto a las otras naciones. En el proyecto de configuración de los Estados-nación como entidades homogéneas hubo un intenso ejercicio de creación de sentimientos de identificación con la propia nación, básicamente a través de remarcar las peculiaridades de la propia comunidad que la diferenciaban del resto. Pero además, el hecho de vincular la existencia de una comunidad al compartir una determinada cultura, contribuyó a entender a ésta como aquello que posibilita la existencia de un cierto orden social. En este sentido, se entendía que era precisamente el compartir una misma cultura lo que prevenía de conflictos dentro de la propia sociedad. Esta es una idea que más adelante retomó la teoría funcionalista, consolidando la noción tradicional de cultura, al vincularla, por un lado, al territorio, y por otro, al consenso dentro de las fronteras nacionales. La noción antropológica tradicional de cultura, precisamente, estuvo muy influenciada por la mirada funcionalista. El interés en quien era el otro en las colonias, y el hecho de que generalmente los estudios se hicieran en comunidades cerradas, contribuyó enormemente a esta conceptualización. Por lo tanto, la noción de cultura moderna que hemos heredado es una noción vinculada tanto al territorio (y más concretamente, a los límites del Estado-nación), como a la ausencia de conflictos en su interior. Uno de los aspectos que nos muestra el presente trabajo, precisamente, es que en este mismo vínculo con el territorio, el orden y el Estado-nación es donde tenemos que situar el punto de partida de gran parte de los puntos de diálogo de la noción de cultura con la conciencia de vivir en un mundo interconectado.

En primer lugar, por ejemplo, del fenómeno de las nuevas migraciones económicas, ha surgido la idea del carácter multicultural de las sociedades actuales, poniendo en duda, por lo tanto, la estricta identificación entre cultura y Estado-nación. Ante esta constatación, encontramos varias respuestas o conceptualizaciones. Por un lado, discursos como el fundamentalismo cultural (Stolcke, 1994), bajo el lema de la defensa de las identidades culturales, enfatizan la necesidad de reafirmar las fronteras, con tal de prevenir esta amenaza. Es un discurso que se podría conceptualizar como conservador (sin que ello signifique decir que se trata de un discurso exclusivo de la derecha), puesto que trata de preservar la noción moderna de cultura. La cultura, y más concretamente, el lema de la preservación de la identidad cultural, actúa ahí como el elemento a partir del que justificar la exclusión.

Otra respuesta a la crisis del vínculo entre cultura y territorio, provocada por esta consciencia en la interconectividad planetaria, ha sido el replanteamiento de la misma noción de cultura, poniendo la atención sobre todo en cómo opera el encuentro cultural, esto es, entender qué sucede cuando las distintas formas culturales entran en contacto. Es en este punto dónde debemos situar el interés creciente en el estudio de los espacios fronterizos, y en el análisis de los procesos de mestizaje e hibridación cultural. El cuestionamiento de los límites territoriales en relación a la noción de cultura, al mismo tiempo, ha posibilitado la emergencia de un debate respecto a si realmente la interconectividad es algo reciente, cuestión que ha permitido situar la noción de cultura dentro de los intereses de la modernidad, y de este modo, ponerla bajo sospecha.

Aparte de las nuevas migraciones, algo notorio en la actualidad es la enorme expansión del mercado, y de la presencia de productos servicios y conocimientos ajenos a nuestra propia comunidad en nuestro día a día. Teniendo en cuenta el tradicional vínculo entre cultura y territorio, la progresiva eliminación de las barreras que antes regulaban la presencia de productos manufacturados en otros países ha obligado a plantearse qué efecto tiene esta libre circulación de productos sobre las formas de organización social de cada una de las localidades culturales. La famosa tesis de la homogeneización cultural debe entenderse, entonces, en primer lugar, desde la subversión de los límites territoriales, y en segundo lugar, desde el tradicional vínculo de la noción de cultura con la creación de orden; en este caso, la creación de un orden global. De hecho, la idea de un mundo homogéneo va, en cierta medida, en consonancia con los intereses del capitalismo, en el sentido que cierta homogeneidad a nivel planetario es necesaria para que éste pueda llegar a cualquier punto del planeta. Por ejemplo, Marc Augé habla de una progresiva conformación a nivel mundial de espacios en los que la posibilidad de experimentar la diferencia y un conflicto hermenéutico deviene casi nula: aeropuertos, cajeros automáticos, grandes superficies, etc., espacios de idéntico funcionamiento, ya sean en la India o a Australia.

