Bellum ciuile

Petroni, Satíricon CXIX - CXXIV       (Ed. Akal    Trad. Carmen Codoñer)

119. Ya el romano vencedor dominaba el orbe entero,
lo que de mar, de tierra y cielo recorren los dos astros,
y seguía sin saciarse. Las aguas surcadas ya por grávidas naves
eran recorridas de un extremo al otro; si un golfo, si una tierra
más allá desconocida proporcionaba amarillo oro,
era enemiga, y dispuesto el hado para sombrías guerras,
el hombre procuraba enriquecerse. No se aceptaban goces vulgares,
ni placeres disfrutados de siempre por la plebe.
Alababa el soldado el bronce de Corinto, el brillo rebuscado
en lo más profundo de la tierra rivalizaba con la púrpura.
Los Númidas, los Seres, cada uno por su lado, habían proporcionado
nuevos tejidos, y el pueblo árabe había dejado yermos sus campos.
Y sobre ello nuevos desastres, y las heridas de una paz vulnerada.
Se buscan a precio de oro animales salvajes en las selvas, y se saquean
los límites del Hamón africano para que no falte una fiera preciada
de diente asesino. Un hambre extranjera oprime la flota;
el tigre, inquieto en su jaula dorada, es trasladado
para que beba sangre humana en medio de los aplausos de la plebe.
¡Ay! Vergüenza da hablar y desvelar un destino condenado a perecer.
Al modo de los persas, apenas llegada la adolescencia
emasculan a los hombres y privan de placer a sus miembros
cortados con la espada; y, para que el paso del tiempo huya,
retenga los años que se apresuran poniéndoles trabas,
la naturaleza se busca y no se encuentra. Y así, todos aceptan
a quien se prostituye, el paso quebrado de un cuerpo sin energía,
la cabellera suelta, las vestiduras de nombre desconocido
y lo que se resiente de hombría. Y he aquí que la mesa de tuya, traída de
tierras africanas, donde se reflejan ejércitos de esclavos y la púrpura,
imitando con sus vetas al oro devaluado, se asienta sobre el suelo
para atraer los sentidos. Rodea a la madera estéril y por desdicha famosa
una muchedumbre sepultada en vino, y el soldado
errante, empuñando las armas, ansía el orbe entero como recompensa.
La gula es ingeniosa. El escaro, habitante del mar Sículo,
es trasladado vivo a la mesa, y las ostras, arrancadas
a los bordes del Lucrino, prestigian las cenas como aperitivo
a costa de la ruina. El agua del Fáside
está huérfana de aves, y en el mundo litoral, desierta
la fronda, sólo la brisa solitaria sopla.

Y no es menor la locura en el campo de Marte. Los ciudadanos
se dejan comprar y cambian de voto en busca de un botín
que suene a dinero. El pueblo está en venta, la curia senatorial está en venta.
Los apoyos se compran. Incluso los valores de la libertad habían
abandonado a los mayores y, en medio del derroche, el poder político
y la propia dignidad yacían trastocadas, mancilladas por el oro.
El pueblo rechaza al vencido Catón; más sombrío está
el vencedor: avergüenza arrebatar el poder a Catón.
Y es que -síntoma del deshonor de un pueblo y de su hundimiento moral-
no se rechazaba a un hombre, sino que en él se simbolizaba la derrota
de un sistema y del honor de Roma. Por eso Roma, ya perdida,
era sin más presa de sí misma y botín sin rescate.
Además, los excesos de la usura y el abuso de inversiones
habían roído a la plebe atrapada en el doble torbellino.
No hay familia segura, no hay vida sin empeñar,
una peste surgida en el silencio de las entrañas,
se desplaza furiosa interiormente mientras las preocupaciones
aúllan. Los desdichados optan por las armas, se recuperan los bienes
consumidos por el lujo inflingiendo heridas. La audacia sin recursos
está segura. A Roma, hundida en esta ciénaga, profundamente dormida,
¿qué procedimiento racional podría hacerla reaccionar,
sino la locura, la guerra y el placer que la espada provoca?

120. La Fortuna había creado tres jefes, a todos los sepultó
la fúnebre Enio bajo el peso de distintos montones de armas
El Parto retiene a Craso, yace el Magno en el mar de Libia,
Julio impregnó con su sangre a la ingrata Roma.
Y, como si la tierra no pudiera soportar tantos sepulcros,
distribuyó las cenizas. La gloria estos honores devuelve.

