Del mismo modo que la escuela puede ser la iniciadora del cambio y transformación social, también puede contribuir al mantenimiento, producción y reproducción de los estereotipos de género.
El género es una construcción social sobre las implicaciones que tiene socialmente el hecho de ser hombre o mujer, y es una construcción integrada des de la infancia. Los estudios de género han demostrado que la socialización escolar reproduce patrones sexistas relacionados con los comportamientos, expectativas y opciones según el género. La educación sexista, pues, lleva a la interiorización de las normas de género diferenciadas e históricamente establecidas, como puede ser la enseñanza de la gestión del poder a los niños y la transmisión de los roles maternal y doméstico a las niñas. La acción docente también contribuye a la frustración del potencial de las niñas a través de su trato y expectativas diferenciales, de los modelos de masculinidad y feminidad, de la división sexual del trabajo del profesorado, etc.
Además, la publicación señala la exclusión que las mujeres han sufrido en los estudios elaborados sobre la transición escuela-trabajo, aspiraciones laborales, o autoconcepto profesional/ocupacional, habiendo una sobrerepresentación de hombres totalmente alejada de la realidad y que contribuye a seguir excluyendo a las mujeres de ciertos ámbitos. La sociedad patriarcal también ha contribuido a esta diferenciación de sectores entre “masculinos” y “femeninos”, como lo demuestra el papel residual que las mujeres han tenido en la historia y la ciencia, explicada prácticamente en su totalidad por hombres.
Siendo el sector de la enseñanza uno de los más feminizados, sigue reproduciendo esta diferenciación de roles. Como más se avanza en el nivel educativo y en el cargo ejercido, más se incrementa la presencia de hombres también en el sistema educativo. Ya sea de modo más implícito o más explícito, como por ejemplo a través del uso del lenguaje, queda claro que la educación nunca es neutral.
La legislación a favor de la equidad de género, el uso de lenguaje inclusivo o el establecimiento de cuotas de participación en organismos son medidas necesarias pero no suficientes para cambiar esta dinámica. Solo un proceso de aculturación que cambie las concepciones y prácticas, liderado desde el sistema educativo y sus profesionales, puede revertir las desigualdades que aún a día de hoy se dan por motivo de género.
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