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La España de 'Sálvame': por qué no sabemos discutir

ILUSTRACIÓN: RAÚL ARIAS

La crisis catalana deja una estela de desconcierto: ¿afrontamos las discusiones con naturalidad o sólo queremos ganarlas?

¿Debatir virtualmente nos hace llegar relajados a casa o enfatiza nuestra rabia?

Lejos de la pulcritud de otros países, los expertos dicen que "tenemos potencial para la negociación" pero que "no sabemos expresar emociones"

El conflicto despierta antes que usted y le sigue de cerca. Antes de desayunar, se cruzan en un grupo de WhatsApp. De camino al trabajo, donde tal vez encuentre un desfile de trifulcas, se lo topa en el metro o en la carretera. Y, por la noche, cuando vuelve a casa, su pareja quizá le sorprenda en lencería de discordia.

Por si fuera poco, en España, durante los últimos meses, el desencuentro entre Cataluña y el Estado ha sobrevolado toda vida, hasta el punto de que, en una encuesta reciente elaborada por el Gabinete d'Estudis Socials i Opinió Pública (Gesop), hasta un 40% de los catalanes afirma haber dejado de hablar de política con alguno de sus familiares y amigos. Es decir, prefieren callar antes que hablar y eligen huir de un posible conflicto. ¿Por qué tenemos los españoles dificultades para afrontar las pugnas como una oportunidad para entendernos?

Dice Cecile Barbeito, investigadora de la Escuela de Cultura de Paz -dependiente de la Universidad de Barcelona- que el "dato preocupante" es que "se observa que las personas se sienten cada vez menos cómodas para expresar sus opiniones". Y alerta: "En diciembre de 2013, sólo un 19% de las personas afirmaba sentirse incómoda para expresar su opinión. En octubre de 2017, ese porcentaje ha subido hasta un 34,6%. El problema no es discutir más, el problema es dejar de hablar de ciertos temas para no pelear. Mejor será pelearse que autocensurarse", advierte.

Otro experto en construcción de paz, el ensayista belga David Van Reybrouck, avisa además de una urgente necesidad: "Necesitamos crear espacios donde puedan tener lugar discusiones respetuosas entre oponentes. Los parlamentos y los medios de comunicación rara vez ofrecen esa posibilidad y de la democracia deliberativa se espera mucho más que las viejas recetas que seguimos manteniendo. Irlanda y Australia han mostrado ya que es posible encontrar soluciones para asuntos controvertidos dejando de lado el silencio y las réplicas violentas. España podría aprender mucho de sus experiencias".

Van Reybrouck acaba de publicar en España La paz se aprende (Arpa Editores), escrito junto a su amigo Thomas D'Ansembourg, un experto en comunicación no violenta que, en conversación con Papel, sostiene que, a la hora de vivir el conflicto, la clave está en la "intención" de cada una de las partes: "¿Queremos la guerra o la paz? ¿Queremos pelear y tratar de ganar en contra de otro, que perderá? ¿Queremos tener la razón, aunque nos haga infelices, o queremos entender al otro y, poco a poco, hallar el mutuo entendimiento y, colaborando, llegar a una solución fecunda?". Ambos saben que es complicado, pero también que no es imposible.

A Reybrouck, oriundo de Flandes, no le es ajena esa frase tan española que aboga por no hablar ni de política ni de religión -hay quien incluye el sexo- en la mesa. "La he escuchado antes. Soy belga y hablo flamenco, que se puede comparar con ser español y catalán. En mi país, también Flandes solicitó mayor autonomía y, en ocasiones, hasta la independencia. Las tensiones entre nuestras comunidades lingüísticas se han resuelto a través de una serie de reformas constitucionales, no ignorándolas, o dejándolas a un lado o reprimiéndolas violentamente. Fue un proceso difícil pero, sin él, quizá Bélgica hubiera dejado de existir hace mucho tiempo", reflexiona.

Su ensayo a cuatro manos, nacido de la desolación, tras los atentados de París en 2015 -"necesitábamos contribuir a cambiar las cosas, proponer una alternativa pacifista"- explica con claridad la función que ejerce el conflicto en el tejido y el devenir social: "Vivir en paz no significa exactamente vivir sin conflictos sino vivir con nuestros conflictos, vivir de tal manera que nuestros conflictos se resuelvan o, al menos, se regulen, se vuelvan manejables, a no ser que impliquen violencia, odio o guerra".