Hay un lugar hundido en lo profundo de una quiebra abierta,
entre Parténope y los campos de la gran Dicárquida;
bañado por las aguas del Cocito, los gases enfurecidos, al salir
a la superficie, se esparcen en forma de vapor mortal.
Esta tierra no verdea en otoño, ni el suelo de fértil césped produce
hierbas; los arbustos todavía tiernos no hablan en canto
vario y alborozado de las voces en primavera.
El caos, las deformes rocas de negro pómez
se alegran, cubiertas en derredor del ciprés mortuorio.
Entre estas sedes sacó el padre Dite la cabeza
recubierta de las llamas de las piras y de blanca ceniza;
hostiga a la huidiza Fortuna con estas palabras:
"Tú que dominas sobre hombres y dioses,
Fortuna, tú que en modo alguno permites un poder libre de inquietudes,
que amas siempre lo nuevo y abandonas al punto lo poseído,
¿no percibes que has sido vencida bajo el peso de Roma,
que no puedes levantar esa mole destinada a perecer?
la juventud romana odia sus propias fuerzas,
y soporta mal los recursos que ha acumulado. Contempla
el amplio lujo de los botines, el dinero que enloquece a quien lo va a perder.
Edifican con oro y elevan sus moradas hasta las estrellas.
La piedra hace retroceder al agua, el mar nace en los labrantíos,
y alternando el orden de los elementos, se rebelan.
Mira, atacan incluso a mi reino. La tierra socavada por moles
de locura se agrieta, las cavernas gimen al vaciarse los montes,
y, en tanto, las piedras encuentran absurdos usos.
Los manes infernales confiesan tener puesta su esperanza en el cielo.
Por eso, Fortuna, cambia tu rostro de pacífico en belicoso,
convoca a los romanos y cubre de luto a mi reino.
Tiempo hace que no hemos bañado el rostro de sangre,
ni mi amada Tesifone lava en ella sus miembros sedientos,
desde que allí bebió mi espada silana y la tierra erizada
sacó a la luz las cosechas alimentadas por esa sangre".

121. Cuando habló así, en su intento de unir diestra con diestra
quebrándose en una grieta se entreabrió la tierra.
Entonces, la Fortuna derramó de su pecho inconstante estas palabras:
"Padre mío, a quien obedecen las profundidades del Cocito,
si se permite pronosticar impúnemente la verdad,
tus deseos se cumplirán; pues en mi pecho bulle una ira
no menor y no más tenue es la llama que consume mis entrañas.
Detesto todo lo que concedí al centro de poder romano
y siento cólera por los dones que de mí recibieron. La mole
que elevó, la destruirá el mismo dios. Estoy empeñada en
quemar a esos hombres y alimentar sus excesos con sangre.
Veo, estoy viendo Filipos cubierto dos veces de muertes,
las piras de Tesalia y los funerales del pueblo Ibero.
También contemplo, Nilo, tus puertas que gimen por Libia y la aíslan,
los golfos de Accio y el temor a las armas de Apolo.
Ya el fragor de las armas resuena en mis oídos temblorosos.
Muéstranos de una vez los sedientos reinos de tus tierras
y haz llegar nuevas almas. A duras penas Portmeo, el marinero
dará abasto para transportar en su chalupa las sombras de los hombres;
necesita una escuadra. Tú sáciate con la inmensa catástrofe,
pálida Tisifone, y devora las heridas abiertas con el hierro;
el orbe, destrozado, está siendo conducido hacia los manes del Estigio".

