"Recuerdo
los ojuelos de don Leopoldo, de azul límpido, como esa flor que brota
milagrosamente en la región de las nieves perpetuas. Usaba lentes
afianzados en el puente de la nariz, algo respingada. Al quitárselos,
acaso le quedaba una mirada diluida, como la de un santo en arrobo o la
de un miope, y él lo era mucho. Llevaba el pelo cortado en flequillo.
El bigote tupido, ambarado y sobresaliente, en una comba como de
cascada. Barba cerrada y recortada. Arrastraba las erres.
Ramón Pérez de Ayala |