Metidos en faena: ¿Cómo conseguir que el conflicto se viva como una oportunidad y no como un drama? Desde la Fundación Gizagune, especializada en resolución de conflictos y construcción de paz, habla Yolanda Muñoz: "El conflicto es un reto, genera tensión, emociones, malestar... Y, en general, carecemos de las herramientas para su comprensión y afrontamiento. Pero el conflicto también es una oportunidad para dar respuesta a los elementos que están en el origen del mismo. Así, podrá entenderse enriquecedor o como una fuente inagotable de sufrimiento en función de cómo se aborde y cómo se gestione".

De conflictos convertidos en soluciones sabe María del Mar Oriol, mediadora de profesión desde 2006 -"entonces decías mediación y te preguntaban: ¿Meditación?"- y fundadora de Aunar Mediación, una empresa que resuelve, en la mayoría de los casos, disputas familiares. Para esta profesional, existe una pregunta clave: "¿Podemos evitar los conflictos? No, es imposible. Por eso, lo que hay que hacer es prepararse para sobrellevarlos. En España y en muchos otros países estamos educados para prevenir los conflictos pero más importante que la prevención es la provención, esto es, adquirir las aptitudes necesarias para encarar el desencuentro de forma positiva. Abandonar el esquema ganar-perder y llegar al ganar-ganar a través de un trabajo colaborativo".

Oriol reconoce que países como "Holanda, Reino Unido y Francia tienen mayor tradición en mediación, arbitraje y negociación" pero considera que España "comienza a soltarse". "Hay quien piensa que el español es confrontativo y lo que le gusta es pelear y llevar la razón, pero otros piensan que el español tiene un gran potencial, por su personalidad abierta, porque se relaciona mucho socialmente... El problema del español es, en mi opinión, la gestión de la emoción. Si no estamos muy seguros, si el ambiente no nos da demasiada confianza, nos cuesta expresarnos y confiar. Habría que entrenar a los niños de generaciones futuras para que sean capaces de expresar sus emociones, y también a practicar la asertividad porque si somos capaces de decir lo que sentimos sin hacer daño a los demás... entonces, los españoles tenemos el mismo potencial que cualquier otra nacionalidad a la hora de gestionar los conflictos de manera positiva".

Queda por hacer. Dice José Carrión, psicólogo del gabinete madrileño Cinteco, que "los españoles no terminan de identificar qué es la asertividad". "Las personas debemos pensar en afrontar los conflictos eficazmente y, para conseguirlo, primero hay que reflexionar sobre lo que queremos defender. Se obvia a menudo una pregunta imprescindible, que es cuál es nuestro objetivo. Asertividad es saber gestionar nuestros objetivos personales en las interacciones sociales. Lo curioso es que, en cuanto ven que funciona, las personas incorporan la asertividad a su vida", apunta.

Oriol en España y D'Ansembourg en Francia responden de igual manera cuando se les pregunta cuáles serían los pasos para conseguir una vivencia de lo conflictivo que sirva para algo: "Tener buenos modelos". "Por ejemplo, a la hora de educar en casa, suelo repetir que, aunque tu hijo no te escuche, te ve durante todo el día", explica ella. Y él camina por la misma línea: "Si tuviéramos ejemplos positivos en nuestros padres, profesores, jefes, líderes políticos... todo sería distinto. En lo que respecta a resolver conflictos no hemos evolucionado mucho desde el neanderthal, discutimos desde 'tengo razón y tú estás equivocado' o huimos de la discusión pensando 'vale, vale, tienes razón, dame un respiro', pero la realidad es que, en la vida, tenemos una decisión crucial: ser felices o tener razón. En el colegio, además de los tres pilares, leer, escribir y calcular, debería existir un cuarto: cómo aprender a conocerme y expresar lo mejor de mí mismo y cómo, a través de este conocimiento de mi persona, comprender mejor a los demás y ser capaz de mediar en los conflictos".

Apunta desde la Escuela de Paz Cecile Barbeito y también María del Mar Oriol desde Aunar Mediación que, además de la asertividad, otra actitud imprescindible para mejorar nuestra capacidad de negociación es la "escucha activa" que, al cabo, es una forma de empatía. "Si tuviera que elegir entre hablar y escuchar, priorizaría escuchar, porque yo ya conozco mis propias opiniones y mis propios sentimientos pero lo que me interesa es saber lo que opina la otra persona. Cuando se habla de diálogo se enfatiza el poder hablar, cuando es tanto o más importante escuchar de forma empática", resuelve Barbeito. Desde la Fundación Gizagune, Yolanda Muñoz, de hecho, insiste en que la palabra que se debe emplear para hablar de conflictos -solucionarlos- es "diálogo y no discusión". "Se precisa deseo de entender, voluntad y estar abierto a soluciones diversas, porque no se puede entrar en un diálogo con una solución preestablecida".

¿Debatimos como en 'Sálvame'?