122. Apenas había terminado, cuando una nube desgarrada
por un rayo fulgurante se estremeció e hizo brotar un fuego restallante.
Se retiró hacia el interior el padre de las sombras y, juntando el seno
de las tierras, estremecido palideció ante las luchas fratricidas.
Al punto, siguiendo los auspicios de los dioses, se manifestaron
las catástrofes y los desastres humanos por venir. En efecto, Titán,
con faz ensangrentada, monstruoso, ocultó su rostro en una densa niebla:
se podría pensar que ya entonces se respiraban guerras civiles.
Cintia, por otro lado, apagó su rostro de plenilunio
y arrebató su luz al crimen. Retumbaban las cimas del monte
al derrumbarse sus picos, y los ríos, sin rumbo ninguno,
a punto de desaparecer, no marchaban por las riberas conocidas.
Se enfurece el cielo con estrépito de armas y una corneta, vibrante
entre las estrellas, convoca a Marte; y ya el Etna es devorado
por los fuegos nunca vistos y lanza rayos contra el éter.
Y he aquí que, entre las tumbas y los huesos que carecen de sepulcro
los rostros de las sombras amenazan con aullido estridente.
La estela que acompaña a estrellas desconocidas provoca incendios,
y Júpiter, el último, desciende en lluvia de sangre.
Un dios aclara estos prodigios en breve espacio. Así es, se deshace
de todos los obstáculos César y arrastrado por su amor
a la venganza rehúsa las armas de la Galia y empuña las civiles.
En los aéreos Alpes, donde las rocas empujadas
por el dios griego descienden permitiendo el acceso,
hay un lugar consagrado a los altares de Hércules; el invierno
lo aísla recubriéndolo de dura nieve y eleva a los astros su cumbre canosa.
Pensarías que allí el cielo se ha desplomado; no se atempera
con los rayos del sol de estío o la brisa primaveral.
Todo está endurecido por el hielo y las escarchas invernales:
Puede soportar el orbe entero sobre sus hombros amenazantes.
Cuando César alcanzó las cumbres con sus soldados satisfechos
y eligió un lugar, desde lo más alto de la cordillera
contempló la planicie de la extensa hesperia y elevando
ambas manos a las estrellas, uniendo al gesto las palabras, dijo:
"Júpiter omnipotente, y tú, Tierra Saturnia,
satisfecha de mis armas y adornada un tiempo con mis triunfos,
te pongo por testigo de que, obligado, convoco a Marte a esta guerra,
de que intervengo a mi pesar. Me veo arrastrado a ello por una herida,
expulsado de mi patria mientras tiño de sangre el Rin,
mientras alejo de los Alpes a los galos que de nuevo intentan
atacar el Capitolio, con mi victoria se confirma mi destierro.
Comencé a ser culpable con la sangre de los germanos
y con los sesenta triunfos. Aunque, ¿a quién aterra mi gloria
o quién es capaz de impedirme luchar? La ayuda asalariada y
despreciable cuya madrastra es mi amada Roma.
Pero, lo estoy pensando, no sin consecuencias el cobarde
encadenará mi diestra sin que alguien la vengue. Marchad con furor, vencedores,
marchad, compañeros, y defended vuestra causa con la espada.
Sobre todos recae una sola acusación, a todos amenaza
un solo desastre. Debo daros las gracias,
no he vencido en solitario. Por eso, porque un castigo amenaza
los trofeos que conseguisteis y nuestra victoria ha merecido el desprecio,
que la suerte caiga al arbitrio de la fortuna. Emprended la guerra
y calculad vuestra fuerza. Es seguro que mi causa está decidida:
armado entre tantos valientes no puedo ser derrotado".
Cuando atronó estas palabras, el ave de Delfos desde el cielo
dio augurios favorables y surcó las auras en varias direcciones
También a la izquierda del horrendo bosquecillo
resonaron voces insólitas acompañadas de llamas.
Incluso aumentó el brillo de Febo, más alegre que el disco
habitual y ciñó su rostro de un fulgor de oro.