Si algo queda claro del encuentro del concepto de cultura con el de globalización es que la noción de cultura hoy en día ayuda a configurar una mirada al mundo en términos globales que cumple un importante papel de mantenimiento de una serie de relaciones favorables a los intereses del mercado y el capitalismo. Por ejemplo, el capitalismo necesita tanto de la supresión de fronteras para asegurar la distribución de productos, información y servicios en todos los rincones del mundo, como del mantenimiento de las fronteras culturales. La razón es que la noción de cultura, en relación a la progresiva conformación de una sociedad de consumo, ha adquirido un nuevo significado. Y es que actualmente, la cultura es también algo que vende, es decir, es uno de los objetos de consumo más preciados. Ello debe entenderse en el marco de un momento sociohistórico dónde el consumo ha devenido el eje a partir del que construir la propia identidad. En otras palabras, hoy en día el individuo se ve empujado en la necesidad de experimentar nuevas sensaciones, nuevas emociones, y la cultura se presenta como un espacio altamente atractivo para experimentar la diferencia. De hecho, lo que nos presentan las agencias de viaje es la posibilidad de experimentar nuevas sensaciones, de saborear la auténtica gastronomía magrebí, griega o de donde sea.

El hecho de mantener el vínculo entre cultura y territorio, en esta dirección, posibilita a la vez vender la noción de viaje. Como hemos venido mostrando, el tradicional vínculo entre cultura, identidad y territorio, ha servido muy bien a este interés, pues permite interpretar la llegada de inmigrantes como una amenaza a las identidades nacionales-culturales, justificando así la redacción de estrictas leyes de extranjería.

Por otro lado, en cualquier caso, la introducción de la noción de cultura como uno de los elementos centrales de la actual agenda política también tiene un efecto inhibidor del cambio social, pues el hecho de entender y asumir que las diferencias culturales son algo real, e inevitable, conduce a entender que la única tarea que puede realizarse a nivel político es gestionar estas diferencias para prevenir el conflicto. Como podemos ver, eso implica el retorno a una mirada funcionalista respecto al funcionamiento de la sociedad, esto es, una mirada con el objetivo de perseguir el consenso social, dejando de lado la importancia del conflicto necesario para el cambio y la transformación social.

Resumiendo, en el análisis efectuado nos encontramos que la noción de cultura se adapta muy bien a los intereses del capitalismo, pero al mismo tiempo, el discurso sobre la globalización, más allá de cuestionar dicha noción al introducir la idea de interconectividad, la ha reforzado. El motivo, principalmente, es que la globalización se ha constituido actualmente como una importante superficie de enunciación desde donde se producen conceptos, acciones y, en fin, una nueva mirada que abarca y absorbe a la vez las formas de resistencia. Lo importante ahí es que la construcción de la globalización sobre la base de un discurso cultural, convierte las resistencias en culturales. En intertextualidad con el discurso postcolonial, respecto a las formas de imperialismo cultural, encontramos que las resistencias aparecen bajo la forma de reivindicaciones culturales, cosa que conduce a reificar nuevamente la visión del mundo en términos culturales, y consecuentemente, favorece el cierre en regionalismos y localidades. Este cierre, al mismo tiempo, dificulta las posibilidades de la solidaridad necesaria para realizar acciones de transformación social a nivel global.

Sobre la base de los vínculos analizados, y los efectos consecuentes en términos de relaciones de poder, este trabajo apuesta, en primer lugar, por la urgencia de un continuado ejercicio de deconstrucción del culturalismo como forma dominante de aproximación a la comprensión de cualquier fenómeno o proceso social; y en segundo lugar, por un trabajo de elaboración de nuevos marcos interpretativos de las diferencias.