"¡Ni que fuera yo Bin Laden!", espeta Belén Esteban a su interlocutor, en mitad de cualquier trifulca, cualquier tarde en Telecinco. Es Sálvame pero podría ser Al Rojo Vivo e incluso El Chiringuito, espacios televisivos donde, en principio, se debate y brilla -lo estaba usted pensando- una nueva profesión, la de tertuliano. ¿Se discute ya en la vida personal como se discute en la televisión, a través del ataque como defensa?

Algunos expertos en conflictos sugieren que "quizá la tele sólo recoge lo que hay en la sociedad". Otros, como Thomas D'Ansembourg, creen que "en la mayoría de los debates públicos no se busca el entendimiento sino el reconocimiento". "Apenas hay modelos que muestren cómo buscar el mutuo entendimiento, o cómo expresar respeto y consideración por el ser humano que está frente a ti, cómo conectar con él con profunda empatía, especialmente si estás en desacuerdo con él". Y ofrece una clave para proceder con resolución a la hora de vivir un conflicto: "Mostrar comprensión y empatía no significa que estés de acuerdo. Significa únicamente que respetas las diferencias y la alteridad, una actitud que empuja al otro a comportarse de igual manera y obtener, al cabo, la posibilidad de llegar a una posición común".

Mientras tanto, la realidad es otra. Dice el escritor Sergio del Molino, autor de La mirada de los peces, que "los intelectuales, en especial los de izquierda, no van a la tele por el desprestigio que creen que les supone. Hay añoranza de figuras relevantes de la cultura en la televisión, donde era habitual ver hace un tiempo a grandes polemistas de tertulia y café. En rigor, no puede decirse que un grupo de personas gritándose consignas sea un debate".

Del Molino, un intelectual habituado a debatir en redes sociales sobre cuestiones de actualidad y también lejanas a la actualidad, tiene perspectivas distintas sobre el conflicto en función de dónde suceda éste: "En términos políticos, la organización pacífica de los conflictos es la razón de ser y casi la única función de la democracia, que consiste en una discusión perpetua sin conclusiones. Sin embargo, en otros ámbitos no estrictamente políticos, el conflicto no es deseable ni bueno per se. Como actores políticos, estamos obligados a enfrentarnos al conflicto y a desenvolvernos con elegancia y firmeza en él, pero como personas, nada nos obliga. En el ámbito privado se tiende a buscar la armonía y la afinidad, y no es fácil sostener relaciones donde el antagonismo se exprese constantemente. Es lógico que esas relaciones terminen y que busquemos el cobijo de quienes no se enfrentan sistemáticamente a lo que pensamos, sentimos o somos. Plantear las relaciones personales en términos de debate "democrático" es crearse un infierno particular, por mucho que haya gente que no sepa relacionarse más que desde la discusión perenne".

Las redes sociales del desacuerdo

Paul Graham, escritor y programador estadounidense -fundó Viaweb, que luego se convirtió en Yahoo-, y autor de una jerarquía del desentendimiento donde el insulto es la forma más baja de la pirámide, expuso en 2008 que "internet había convertido la escritura en conversación". En su ensayo Cómo estar en desacuerdo sostenía que "hace 20 años los escritores escribían y los lectores leían y, ahora, la red permite a los lectores responder", dando como resultado "más desacuerdos" aunque no necesariamente "personas más airadas".

Aunque no es la ira quien nos lleva a mayores conflictos, existe el peligro de que el aumento de los desencuentros nos enrabiete en exceso. En 2017, en conversación con este periódico, reconoce que "las redes sociales enfatizan la rabia en la conversación pública" pero duda de que tengan potencia suficiente como para también alterar las relaciones personales. "No creo que afecte, pero no es algo de lo que esté completamente seguro", duda.

Lo tiene más claro David Van Reybrouck: "Las peleas nos rodean. Nosotros hasta hemos sentido pudor por hablar de paz en estos días, cosa que es ridícula. Basta releer los grandes textos del pasado, los documentos fundacionales de las Naciones Unidas, de la Unión Europea, la Declaración Universal de Derechos Humanos... ¡todo consistía en la construcción de la paz! Entonces, la paz era un concepto político. La tragedia de nuestra época es que esto se ha transformado en un concepto estrictamente psicológico, relegado a una estantería en la parte de atrás de la librería, junto a los volúmenes de desarrollo personal. Pero no es sólo desarrollo personal, es la construcción de la sociedad. ¿Cómo podemos animar a las personas a sentir compasión, empatía y a comunicarse sin violencia cuando están expuestos, únicamente, a lo contrario?". Encuentra un poco de esperanza Sergio del Molino: "La gente es muchísimo más educada en su vida real que en las redes sociales".