123. Mueve las enseñas mavortias el César crecido
con los presagios y abriendo la marcha se lanza a audacias insólitas.
Los primeros hielos y la tierra cubierta de la cana escarcha
no opusieron resistencia y quedaron en calma suavemente estremecidas.
Pero, cuando los escuadrones quebraron las nubes enlazadas
y el aterrorizado solípedo rompió las ataduras de las aguas,
las nieves se fundieron. Luego, los ríos recién nacidos brotaron
impetuosos de lo alto de los montes. También éstos, -parecía una orden-
se detuvieron y las aguas paralizaron su caída en cascada;
lo que ha poco era barro, de nuevo ofrecía resistencia.
Y entonces las aguas, poco fiables antes, engañaron
y atraparon los pasos de la infantería; escuadrones de hombres,
y armas junto a ellos yacían en lastimoso montón.
He aquí que también las nubes sacudidas por un soplo glacial
se liberaban del peso, allí también vientos rasgados por un ciclón,
y un cielo hecho pedazos en forma de grueso granizo.
Incluso ya las nubes al abrirse caían sobre las armas
y se desplomaban como el agua del mar sólida por el hielo.
Había sido vencida la tierra por una ingente capa de nieve y vencidos
los astros, vencidos los ríos que se adhieren a sus riberas:
todavía no lo estaban César; apoyándose sobre una gran lanza
rompía con paso seguro los erizados campos.
Tal el Anfitrioníade, bajando de la cima del escarpado
Cáucaso o Júpiter, el de torva expresión,
cuando descendió de las cumbres del gran Olimpo
y lanzó los dardos a los Gigantes condenados a morir.
Mientras César encolerizado somete las orgullosas ciudadelas,
la alada fama, llena de miedo y batiendo sus alas,
alcanza las elevadas cumbres de lo alto del Palatino
y hiere una tras otra las estatuas con trueno romano
Ya las escuadras navegan por el mar y por todos los Alpes,
cubiertos de sangre germana, los escuadrones hierven.
Armas, sangre, muerte, incendios y guerras enteras
desfilan velozmente ante los ojos. Así que los pechos,
agitados y atemorizados por el tumulto, se escinden en dos bandos,
unos prefieren huir por tierra, otros por agua,
el mar es ya más seguro que la patria. Hay quien
quiere probar con las armas y ponerse a las órdenes del destino.
Cuanto mayor es el terror, más huye. En medio de esta
agitación, el pueblo, espectáculo lastimoso, con mayor rapidez,
desierta ya Roma, se deja llevar adonde le ordena su mente desquiciada.
Se complace Roma con la fuga, los quirites derrotados
por los rumores de la Fama, abandonan sus casas entristecidas.
Uno sujeta con mano temerosa a sus hijos, otro oculta
en su seno los penates y dice adiós al umbral
que va añorar y, en intención, mata al enemigo ausente.
Hay quien une su pecho entristecido al de su cónyuge
y sus ancianos padres. La juventud, que no sabe de cargas,
sólo toma aquello por lo que teme. El insensato
lo arrastra todo consigo y lleva nuevo botín a la batalla.
Y al igual que, cuando el austro poderoso se encrespa desde lo alto
y revuelve las aguas con su soplo, no sirven aparejos a los marineros,
ni tampoco el timón; el uno arría las velas del barco,
el otro busca refugio en una ensenada, en litorales tranquilos;
éste suelta amarras y lo confía todo a la huida y la Fortuna.
¿Por qué me quejo de cosas tan nimias? Con su colega cónsul, el Magno,
temor que fue del Ponto, descubridor del feroz Hidaspes,
escollo de piratas, ante quien cargado de tres triunfos poco ha
Júpiter se había estremecido; a quien el Ponto dominadas sus ondas
había venerado y por haber sometido su agua al Bósforo,
-¡qué vergüenza!- huye renunciando al nombre de caudillo,
permitiendo que la voluble Fortuna vea también la espalda al Magno.

