Petroni, el representant típic de la novel·la

Macrobi,  Comentario al Sueño de Escipión de Ciceró I, 2.   (Ed. Gredos Trad. Fernando Navarro Antolín.)

La filosofía ni desaprueba todas las
ficciones, ni las aprueba todas. Y puesto que se puede fácilmente
distinguir cuáles de éstas rechaza de sí y las excluye como profanas
lejos del vestíbulo mismo de su debate sagrado, y cuáles, en cambio,
admite con frecuencia y con agrado, el análisis debe proceder por
divisiones sucesivas. Las fabulae
-su nombre delata que testimonian falsedad- han sido inventadas tanto
para procurar placer a los oyentes, como asimismo para exhortarles a
una vida honesta. Agradan al oído bien las comedias, como aquellas que
Menandro o sus imitadores pusieron en escena, bien las intrigas
repletas de aventuras amorosas imaginarias, a las cuales se dedicó
mucho Petronio y con las que se divirtió a veces, para asombro nuestro,
Apuleyo. Todo este género de fabulae,
que sólo promete deleite para los oídos, la discusión filosófica lo
excluye de su santuario y lo relega a las cunas de las nodrizas. En
cuanto a las fabulae que
exhortan al intelecto del lector a cierta contemplación de las
virtudes, se dividen, a su vez, en dos grupos. Hay algunas donde el
argumento se construye a partir de la ficción y donde la progresión
misma de la narración se entreteje por medio de mentiras: tal es el
caso de las fábulas de Esopo, célebres por la elegancia de la
fabulación. En otras, en cambio, el argumento se apoya, ahora sí, sobre
la base sólida de la verdad, pero esta misma verdad es presentada por
medio de invenciones e imaginaciones, y se habla entonces de narración
fabulosa, no de fábula: tal es el caso de los ritos sagrados, de los
relatos hesiódicos y órficos sobre la genealogía y aventuras de los
dioses, o de los pensamientos místicos de los pitagóricos. Pues bien,
dentro de esta segunda división que acabamos de explicar, la primera
categoría, aquella que se concibe de la falsedad y se narra por medio
de la falsedad, es ajena a los libros de filosofía.

La categoría siguiente se divide y escinde a su vez en una nueva
distinción. Pues cuando la verdad subyace al argumento y sólo la
narración es fabulosa, se descubre más de una manera de narrar la
verdad por medio de la ficción. En efecto, o bien el entramado de la
narración ha sido compuesto mediante hechos infames, indignos de dioses
y monstruosos -por ejemplo, dioses adúlteros, Saturno mutilando las
partes pudendas de su padre el Cielo, y él mismo, a su vez, destronando
por su hijo y aherrojado-, género éste que los filósofos prefieren
ignorar por completo, o bien el conocimiento de lo sagrado es revelado
bajo el velo piadoso de elementos ficticios y cubierto y revestido de
hechos y nombres honestos: y éste es el único género de ficción que
admite la cautela del filósofo que trata de lo divino. Así pues, puesto
que ni él en su testimonio ni el Africano en su sueño suscitan injuria
alguna al debate, sino que la exposición de las realidades sagradas,
conservando intacta la dignidad de su ser, se cubrió con tales nombres,
el acusador, instruido al fin y al cabo para distinguir los elementos
fabulosos de las fábulas mismas, puede darse por satisfecho.

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