124. Así peste tan grande se impuso sobre los dioses poderosos
y el temor del cielo asintió a la huida. Y he aquí que la muchedumbre
de dioses benéficos, asqueada de la tierra enloquecida,
abandona, vuelve la espalda a la tropa de hombres, ya sentenciada.
En cabeza la Paz, agitando sus níveos brazos,
se esconde bajo el casco su cabeza vencida y, abandonando
el orbe, se dirige veloz al reino implacable de Dite.
Es su compañera la Fides sometida y la justicia con el cabello
suelto, y la Concordia triste con túnica hecha jirones.
Y frente a éstas, por donde se entreabre la grieta del Erebo,
emerge el amplio coro de Dite, la hórrida Erinis,
la minaz Belona, Megera, armada de teas,
Leto, la Insidia y la imagen asquerosa de la Muerte.
Y entre ellas la Locura, como si fuera libre, rotas las riendas,
alza dominadora la cabeza sanguinaria y oculta, bajo el yelmo
ensangrentado, sus mil rostros surcados de heridas.
El escudo de Marte, desgastado, pesado por miles de dardos,
se adhiere a su izquierda, y su diestra amenazadora
prende incendios sobre las tierras con una antorcha en llamas.
Siente la tierra a los dioses y los astros, al cambiar, buscaron
el equilibrio; y es que la residencia celeste de los dioses
escindida en dos bandos se desploma. En primer lugar Dione
guía los actos de su César; se le añade como compañera
Palas y el Mavortio, que blande su lanza colosal.
Acogen al Magno: Febo con su hermana y la prole cilenia
y el Tirintio semejante a él en todos sus actos.
Vibraron las cornetas y la Discordia, mesándose el cabello,
elevó hacia los dioses celestes su cabeza estigia. En su boca
sangre coagulada, lloraban sus ojos amoratados,
se erguían los dientes broncíneos incrustados de herrumbre,
la lengua que destila podre, el rostro encuadrado por serpientes,
y, de entre una vestidura desgarrada que recubre su pecho,
con mano temblorosa, saca una tea sanguinaria y la sacude.
Cuando hubo abandonado las tinieblas del cocito y el Tártaro,
se dirige, avanza hacia las altas cumbres del monte Apenino
para desde allí poder contemplar todas las tierras y litorales,
y las masas que marchan sin rumbo por el orbe entero.
Y brotan de su pecho furibundo estas palabras:
"Empuñad ahora las armas, pueblos enardecidos,
empuñadlas y lanzad vuestras teas encendidas en medio de las ciudades.
Todo aquel que se esconda, caerá; que no se retiren las mujeres,
ni los niños, ni la vejez ya desanimada por los años;
que tiemble la tierra y las viviendas en ruina se rebelen.
Tú, Marcelo, manten la ley. Tú, Curión, agita a la plebe.
Tú, Léntulo, no arrincones al valeroso Marte,
y tú, hijo de dioses, ¿por qué sigues indeciso armado como estás,
y no derribas las puertas del recinto amurallado, arrasas las ciudades
y robas sus tesoros? ¿No sabes tú, Magno, proteger
la ciudadela romana? Busca las murallas de Epidamno,
tiñe de sangre humana los golfos de Tesalia".
Ha sucedido en la tierra todo lo que la Discordia ordenó".

 

Text llatí

[CXIX] "Orbem iam totum uictor Romanus habebat,
qua mare, qua terrae, qua sidus currit utrumque;
nec satiatus erat. Grauidis freta pulsa carinis
iam peragebantur; si quis sinus abditus ultra,
si qua foret tellus, quae fuluum mitteret aurum,
hostis erat, fatisque in tristia bella paratis
quaerebantur opes. Non uulgo nota placebant
gaudia, non usu plebeio trita uoluptas.
Aes Ephyreiacum laudabat miles in unda;
quaesitus tellure nitor certauerat ostro;
Hinc Numidae accusant, illinc noua uellera Seres
atque Arabum populus sua despoliauerat arua.
Ecce aliae clades et laesae uulnera pacis.
Quaeritur in siluis auro fera, et ultimus Hammon
Afrorum excutitur, ne desit belua dente
ad mortes pretiosa; fame premit aduena classes,
tigris et aurata gradiens uectatur in aula,
ut bibat humanum populo plaudente cruorem.
Heu, pudet effari perituraque prodere fata,
Persarum ritu male pubescentibus annis
surripuere uiros, exsectaque uiscera ferro
in uenerem fregere, atque ut fuga mobilis aeui
circumscripta mora properantes differat annos,
quaerit se natura nec inuenit. Omnibus ergo
scorta placent fractique enerui corpore gressus
et laxi crines et tot noua nomina uestis,
quaeque uirum quaerunt. Ecce Afris eruta terris
citrea mensa greges seruorum ostrumque renidens,
ponitur ac maculis imitatur uilius aurum
quae sensum trahat. Hoc sterile ac male nobile lignum
turba sepulta mero circum uenit, omniaque orbis
praemia correptis miles uagus esurit armis.
Ingeniosa gula est. Siculo scarus aequore mersus
ad mensam uiuus perducitur, atque Lucrinis
eruta litoribus uendunt conchylia cenas,
ut renouent per damna famem. Iam Phasidos unda
orbata est auibus, mutoque in litore tantum
solae desertis adspirant frondibus aurae.
Nec minor in Campo furor est, emptique Quirites
ad praedam strepitumque lucri suffragia uertunt.
Venalis populus, uenalis curia patrum:
est fauor in pretio. Senibus quoque libera uirtus
exciderat, sparsisque opibus conuersa potestas
ipsaque maiestas auro corrupta iacebat.
Pellitur a populo uictus Cato; tristior ille est,
qui uicit, fascesque pudet rapuisse Catoni.
Namque — hoc dedecoris populo morumque ruina —
non homo pulsus erat, sed in uno uicta potestas
Romanumque decus. Quare tam perdita Roma
ipsa sui merces erat et sine uindice praeda.
Praeterea gemino deprensam gurgite plebem
faenoris inluuies ususque exederat aeris.
Nulla est certa domus, nullum sine pignore corpus,
sed ueluti tabes tacitis concepta medullis
intra membra furens curis latrantibus errat.
Arma placent miseris, detritaque commoda luxu
uulneribus reparantur. Inops audacia tuta est.
Hoc mersam caeno Romam somnoque iacentem
quae poterant artes sana ratione mouere,
ni furor et bellum ferroque excita libido?


[CXX] "Tres tulerat Fortuna duces, quos obruit omnes
armorum strue diuersa feralis Enyo.
Crassum Parthus habet, Libyco iacet aequore Magnus,
Iulius ingratam perfudit sanguine Romam,
et quasi non posset tot tellus ferre sepulcra,
diuisit cineres. Hos gloria reddit honores.
Est locus exciso penitus demersus hiatu
Parthenopen inter magnaeque Dicarchidos arua,
Cocyti perfusus aqua; nam spiritus, extra
qui furit effusus, funesto spargitur aestu.
Non haec autumno tellus uiret aut alit herbas
caespite laetus ager, non uerno persona cantu
mollia discordi strepitu uirgulta locuntur,
sed chaos et nigro squalentia pumice saxa
gaudent ferali circum tumulata cupressu.
Has inter sedes Ditis pater extulit ora
bustorum flammis et cana sparsa fauilla,
ac tali uolucrem Fortunam uoce lacessit:
'Rerum humanarum diuinarumque potestas,
Fors, cui nulla placet nimium secura potestas,
quae noua semper amas et mox possessa relinquis,
ecquid Romano sentis te pondere uictam,
nec posse ulterius perituram extollere molem?
Ipsa suas uires odit Romana iuuentus
et quas struxit opes, male sustinet. Aspice late
luxuriam spoliorum et censum in damna furentem.
Aedificant auro sedesque ad sidera mittunt,
expelluntur aquae saxis, mare nascitur aruis,
et permutata rerum statione rebellant.
En etiam mea regna petunt. Perfossa dehiscit
molibus insanis tellus, iam montibus haustis
antra gemunt, et dum uanos lapis inuenit usus,
inferni manes caelum sperare fatentur.
Quare age, Fors, muta pacatum in proelia uultum,
Romanosque cie, ac nostris da funera regnis.
Iam pridem nullo perfundimus ora cruore,
nec mea Tisiphone sitientis perluit artus,
ex quo Sullanus bibit ensis et horrida tellus
extulit in lucem nutritas sanguine fruges.'


[CXXI] "Haec ubi dicta dedit, dextrae coniungere dextram
conatus, rupto tellurem soluit hiatu.
Tunc Fortuna leui defudit pectore uoces:
'O genitor, cui Cocyti penetralia parent,
si modo uera mihi fas est impune profari,
uota tibi cedent; nec enim minor ira rebellat
pectore in hoc leuiorque exurit flamma medullas.
Omnia, quae tribui Romanis arcibus, odi
muneribusque meis irascor. Destruet istas
idem, qui posuit, moles deus. Et mihi cordi
quippe cremare uiros et sanguine pascere luxum.
Cerno equidem gemina iam stratos morte Philippos
Thessaliaeque rogos et funera gentis Hiberae.
Iam fragor armorum trepidantes personat aures,
Et Libyae cerno tua, Nile, gementia claustra,
Actiacosque sinus et Apollinis arma timentes.
Pande, age, terrarum sitientia regna tuarum
atque animas accerse nouas. Vix nauita Porthmeus
sufficiet simulacra uirum traducere cumba;
classe opus est. Tuque ingenti satiare ruina,
pallida Tisiphone, concisaque uulnera mande:
ad Stygios manes laceratus ducitur orbis.'


[CXXII] "Vixdum finierat, cum fulgure rupta corusco
intremuit nubes elisosque abscidit ignes.
Subsedit pater umbrarum, gremioque reducto,
telluris pauitans fraternos palluit ictus.
Continuo clades hominum uenturaque damna
auspiciis patuere deum. Namque ore cruento
deformis Titan uultum caligine texit:
ciuiles acies iam tum spirare putares.
Parte alia plenos extinxit Cynthia uultus
et lucem sceleri subduxit. Rupta tonabant
uerticibus lapsis montis iuga, nec uaga passim
flumina per notas ibant morientia ripas.
Armorum strepitu caelum furit et tuba Martem
sideribus tremefacta ciet, iamque Aetna uoratur
ignibus insolitis, et in aethera fulmina mittit.
Ecce inter tumulos atque ossa carentia bustis
umbrarum facies diro stridore minantur.
Fax stellis comitata nouis incendia ducit,
sanguineoque recens descendit Iuppiter imbre.
Haec ostenta breui soluit deus. Exuit omnes
quippe moras Caesar, uindictaeque actus amore
Gallica proiecit, ciuilia sustulit arma.
"Alpibus aeriis, ubi Graio numine pulsae
descendunt rupes et se patiuntur adiri,
est locus Herculeis aris sacer: hunc niue dura
claudit hiemps canoque ad sidera uertice tollit.
Caelum illinc cecidisse putes: non solis adulti
mansuescit radiis, non uerni temporis aura,
sed glacie concreta rigent hiemisque pruinis:
totum ferre potest umeris minitantibus orbem.
Haec ubi calcauit Caesar iuga milite laeto
optauitque locum, summo de uertice montis
Hesperiae campos late prospexit, et ambas
intentans cum uoce manus ad sidera dixit:
'Iuppiter omnipotens, et tu, Saturnia tellus,
armis laeta meis olimque onerata triumphis,
testor ad has acies inuitum arcessere Martem,
inuitas me ferre manus. Sed uulnere cogor,
pulsus ab urbe mea, dum Rhenum sanguine tingo,
dnm Gallos iterum Capitolia nostra petentes
Alpibus excludo, uincendo certior exul.
Sanguine Germano sexagintaque triumphis
esse nocens coepi. Quamquam quos gloria terret,
aut qui sunt qui bella uident? Mercedibus emptae
ac uiles operae, quorum est mea Roma nouerca.
At reor, haud impune, nec hanc sine uindice dextram
uinciet ignauus. Victores ite furentes,
ite mei comites, et causam dicite ferro.
Iamque omnes unum crimen uocat, omnibus una
impendet clades. Reddenda est gratia uobis,
non solus uici. Quare, quia poena tropaeis
imminet, et sordes meruit uictoria nostra,
iudice Fortuna cadat alea. Sumite bellum
et temptate manus. Certe mea causa peracta est:
inter tot fortes armatus nescio uinci.'
Haec ubi personuit, de caelo Delphicus ales
omina laeta dedit pepulitque meatibus auras.
Nec non horrendi nemoris de parte sinistra
insolitae uoces flamma sonuere sequenti.
Ipse nitor Phoebi uulgato laetior orbe
creuit, et aurato praecinxit fulgure uultus.


[CXXIII] "Fortior ominibus mouit Mauortia signa
Caesar, et insolitos gressu prior occupat ausus.
Prima quidem glacies et cana uincta pruina
non pugnauit humus mitique horrore quieuit.
Sed postquam turmae nimbos fregere ligatos
et pauidus quadrupes undarum uincula rupit,
incaluere niues. Mox flumina montibus altis
undabant modo nata, sed haec quoque — iussa putares —
stabant, et uincta fluctus stupuere ruina,
et paulo ante lues iam concidenda iacebat.
Tum uero male fida prius uestigia lusit
decepitque pedes; pariter turmaeque uirique
armaque congesta strue deplorata iacebant.
Ecce etiam rigido concussae flamine nubes
exonerabantur, nec rupti turbine uenti
derant, aut tumida confractum grandine caelum.
Ipsae iam nubes ruptae super arma cadebant,
et concreta gelu ponti uelut unda ruebat.
Victa erat ingenti tellus niue uictaque caeli
sidera, uicta suis haerentia flumina ripis:
nondum Caesar erat; sed magnam nixus in hastam
horrida securis frangebat gressibus arua,
qualis Caucasea decurrens arduus arce
Amphitryoniades, aut toruo Iuppiter ore,
cum se uerticibus magni demisit Olympi
et periturorum deiecit tela Gigantum.
"Dum Caesar tumidas iratus deprimit arces,
interea uolucer molis conterrita pinnis
Fama uolat summique petit iuga celsa Palati,
atque hoc Romano tonitru ferit omnia signa:
iam classes fluitare mari totasque per Alpes
feruere Germano perfusas sanguine turmas.
Arma, cruor, caedes, incendia totaque bella
ante oculos uolitant. Ergo pulsata tumultu
pectora perque duas scinduntur territa causas.
Huic fuga per terras, illi magis unda probatur,
et patria pontus iam tutior. Est magis arma
qui temptare uelit fatisque iubentibus uti.
Quantum quisque timet, tantum fugit. Ocior ipse
hos inter motus populus, miserable uisu,
quo mens icta iubet, deserta ducitur urbe.
Gaudet Roma fuga, debellatique Quirites
rumoris sonitu maerentia tecta relinquunt.
Ille manu pauida natos tenet, ille penates
occultat gremio deploratumque relinquit
limen, et absentem uotis interficit hostem.
Sunt qui coniugibus maerentia pectora iungant,
grandaeuosque patres onerisque ignara iuuentus.
Id pro quo metuit, tantum trahit. Omnia secum
hic uehit imprudens praedamque in proelia ducit:
ac uelut ex alto cum magnus inhorruit auster
et pulsas euertit aquas, non arma ministris,
non regumen prodest, ligat alter pondera pinus,
alter tuta sinus tranquillaque litora quaerit:
hic dat uela fugae Fortunaeque omnia credit.
Quid tam parua queror? Gemino cum consule Magnus
ille tremor Ponti saeuique repertor Hydaspis
et piratarum scopulus, modo quem ter ouantem
Iuppiter horruerat, quem tracto gurgite Pontus
et ueneratus erat submissa Bosporos unda,
pro pudor! imperii deserto nomine fugit,
ut Fortuna leuis Magni quoque terga uideret.

[CXXIV] "Ergo tanta lues diuum quoque numina uidit
consensitque fugae caeli timor. Ecce per orbem
mitis turba deum terras exosa furentes
deserit, atque hominum damnatum auertitur agmen.
Pax prima ante alias niueos pulsata lacertos
abscondit galea uictum caput, atque relicto
orbe fugax Ditis petit implacabile regnum.
Huic comes it submissa Fides, et crine soluto
Iustitia, ac maerens lacera Concordia palla.
At contra, sedes Erebi qua rupta dehiscit,
emergit late Ditis chorus, horrida Erinys,
et Bellona minax, facibusque armata Megaera,
Letumque, Insidiaeque, et lurida Mortis imago.
Quas inter Furor, abruptis ceu liber habenis,
sanguineum late tollit caput, oraque mille
uulneribus confossa cruenta casside uelat;
haeret detritus laeuae Mauortius umbo
innumerabilibus telis grauis, atque flagranti
stipite dextra minax terris incendia portat.
Sentit terra deos, mutataque sidera pondus
quaesiuere suum; namque omnis regia caeli
in partes diducta ruit. Primumque Dione
Caesaris acta sui ducit, comes additur illi
Pallas, et ingentem quatiens Mauortius hastam.
Magnum cum Phoebo soror et Cyllenia proles
excipit, ac totis similis Tirynthius actis.
Intremuere tubae, ac scisso Discordia crine
extulit ad superos Stygium caput. Huius in ore
concretus sanguis, contusaque lumina flebant,
stabant aerati scabra rubigine dentes,
tabo lingua fluens, obsessa draconibus ora,
atque inter torto laceratam pectore uestem
sanguineam tremula quatiebat lampada dextra.
Haec ut Cocyti tenebras et Tartara liquit,
alta petit gradiens iuga nobilis Appennini,
unde omnes terras atque omnia litora posset
aspicere ac toto fluitantes orbe cateruas,
atque has erumpit furibundo pectore uoces:
'Sumite nunc gentes accensis mentibus arma,
sumite et in medias immittite lampadas urbes.
Vincetur, quicumque latet; non femina cesset,
non puer aut aeuo iam desolata senectus;
ipsa tremat tellus lacerataque tecta rebellent.
Tu legem, Marcelle, tene. Tu concute plebem,
Curio. Tu fortem ne supprime, Lentule, Martem.
Quid porro tu, diue, tuis cunctaris in armis,
non frangis portas, non muris oppida soluis
thesaurosque rapis? Nescis tu, Magne, tueri
Romanas arces? Epidamni moenia quaere,
Thessalicosque sinus humano sanguine tingue.'
"Factum est in terris quicquid Discordia iussit."

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